“¿Pensás que a mí se me deja o se me toma de acuerdo con tu voluntad, querido?”. La que pregunta es Paola Carbó Alvear, que se aparece de improviso en la casa de su novio, vestida con un saco moderno y el pelo trenzado, para nada parecida a las mujeres a su alrededor, buscando que el hombre ofendido se dé cuenta de cómo son las cosas para ver si se las banca. Será una de las primeras apariciones de Mercedes en la tevé porteña, y una linda escena del capítulo 74 de la célebre telenovela Rosa de lejos (1980), que podría, tempranamente, resumir todas las virtudes y señas particulares de esta gran actriz.

También fue Roxi (Gasoleros, 1999), manejó un taxi y tuvo mil empleos y poco tiempo para galanes. Una tarde llevó a Diego Armando Maradona, que antes de terminar el viaje le regaló una rosa. Esta vez el rating también explotó y Mercedes se convirtió en la protagonista del mayor éxito de la productora Pol-ka, en el que interpretó a una mujer independiente que conquistó a argentinas y uruguayas, uruguayos y argentinos con sus hazañas y sus cercanas derrotas de la vida cotidiana. “Si no me ayudo yo, no me ayuda nadie”, le cuenta a Diego mientras intenta venderle útiles escolares para sus hijas al tiempo que maneja.

“Al final, todo funciona igual”, dice. Ahora es Tali (La ciénaga, de Lucrecia Martel, 2001), con un broche en el pelo y lentes negros, mientras rompe el candado que cerraba una portera con un cascote que agarra del piso. El hombre que está a su lado quería volver al pueblo y llamar a no sé quién para conseguir la llave y poder pasar con el auto, pero la mujer es una madre que acumula problemas y apuros, y tiene que resolver rápido y seguir camino.

No me puse a buscar la escena que mejor define a Mercedes y su particular talento, pero la encontré. Es el final de la película Familia sumergida (María Alché, 2018). Se hace la noche y hay una especie de festejo en la casa. Marcela, que tampoco da más, sale a fumar al balcón y gasta su último cigarro casi sin vida. Luego vuelve a entrar y camina entre los bailarines como una zombi, pero de a poco decide comenzar a bailar a su ritmo, a su manera, y lo consigue.

Algo de ese hartazgo enfrentado con estoicismo, de esa desnudez del desamparado desde la que puede hacer crecer sus personajes y sacarlos adelante ante cualquiera o en todas, las más tediosas, aburridas y terribles desventuras humanas, la hace especialmente feroz y cercana. Diría también temeraria, por esa capacidad de hacer las cosas a su antojo, de detener el tiempo frente a la cara del espectador y seducirlo para que no tenga miedo frente a la belleza o el dolor.

Esta vez no es la excepción, pero su camino resulta novedoso. En El reino es Elena, una pastora evangélica, madre, remendadora, comandante, consejera y encargada de traducir el mensaje divino en verdades motivadoras, que en el primer capítulo de la serie descubre que su pareja, el pastor Emilio Vázquez (Diego Peretti), terminó la noche con un ojo negro. Como siempre, Elena resolverá el diálogo y la situación: “Con un poco de maquillaje no se va a notar. Oremos”.

En días de agenda completa, por la repercusión de la serie y el trabajo que implican para ella sus otros proyectos actuales, Mercedes Morán tuvo la gentileza de atendernos desde su casa.

¿Qué te pasó cuando leíste en el guion a tu personaje Elena por primera vez?

Me encantó porque no se parecía en nada a ninguno que hubiera hecho antes. Es un personaje muy complejo y muy oscuro, con la contradicción de que ella se cree iluminada y el resultado es de una oscuridad brutal. Tiene una personalidad muy especial; es una mujer muy fuerte que, sin embargo, por sus propios ideales, digamos, se sitúa por debajo de su marido, ocupando ese lugar desde una lógica patriarcal. Y es muy fundamentalista en su manera de ser, nada dispuesta a revisar algunas cosas, pagando un precio muy alto por esa ceguera a la que tiene que adaptarse.

¿Hay algo que te haya ayudado especialmente a lograr este personaje?

El guion estaba muy bien escrito, y cuando pasa eso te despierta la imaginación. Y cuando además hay una unidad de criterios con los autores y los directores, el trabajo se hace al lado de ellos. Para mí siempre fue importante, más allá del carácter del personaje, conocer cómo eran sus vínculos. Y entre todos los que tiene, con la familia, la iglesia, la política, me pareció fundamental, antes que ninguno de esos, acordar cuál era el vínculo con su marido. Me parece que la relación de esa pareja de pastores es la base donde se sustentan la familia y la iglesia, que son para ellos una misma cosa.

