Si se piensa en el combo Brasil, western y cangaceiro (los tradicionales bandidos rurales del país del norte), es imposible evitar a Glauber Rocha y su maravilloso díptico Deus e o Diabo na Terra do Sol (1964) y Antonio das Mortes (1969). Son piezas fundamentales de lo que se conoció como Cinema Novo Brasileiro y, como el buen vino, sólo han mejorado con el tiempo; a más de 50 años de su estreno permanecen por completo vigentes, vibrantes y emocionantes.
Pero más allá de la crítica social que plantean ambas películas de Rocha, la imagen que quedaba grabada inevitablemente en la retina del espectador era la del cangaceiro salvaje, armado con revólver y machete, con su peculiar sombrero adornado por monedas que brillaban a la luz del inclemente sol. La figura mítica del cangaceiro es parte de la cultura popular del Brasil, en particular del estado de Rio Grande do Norte, donde desde mediados del siglo XIX operaron verdaderos ejércitos de bandidos rurales, que, tras su declive hacia 1930, sobrevivieron simbólicamente como figuras fundamentales del folclore.
Así, no son pocas las obras que recogen su accionar y, más allá de las mencionadas, podemos destacar el clásico O cangaceiro, de 1953 (dirigida por Lima Barreto, otra institución del cine brasileño), la estupenda novela gráfica Banda de dois, de Danilo Beyruth, e incluso su reescritura en clave futura (o presente) en la imprescindible Bacurau, de Kleber Mendoça Filho y Juliano Dornelles. A todos estos ejemplos, pero en clave de sangriento, directo y sincero exploitation, viene a sumarse el llamativo O matador, de Marcelo Galvão, que se puede ver nada menos que por Netflix.
El asesino llamado Cabaleira
Nuestro matador es Cabaleira y esta es su historia. La conoceremos de boca de un tercero, un padre que recorre el monte junto a sus dos hijos pequeños y tiene la mala fortuna de cruzarse con dos despiadados bandidos. Desesperado por ganar tiempo, este hombre comienza, a la manera de Sherezade, a contar una historia. Una que enganche a los bandidos y los distraiga cuanto sea posible de sus funestas intenciones.
Y lo consigue, justamente, contando la vida de Cabaleira (Diogo Morgado), un huérfano de la zona de Pernambuco cuya familia fue arrasada por cangaceiros. Cabaleira es adoptado por un peligroso asesino y criminal que lo lleva a la que te criaste (lo amamanta con sangre de puma, nada menos) y quien termina moldeando en el medio mismo de la nada a un ser que es más bestia que hombre, educado específicamente para cazar y sobrevivir.
Una serie de sucesos llevarán a este Cabaleira a terminar como el mejor asesino de un político local y a protagonizar una serie de incidentes que, de a poco, van involucrando a muchos otros personajes. Lo que cuenta nuestro narrador pronto se complejiza con los jefes de Cabaleira, sus cómplices, las víctimas, alguna víctima que escapa y busca venganza, el hijo de Cabaleira que aparece años más tarde, en un relato que no sólo no tiene pausa, sino que se alimenta continuamente de estallidos de violencia y sexo (bastante llamativos para lo que acostumbra a exhibir Netflix).
La historia disimula continuamente su producción, que tampoco es tanta, con potencia, honestidad y, sobre todo, mucha diversión. Un western a la manera brasileña, podríamos decir; uno que no tiene reparos en brindar una historia de antihéroes improbables, seres despreciables, crueldad, muertes y vueltas de tuerca, que busca quizá no innovar pero sí ofrecer un rato tan entretenido como contundente, objetivo que logra con todo éxito. Es, pues, algo distinto para aquellos que ya han agotado las ofertas más visibles del servicio de streaming y siempre buscan más profundo.
O matador, de Marcelo Galvão. En Netflix.