“Salgo como de un traje / estrecho y delicado, / difícilmente, / un pie, / después, despacio, / el otro; / salgo como de bajo / un derrumbe, / arrastrándome, / sorda al dolor, / deshecha la piel / y sin ayuda”. Son versos del poema “Adiós”, de Idea Vilariño, que Laura Canoura recita con la cálida textura de su voz y se puede escuchar en Cantorcita, el flamante nuevo álbum de la cantante, que acaba ser publicado en plataformas por Montevideo Music Group. Hace dos semanas vio la luz la canción que le da nombre a la obra, como adelanto.
El disco fue grabado en estudio y nació del espectáculo en formato íntimo que Canoura realizó con el guitarrista Carlos Gómez, en el que interpretó un repertorio ajeno que en su mayoría nunca había abordado. “Desconsolados 2” (Eduardo Darnauchans), “Las golondrinas” (Eduardo Falú) y “Oración del remanso” (Jorge Fandermole) son algunas de las canciones que se encuentran en Cantorcita, que Canoura presentará este sábado en la Sala Zitarrosa. Quedan pocas entradas disponibles, así que hay que apurarse. Pero no tan rápido, porque antes Canoura conversó con la diaria.
Me da la sensación de que en el primer corte de difusión de tu nuevo disco, “Cantorcita”, por la letra y la imagen que la acompaña en las plataformas digitales, le estás cantando a tu yo de hace 30 o 40 años.
Sí, me alegra que te hayas dado cuenta. Esa canción la hizo [Juan] Falú para Marilí, que es la mamá de Juan Quintero, que también es cantora, para una crisis en la que decidió dejar de cantar. A raíz de conocer esa historia me di cuenta de que varias veces pasé por ese lugar, que no está necesariamente vinculado con los fracasos sino con las dudas de si es el camino adecuado para seguir o no, por las mil razones de la vida. Reflexionando un poco sobre ese tema me di cuenta de que “cantorcita” es la Laura que empezó a cantar hace más de 40 años, casi sin darse cuenta, un poco porque le gustaba, se divertía, era muy apasionada y visceral. Si yo pudiera mirar desde afuera todo ese recorrido, que fue muy intuitivo, vería que sufrió, se divirtió, la pasó bien, mal... Con este disco intento reconfortar un poco a esa cantorcita.
¿Recordás cuál fue el momento en que te diste cuenta no sólo de que te gustaba cantar sino de que podías hacerlo? Porque son cosas muy distintas.
Nunca fue un momento claro, porque pasaban muchas cosas. Una era que estábamos en plena dictadura y los jóvenes buscábamos hacer cosas que nos permitieran estar con otros de nuestra edad, compartiendo no sólo la militancia y tirar volantes. Ahí fue que empecé a estudiar en el Nemus [Núcleo de Educación Musical] y conocí al Choncho [Jorge] Lazaroff, que fue un poco el impulsor para que existiera Rumbo. Pasamos de cantar en una presentación de fin de año de conservatorio a ensayar para tocar en Sayago, en no sé qué de los curas, y cuando quisimos ver, un día estábamos presentándonos en el Palacio Peñarol, después de haber tocado apenas un año en salas pequeñas. Entonces, nunca fui consciente de eso. Sí, todo el mundo me decía “qué bien cantás”, pero vengo de una familia muy austera, yo sentía que no había hecho ningún esfuerzo para que me fuera así. Esfuerzo había hecho mi hermana, que se recibido de maestra, o mi otra hermana, que estudiaba arquitectura; esfuerzo hacía mi viejo, que laburaba. Yo abría la boca y cantaba.
Le estás sacando mérito.
Capaz. En ese momento había una cosa exclusivamente física. Después empieza con lo que escuchás, con quiénes hacés música y cómo te dejás permear por eso. Mis condiciones físicas –mi laringe, mis cuerdas vocales– lo único que hago es cuidarlas, nada más. De hecho, soy bastante gitana para cantar, no tengo los cuidados que tiene, por ejemplo, la gente que hace lírica.
No te tomás un litro de whisky antes de cantar, entonces.
Nunca, jamás. No lo hice ni en las peores épocas del canto popular, ahora menos que menos. No tomo antes de cantar. No me gusta estar fuera de mi lugar, en el lugar en el que lo paso bomba, además; no preciso nada que me tranquilice, sólo que haya gente entre el público; no preciso escaparle al miedo. Hace muchísimos años que dejé de sufrir arriba de los escenarios. Destino mi sufrimiento a otros ámbitos de la vida.
