“Cuando escribo no me doy mucha cuenta por dónde estoy yendo, sobre todo por esta cuestión de laboratorio de mi escritura, a pie de escenario, donde ensayo y escribo al mismo tiempo”, afirma Florencia Caballero Bianchi, que así hizo cuatro obras, dos editadas, además, y dos ahora mismo en cartel.

“Como tengo una formación como actriz, en cierto punto siento que al escribir estoy actuando con les actores. Ese proceso, para mí, es súper importante. La escritura es una forma de incidir en la escena y obviamente el teatro es mucho más que lo escrito. Hay una creación escénica que entra dentro del concepto de ‘escenoturgo’”, dice.

Nació en 1985 y dice que las dramaturgas siempre estuvieron pero que ahora aprendieron a tomar las oportunidades. Habla de cómo el proceso de reescritura constante, hasta completar sus espectáculos, la llevó a conocer lo que puede hacer con su universo poético.

En Mal escrita, la pieza que le encomendó la Comedia Nacional, les dio voz a autoras relegadas (en base a una investigación previa de la editorial independiente Salvadora Editora). Verano, un proyecto que desarrolló durante tres años dentro del Programa de Dirección Escénica 2019 del Goethe Institut, el Instituto Nacional de Artes Escénicas, la Fundación Santiago a Mil de Chile y el Teatro La Plaza de Perú, fue “una forma de materializar escénicamente nuestros más profundos cuestionamientos”.

La sinopsis de Verano cuenta que “transcurre durante los últimos 15 años en una suerte de playa del tiempo”, mientras que tu currículum destaca que sos “hija de militantes políticos y sindicales de izquierda”. ¿Es un error unir esos datos?

No hacés mal. Yo considero que todo arte es político y el teatro lo es profundamente, sea como sea. Y me refiero a lo político como el lugar del cuestionamiento del poder, de la imaginación al servicio del nuevo mundo posible o la imaginación también al servicio del análisis de nuestra humanidad, de nuestras sociedades, de cómo nos organizamos para vivir. En mi obra anterior, Cheta, hablaba sobre la crisis de 2002, sobre un momento político muy grande, a partir de la adolescencia mía y de tantas personas más, esta cuestión de la Historia pasando por la historia personal. Para mí es inevitable observar estos últimos 15 años, podríamos decirles “la era progresista”, y sí, soy hija de militantes de izquierda, mi viejo es sindicalista, mi madre ha desarrollado una carrera política durante más de 20 años hasta que ahora se jubiló. Entonces, yo tengo una obsesión que se convierte en arte y que les artistes con quienes trabajo también tienen: ampliar la mirada. E, inevitablemente, hablar de los últimos 15 años en este país es hablar de un período, de unos sentires, de unas experiencias de vida que marcan nuestro presente profundamente. Además, me parece muy necesario tener una mirada crítica sobre quiénes somos, qué soñamos, qué hicimos. Qué cosas logramos y qué no. Los grandes estallidos de violencia se sostienen porque hay un colchón de violencia cotidiana en la que nos movemos casi sin cuestionarlo. Esto es lograr analizar un período histórico que está sesgado y tiene el sesgo de la gente de vacaciones. Dice Mauricio Kartun que no hay nada más peligroso que la gente al pedo. [Anton] Chéjov, 100 años antes, mostró cómo nuestras sociedades en los momentos de ocio despliegan algunas dinámicas muy fuertes y muy interesantes de analizar, porque el ocio es una cosa a la que no todo el mundo accede. Tenés que tener un cierto poder económico para poder irte de vacaciones a una gran playa desierta. Por lo tanto, la obra inevitablemente se mueve en un entorno histórico que habla de eso. Igual habla de muchas, muchas otras cosas; sobre todo creo que funciona de forma bastante metafórica porque opera en el campo de lo vincular.

¿Qué referentes de teatro político tenés presentes?

Es inevitable nombrar a Lola Arias, a Mauricio Kartun, a Sergio Blanco, a Marianella Morena. Esos teatros tuvieron una gran influencia en mi formación, además: tomé clases con tres de elles. Me interesa muchísimo lo documental, pero también la autoficción, que en realidad son como caminos contrapuestos, porque lo documental se emparienta con lo biográfico, con el pacto de verdad, mientras que la autoficción proclama el pacto de mentira. A mí siempre me interesó muchísimo más la ficción, cómo a veces puede convertirse en más real que la realidad. Pero sobre todo, una de las cosas que más me interesan es el proceso de referenciación que se genera cuando uno está frente a una obra: cuál es la obra que se arma en la cabeza de quien está mirando. Obviamente todas las obras son abiertas, pero esa zona que les artistes no podemos controlar, porque es la experiencia por la que está pasando el espectador, siento que es muy bueno ir encontrando los resortes para que se vaya logrando. Ese momento que te genera una referencia a una otra cosa: una otra vida vivida, otras circunstancias que se emparientan. Al final la gente va a ver una obra y vio dos.

¿De qué forma asumís el riesgo de abordar un tema fresco?

Creo que tiene que ver sobre todo con una cuestión de honestidad ética e intelectual con respecto a nuestras vivencias. No es hablar de la historia desde un punto de vista que lo sabe todo, sino como una cosa que atraviesa las cuestiones más cotidianas, que conocemos en profundidad; es la forma más honesta de poder hablar de algo que pasó hace poco tiempo. Creo que al hacer pasar un hecho histórico por nuestras subjetividades en realidad este hecho toma una escala humana muy grande. Por eso hay una zona mucho más metafórica: toda esta cuestión del período progresista y de cómo fueron esos años. De eso sí podemos hablar con propiedad. También tenemos herramientas para analizar teóricamente o desde un punto de vista más objetivo, pero decidimos que lo interesante era analizar lo subjetivo. Para mí es analizar lo cultural desde el comportamiento humano como una marca de una época. Por eso Verano tiene esta escala de lo vincular en el primer plano. El segundo es más metafórico: dónde comenzamos y dónde terminamos.

En una entrevista reciente te arrepentías de haber dejado el piano. ¿Qué papel tomás en la dimensión musical del espectáculo?

La música es uno de mis grandes debes. Con Pablo Musetti, que se encargó de la dirección musical de Verano y de todos los arreglos que tiene la obra, como con Laura Falero, que compuso para Mal escrita, todos queremos hacer un musical (ellos no se conocen todavía). Mi vínculo con la música es bastante fuerte. Armo bandas sonoras enteras para mis obras y obviamente hay pila de cosas que no puedo hacer, y ahí hay una coordinación fuerte con Pablo Musetti –las canciones son en vivo– y con Florencia Hernández, la diseñadora de video y sonido. Por suerte, además, tengo un elenco que es muy bueno haciendo todo. Para mí la música en un espectáculo es una forma más del discurso.

Verano, con dramaturgia y dirección de Florencia Caballero Bianchi, se estrena en la Sala Hugo Balzo del Auditorio SODRE, en el marco del Primer Festival de Dramaturgia Uruguaya Nuestra. Las funciones continúan hasta el 28 de noviembre, martes a sábados a las 21.00 y domingos a las 19.00. Entradas a $ 450 por Tickantel.