Aunque en materia de series Netflix sabe intercalar títulos pochocleros con otros que logran la emoción, en películas todavía no está ahí. Sigue faltándole el Oscar, y este año la apuesta es el último film de la neozelandesa Jane Campion, ganadora de la Palma de Oro en Cannes por La lección de piano (1993). En esta oportunidad guionó y dirigió la adaptación de la novela de Thomas Savage El poder del perro, publicada originalmente en 1967. La película homónima, protagonizada por Benedict Cumberbatch, es vista por muchos como candidata a recibir estatuillas. Es fácil entender por qué.
La historia comienza en 1925 en un rancho de Montana. Los hermanos Burbank, Phil y George, arrean ganado junto a un grupo de trabajadores de su granja familiar. Rápidamente descubrimos la relación tóxica que existe entre ellos, ya que Phil (Cumberbatch) no deja de llamar a George (Jesse Plemons) por un epíteto relacionado con su peso. El primero es el recio, el que se ocupa de las tareas que ensucian y que tiene una conducta prepotente, mientras que el segundo prefiere abocarse a los números y a tratar mejor a las personas.
Con el correr de los minutos, el guion buscará transformar a Phil en el gran villano de la cinta, que ejerce violencia psicológica sobre quienes lo rodean y muy especialmente sobre la nueva esposa de George, una viuda llamada Rose (Kirsten Dunst) y su hijo Peter (Kodi Smit-McPhee). Cumberbatch construye con habilidad al despiadado vaquero, aunque por momentos pareciera que quisieron encontrar al nuevo Daniel Plainview de Petróleo sangriento, que interpretara tan bien Daniel Day-Lewis, y se quedara a mitad de camino.
Dunst sí lo da todo para la pobre Rose, de quien presenciamos su lento descenso a los infiernos por los malos tratos de Phil. El joven Peter, que tiene el mal tino de ser escuálido y delicado en un mundo de machotes, también sufre de las burlas de todos los “hombres” del rancho. Todo ese dolor y esa tristeza ocurren frente a imponentes paisajes naturales que le ponen un marco de oro a esa pintura salida de una pesadilla de Goya.
Con el correr de los minutos, la relación entre dos de los personajes sufrirá modificaciones, todas con sentido dentro de la historia y muchas que espectadores más avispados que uno habrán visto venir. No se trata de grandes “vueltas de tuerca” que se asemejen al cine de Shyamalan (bueno, tal vez una), sino de desarrollos en consecuencia con sus complejas vidas interiores. Esto cambiará nuestra visión de alguno de ellos y jugará un peligroso equilibro con los prejuicios de la sociedad moderna.
El poder del perro tuvo su exhibición limitada en cines de Estados Unidos, lo que permite que compita en los premios de la industria. Las destacadas actuaciones, la hermosa fotografía y la historia, que se toma su tiempo para delinear las piezas más importantes del tablero, tienen lo suficiente como para competir. Y los votantes del Oscar aman a los personajes como el de Cumberbatch, aunque no le salga ser tan malo como Daniel Day-Lewis.
El poder del perro, de Jane Campion. 125 minutos. En Netflix.