El martes 12 de enero falleció en la Habana Enrique Pineda, un hombre destacado en la historia de la cultura cubana. Fue actor, dramaturgo, escritor, periodista, guionista para radio y televisión. Si bien su rol más destacado en Cuba y en el mundo fue el de cineasta, fue ante todo un experimentador, que con cada pincelada de trabajo fue armando siempre una forma distinta de motorizar y celebrar la vida. Ganador de premios y reconocimientos internacionales desde pequeño, comenzó en el teatro a los cinco años, en el teatro Riviera de La Habana, en 1938. Con 15 años escribió su primer programa de radio en RHC Cadena Azul. En 1953 escribió su primer libro, 7 cuentos para antes de un suicidio, y realizó publicaciones culturales de poesía, narrativa, obras de teatro tanto dramáticas como experimentales hasta recibir, finalmente, uno de los premios más importantes que Cuba otorga a las letras: el Premio Nacional de Literatura Alfonso Hernández Catá, por su cuento “Y más allá de la brisa...”.
Pineda vivió la revolución cubana, una época en la que el contenido de cualquier pieza producto de la subjetividad debía tomar partido por la lucha del pueblo, y si bien su obra como director de cine y hacedor de piezas culturales estuvo marcada por este hito histórico, jamás dejó de imprimir en su trabajo el espíritu de libertad que su alma dictaba.
En una entrevista con el destacado periodista Amaury Pérez Vidal en el clásico programa cubano Con 2 que se quieran, grabado en los Estudios de Sonido del ICAIC el 17 de marzo de 2011, Pineda se recuerda como uno de los primeros en trabajar con la televisión, antes de que se formara el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y cuenta cómo en el año 1959 toma la decisión que afianzará el propósito de su carrera: ser el primer maestro voluntario de arte en inscribirse para ir a la Sierra Maestra a (en sus propias palabras) “preparar a los soldados para la paz, a impartir enseñanza espiritual”. Fidel Castro se encontraba en el canal 2 de televisión cubana haciendo un pedido de maestros voluntarios; Pineda, que vivía a dos cuadras del canal, llevó su currículum, y Fidel mostró en vivo cómo ya surgía el primer voluntario. De esta experiencia Pineda destacaba su aprendizaje en practicar el desprendimiento de lo prescindible. Al final ya de su carrera, criticó fuertemente su rol de coguionista, junto con el poeta soviétivo Evgueni Evtushenko, en la película Soy Cuba (1964), de Mijaíl Kalatózov. Soy Cuba fue redescubierta en la década de los 80 en Estados Unidos y es estudiada como una película de culto; sin embargo, lo único que Pineda destacaba de ella era haber conocido a su director de fotografía, Sergei Urusevski, pero la acusaba de ser un “film maldito”, con una mirada turística de la realidad cubana.
Su película más reconocida es el musical La mujer del Alhambra (1989), inspirada en la novela testimonial Canción de Rachel, de Miguel Barnet. Una película que devolvió a los cubanos la posibilidad de volver a ver cine musical, que fue éxito de taquillas y recibió el premio Goya a la mejor película extranjera de habla hispana.
Su última película, La anunciación (2009), reconocida con el Gran Premio del Festival de Cine Pobre de Humberto Solás, fue creada desde la negación, según sus palabras, pues no había dinero para su producción y él, firme en su discurso de prescindir, la filmó en técnica digital en una sola locación. Su título es un homenaje al cuadro del mismo nombre de la pintora cubana Antonia Eiriz.
Pineda se despide con una infinita filmografía, porque más que un artista y un creador fue un constante trabajador del lenguaje y, sobre todo, un gran maestro. En la entrevista con Amaury Pérez, aclara que ya a aquella altura de su vida nada le daba más felicidad que encontrarse con sus alumnos por todas partes del mundo.