Las ficciones acerca de futuros posapocalípticos nos permiten ver desde la comodidad de nuestro hogar cómo la humanidad sobrevive sin tecnología o sin instituciones que la moderen. Allí hemos descubierto lo fácil que adoptaríamos el cuero y las tachas como parte de nuestra vestimenta y lo poco que duraríamos si los simios se revelaran contra nosotros.
Estos mundos solían ser consecuencia de alguna hecatombe nuclear, ese temor tan presente durante la Guerra Fría. Pero los tiempos cambian, y cada vez está más presente el apocalipsis producto de algún virus mortal. Ahora, ¿estamos preparados para ver otra serie en la que un virus mortal arrasa con la mayoría de nosotros?
Si la respuesta es que sí, Netflix acaba de agregar a su catálogo la primera temporada de Sweet Tooth, cuyo protagonista es Gus, un niño que pasó toda su vida en una cabaña en medio de un gigantesco parque natural, ajeno a la catástrofe planetaria. Este niño, además, tiene una hermosa cuerna y dos simpáticas orejas de ciervo.
Es que en esta realidad ocurrieron dos hechos dramáticos: el virus H5G9 se llevó puesta a la mayoría de la población, y comenzaron a nacer “híbridos”, bebés con características de otros animales. Los protagonistas de la serie intentarán descubrir si estos dos hechos están relacionados y (en tal caso) si primero vino el huevo o el bebé híbrido de gallina.
El primero de los ocho episodios, que podría funcionar como una película, cuenta cómo Gus y su padre llegaron hasta el refugio salvaje y cómo vivieron hasta que las circunstancias obligaron al pequeño a abandonar el lugar. A partir ese momento se sucederán aventuras en varios frentes, con facciones que quieren proteger a los híbridos y otras que prefieren diseccionarlos para descubrir sus secretos.
El éxito de Sweet Tooth se sostiene en la inocencia del protagonista (Christian Convery), quien experimenta un montón de situaciones por primera vez. Sin embargo, la magia infantil no logra disimular la nostalgia y el bajón que genera ese mundo decadente, más cercano a las distopías de las novelas para jóvenes adultos que al de, digamos, The Walking Dead.
Por momentos, la relación que Gus mantiene con su nuevo compañero de ruta (Nonso Anozie) recordará la del insoportable conejo en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), al pedir “por favor, por favor, por favor” para hacer tal o cual cosa. Al igual que en la película de Robert Zemeckis, jamás dejaremos de adorarlo.
Las otras subtramas correrán distinta suerte, en especial porque la serie se tomará una temporada entera para acercarlas entre sí. Un doctor intentará encontrar la cura del virus, mientras que una exterapeuta construirá un refugio para híbridos. Todo bajo la atenta mirada del malísimo Abbot y su ejército, y narrado con la exquisita voz de James Brolin.
A eso se le suman un par de detalles que podrían distraer al espectador. Para ser un mundo que se detuvo hace tantos años, el stock de comida enlatada y de dulces sigue siendo sospechosamente grande. Y con respecto a la forma en que la serie muestra a otros híbridos además de Gus, parece que los productores hubieran conseguido el dinero para el maquillaje demasiado cerca del final de temporada.
La adaptación del cómic de Jeff Lemire (ya hablaremos de eso) toma el concepto de la pareja despareja que recorre lugares desolados y cuenta una historia bastante optimista dadas las circunstancias. Que cae un poco en el ritmo hacia la mitad de la temporada, pero que cierra con tanta fuerza como con la que comenzó y nos dejan expectantes ante una segunda tanda de episodios.
Sweet Tooth, basada en el cómic de Jeff Lemire. En Netflix.