¿Llegaste a sufrir arriba del escenario?
Sí, mucho. En la época de Rumbo, por ejemplo, recuerdo estar en el Palacio Peñarol contando cuántas canciones faltaban para terminar: “Faltan siete, faltan seis, faltan cinco...”. Y en ese estado me olvidé de la melodía de una canción, algo que es imposible; podés olvidarte de la letra pero de la melodía... Eso fue panic attack, evidentemente. Después no me pasó más.
Ya que mencionaste la cuestión física de la laringe: tenés una voz con una textura y un timbre que la hacen reconocible. Si escucho a 100 cantantes uruguayas, puedo reconocer tu voz entre ellas. ¿Eso es algo de lo que sos consciente?
Pienso mucho en eso. Si trabajás como intérprete, y no como cantante de covers, que son dos cosas distintas –y es un oficio tan respetable uno como el otro–, lo hacés para generar una marca, siempre. El intérprete trata de marcar el sello, que tiene que ver con qué elegís para cantar, a quiénes elegís para acompañarte y con trabajar los silencios. El silencio es mucho más importante que la emisión de sonido: colocar bien los silencios, las pausas, no tenerle miedo y tomarlo como un aliado, porque a veces pasa que te da temor dejar el silencio, que la gente no lo interprete y aplauda.
En este nuevo disco, justamente, trabajaste mucho la dinámica, con sólo voz y guitarra. Este formato íntimo surgió del espectáculo que hicieron en 2020 con Carlos Gómez. ¿Fue mientras tocaban en vivo que pensaste que lo podían llevar a un disco?
Fue paso a paso, porque con Carlos no nos conocíamos. Hace mucho tiempo que tenía ganas de armar un espectáculo de guitarra y voz. Llamé a Jorge Nocetti para que me recomendara a alguien y me recomendó a Carlos, a quien yo no conocía. Entonces, lo empecé a stalkear, a mirarle las redes para ver qué hacía y quién era.
Stalkear pero bien.
Sí, en una buena. Tiene mil millones de amigos dentro y fuera de la música, todo el mundo lo quiere y toca con mucha gente. Empecé a escucharlo, lo llamé, le propuse y le gustó la idea de hacer algo juntos. Un poco basada en la experiencia de cuando hicimos Esencia con Jorge Nocetti, hace 20 años, decidí elegir un repertorio que yo no hubiera contaminado antes con versiones previas. Tenía ganas de hacer cosas que se me habían ido cruzando en la pandemia, muchas canciones que después terminó coincidiendo con que eran de muchos autores argentinos, pero no fue buscado sino casual. Me gustó que pasara eso, habla de lo que vine escuchando este año que pasó. Empezamos a trabajar sin más objetivo que hacer un espectáculo en el [Teatro] Circular, acústico de verdad, sin micrófonos ni cables y con el silencio de la gente. Fue una experiencia preciosa. Ahí pensé que nos merecíamos meternos en un estudio a escucharnos amplificados.
Hacía como una década que no grababas en un estudio. ¿Qué pasó en ese tiempo?
Lo que pasa es que para producir un disco hace falta dinero y la industria discográfica no lo aporta mucho. Es una inversión que no retorna, entonces, para producir un disco se necesita financiar el estudio, los músicos, la sala de ensayo y el arreglador... es una fortuna. Este es un disco austero y así lo quería. El año que viene voy a hacer un disco que espero que sea un poquito menos austero, la preproducción viene con un proyecto de financiamiento. Pero estoy muy gozada de trabajar así, en minúsculo, con la voz y el instrumento. Es un formato que me encanta y creo que sé hacerlo.
Pero si a vos, con toda tu trayectoria, te cuesta grabar un disco, ¿qué queda para los que recién arrancan?
Es un sanguchito eso. Porque los que recién arrancan tienen toda la energía de los amigos, un fotógrafo que les trabaja gratis y feliz y músicos que pueden pasarse 18 horas tocando hasta que llegan al arreglo que quieren todos. Y los más grandes tienen producciones que financian eso: los No Te Va Gustar, Jaime Roos, etcétera. Yo formo parte del jamoncito del sánguche que no es ni lo uno ni lo otro. Porque, 40 años después, no es que no tenga amigos que podrían hacer las cosas gratis para mí, sino que me niego, no quiero más eso. Quiero pagar dentro de lo que vale el trabajo de cada uno. No es fácil.
Al final de “Fina estampa” noté que hay una ebullición de tu canto, como que sos feliz interpretando eso.
Sí, muy feliz, por varias cosas. Porque creo que en el fondo es una canción festiva, dentro de este repertorio que es bastante oscurito. Es una canción que enseño mucho en clase, porque la piden y les gusta. Cuando decidimos hacerla con Carlos le dije que debe ser por lejos la canción más versionada de todo el repertorio. Desde la versión de Chabuca Granda en adelante –y para atrás también, porque no la estrenó ella– hay mil versiones; la de Caetano [Veloso] capaz que es la que tenemos más presente. A mí me gustaba hacerla más juguetona. En el espectáculo en vivo hacemos esa y “Nunca tuvo novio” pegadas, diciendo que hay canciones que envejecen bien y otras que envejecen mal, y que las que envejecen bien son aquellas que uno puede pensar que está metiéndose en un museo y describe el cuadro que ve. Para mí ambas canciones tienen esas características: envejecieron bien, pero sobre todo porque pintan realidades diferentes.
Hace un año conversamos en la previa de los shows que dieron lugar a este disco y comentaste que estabas trancada con la composición. ¿Cómo sigue eso?
Gracias a Dios, sigo muy trancada. Compuse algo con Hugo [Fattoruso] de lo que ahora ni siquiera me acuerdo del título. Después él me mandó una música y yo le puse una letra; me encantó el resultado, pero él no quedó conforme con su música después de que yo le puse la letra, entonces quedó ahí, stand by. Capaz que debería entrar en una especie de taller. Me haría muy bien estar en un ámbito así para laburar con otros colegas e intercambiar cosas, sin el fin de que quede hecha una canción. Probar.
¿Como algo lúdico?
Sí, claro, y sacarle un poco la presión de “Detrás del miedo”, “Mujeres como yo” o “Al sur de tu corazón”; cosas que no tuvieron presión cuando fueron hechas.
¿Llegaste a sentir, luego de componer esas canciones, una presión por hacer algo similar?
Por hacerlas, por lo menos; de parte de la gente, porque autopresión cero, nunca, jamás. De hecho, “Detrás del miedo” la dejé de cantar durante muchos años, ahora la empecé a cantar de vuelta y ha tenido como una especie de resurgir, porque la han cantado otros por la película Muerto con gloria [de Mauro Sarser y Marcela Matta, 2021] y Maia Castro hizo una versión preciosa. Después de la versión que hicimos con [Fernando] Cabrera, ya hace unos años, a guitarra y voz, me gustó eso de reversionarme en un plan más lúdico.
Al principio decías, a raíz de “Cantorcita”, que en estos 40 años de trayectoria muchas veces pensaste en dejar de cantar. ¿Alguna vez fue por cuestiones artísticas?
Sí. Cuando iba a cumplir los 40, hace casi 25 años. Con la barra de amigos de la adolescencia, que somos unas diez personas que nos queremos mucho, decidimos festejarlo juntos. Alquilamos un salón e hicimos como si fuera la fiesta de 15, que ninguno festejó porque era en plena dictadura. Cuando hicimos la fiesta acababa de tener mi fracaso más precioso en el Teatro Solís al presentar el disco Interior [1996], en el que trabajé como una descosida porque fue el primero que produje. Me fue muy mal en la venta de entradas. Yo tenía el pelo larguito, con rulos, y me habían hecho una melena lacia divina; estaba re chuchi en ese espectáculo. Pero salí tan deprimida que al día siguiente fui a la peluquería y me recontrarrapé, más corto que como lo tengo ahora. En ese momento tenía un novio fotógrafo, que es una vertiente que ha alimentado mi vida, y fue uno de los que sacaron fotos en esa fiesta. En la mejor foto de ese cumpleaños estoy sentada en un banco, afuera, alejada de todo el ruido de la fiesta, con una camiseta de Billie Holiday que me habían regalado; está lleno de vasos vacíos de alguien que había tomado –yo no, porque ni alcohol había tomado–, y estoy derrotada por completo. Ahí pensé: “Cumplo 40 años. ¿Este es el camino que tengo que seguir, o buscarme un laburo formal en un supermercado, dejarme de joder y cantar para la familia los 24 de diciembre?”. Bueno, acá estoy.
Ya estás pensando en otro disco. ¿De qué viene?
Lo vengo trabajando desde hace un año, este se coló. Me presenté a los Fefca [Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística], que premian la trayectoria, pero tenés que a hacer algo a cambio. Presenté un proyecto precioso que se llama Compositoras contemporáneas uruguayas, en el que trabajé todo el año de pandemia. Me salvó la vida porque estuve trabajando para eso, muy feliz, proyectando e investigando. De las 150 a las que llegué, elegí 30 y las entrevisté. El proyecto se termina con todo eso más una maqueta de 15 canciones de cada una de esas 30 compositoras. Me daría mucha ilusión que mañana viniera un mecenas y me dijera: “¿Por qué 15? Hacé las 30, que yo te pago un disco doble”.
Hace pocas semanas en las redes sociales comentaste que te estresaba decidir el orden de las canciones de este nuevo disco. ¿Qué ponés en juego ahí?
Lo que pasa es que me cuesta muchísimo asumir que muy poca gente escucha un disco de corrido, que la gente escucha en las diferentes plataformas, se arman sus playlist y que, en el mejor de los casos, ponen varios de los temas de mi disco. Me resisto mucho, porque pienso qué pasa con aquellos que sí escuchamos discos enteros. Yo sigo pensando en esa gente y en mí, que me gusta sentarme con unos buenos auriculares, y si hay disco físico, con la tapa, para ver las letras, quién tocó y toda esa información al pedo que a algunos nos interesa. Entonces, pensé en el orden de este disco como si alguien fuera a escucharlo de principio a fin. Sí, me estresa mucho, porque todo lo que hacés queda ahí, fijado.
Capaz que soy apocalíptico, pero me parece que esa batalla ya está perdida.
Ojalá esté perdida para un paso siguiente que nos mejore como escuchas. Por ahora me resisto, sigo ideando cosas para que la gente se descargue el disco con un QR y se tome un vino. Después habrá otros que piensen las otras. De hecho, el sello discográfico piensa las otras, y yo los dejo, que hagan lo que hay que hacer, lo que se debe y corresponde para esta etapa; no lo discuto, siquiera.
También es más fácil grabar sólo tres canciones sueltas que un disco entero.
En mi caso, desearía hacer eso. Todas esas deudas pendientes van quedando: “Cómo me gustaría hacer una canción con Fulana o Mengano de tal” o “qué lindo volver a hacer boleros”. “No tengo ganas de hacer un disco entero de boleros, voy a subir tres”. Pero para todo eso se requiere producción y para tener producción se necesita dinero. Esto es una industria. Estaría bueno que todos lo entendiéramos, que no se hace por amor al arte. La gente tiene que saber que parte de todo esto –no sólo de lo mío sino de lo de cualquiera que vayan a escuchar– es comprar una entrada, un libro, un dibujo, una pintura... El público es una parte vital en la existencia de la cultura.
¿Hay un prejuicio en algunas personas sobre el arte en ese sentido?
De los propios músicos, que arman espectáculos que les llevan tres meses preparar y cobran una entrada de 200 o 300 pesos. ¿Viste esa imagen de las demoliciones? El tipo que está parado arriba de un muro con un pico. Es eso. El que prepara un espectáculo y lo pone con entrada gratuita cava sobre los pilares en los que está parado. ¿Hay mucha gente que no puede pagar esa entrada? Sí, entonces, descentralicemos: llevemos ese espectáculo hacia los lugares donde la gente no puede pagar entrada, al aire libre, donde quieras, o traigamos 200 personas a las que financia yo qué sé quién, pero las entradas tienen que ser pagas. Porque no hay industria que se sostenga si no hay liquidez.
Laura Canoura este sábado a las 21.00 en la Sala Zitarrosa. Entradas por Tickantel a $ 1.000 (2x1 para Comunidad la diaria).
Walter Bordoni en la Camacuá
Hoy a las 21.00 en la Sala Camacuá (Camacuá y Reconquista) el compositor Walter Bordoni presenta el espectáculo Solo a bordo, que celebra los 30 años de su disco debut, El gol de la valija y otros cuentos. Entradas por Redtickets a $ 500 y 2x1 para suscriptores de la diaria. Bordoni subirá a escena acompañado sólo con piano o guitarra acústica para repasar sus tres décadas de carrera.
Francis Andreu en La Trastienda
La intérprete se presentará a las 21.00 en La Trastienda (Fernández Crespo y Paysandú). Entradas a $ 985 y $ 1.285 en Abitab.
Jazz joven en la Sala Balzo
Sábado y domingo desde las 20.30 tiene lugar el Festival Nuevas Músicas en la Sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional del Sodre (Mercedes y Andes). Entradas en venta en Tickantel, Abitab y boleterías del teatro, a $ 600 por día.