Foto: Netflix

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En tu vida tuviste un vínculo particular con la iglesia y con la religión, por decirlo de alguna manera.

Sí, no sé si es particular. Fui criada por una madre católica. En mis primeros años fui muy católica. Después, a medida que pasó el tiempo, fui revisando todo eso. Me convertí primero en atea, luego en agnóstica, y después anduve curioseando por distintas religiones. Me considero una persona con una gran espiritualidad, pero hoy te diría que no pertenezco a ninguna iglesia y me he formulado una cosa muy personal en cuanto a esa idea. Siento que hay algo que nos trasciende, pero no siento una pertenencia a ninguna religión en particular.

Tenés mucha experiencia trabajando tanto en cine como en televisión. ¿Cómo se trabaja para concretar una serie de este tipo? ¿Se acerca más al cine, mantiene cosas de los rodajes de tevé?

Desde mi punto de vista es muy diferente a la televisión. Estas series se filman como si fueran películas, con su misma dinámica. Se filma por locaciones, y el tiempo que demanda para llevarla a cabo es muy importante. Los ocho capítulos se hicieron en seis meses de trabajo, y en ese sentido no se parece en nada a la tevé. Además, por lo general, los directores de este tipo de series para plataformas son directores de cine, como en este caso sucede con Marcelo Piñeyro y Miguel Cohan.

Y a la hora de resolver una escena, ¿se toman el mismo tiempo para hacerlas cuantas veces sea necesario?

Sí, por supuesto. Cada capítulo fue concebido como una pequeña película.

Una de las cosas que más disfruto como espectador cuando te veo es la fluidez y la libertad con que siempre te movés y te situás en escena. ¿Cómo lo lográs?

No sé. Yo tomo la actuación como un juego y trabajo mucho con la disponibilidad de jugar. Trato de recrear y buscar las condiciones para generar ese espacio. Siempre me gusta generar comportamientos. A partir de que más o menos tengo construido el comportamiento de mi personaje, me resulta fácil lo que antes me resultaba difícil. Cuando entiendo cómo puede reaccionar el personaje ante situaciones que por ahí no están escritas, de improvisación, empiezo a familiarizarme con su modo de pensar, su modo de actuar, y a lo mejor eso se traduce en una especie de naturalidad, o de verdad que se ve desde el punto de vista del espectador.

Foto del artículo 'Mercedes Morán: “No puedo hacer algo sin que me despierte el miedo de correr un nuevo riesgo”'

¿Cómo trabajaste con Diego Peretti para este proyecto?

Nos conocíamos, habíamos trabajado juntos. Y en este caso ensayamos mucho. Hablamos y concordamos en cómo era el vínculo de la pareja, cuáles eran sus secretos, sus acuerdos, qué tipo de sexualidad tenían. En esas charlas nos pusimos ciertas pautas y definimos lo que íbamos a hacer juntos. En este caso, con las escenas escritas, el desafío de los dos era entender y hacer orgánicas las reacciones que teníamos para poder, al mismo tiempo, contar sobre nuestra relación y hacer avanzar la historia, administrando lo que no se ha dicho aún, lo que pueda permanecer oculto, como los pactos que no han sido confesados; es la suma de todas esas cosas.

“Nos sorprendió para mal la reacción de algunas iglesias evangélicas, porque centraron la crítica en la autora, Claudia Piñeiro, por su conocida y pública participación como feminista, en la lucha por derechos”.

A los pocos días de su estreno, la serie ya generó una controversia importante en tu país. Por ejemplo, fue atacada por la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de Argentina. ¿Esperabas que pasara algo así?

Creo que el principal tema de la serie es el poder, y que los autores eligieron tres universos donde ese tema es funcional a la historia: la iglesia, la política y la justicia. Obviamente que quienes participamos siempre tuvimos la libertad y la sensación de que estábamos contando una ficción. Cuando pensás en las respuestas que puede ocasionar una serie como esta, lo primero que queríamos era que resultara atractiva, original y que tuviera una buena factura. Y sí, también pensamos que cualquier integrante de cualquiera de esos mundos podría sentirse aludido en una mala interpretación de lo que es una ficción. De todas maneras, no dejó de sorprendernos, para mal, la reacción de estas iglesias evangélicas, sobre todo porque la crítica la centraron en los autores, y específicamente en la autora, Claudia Piñeiro, por su conocida y pública participación como feminista, en la lucha por derechos; como cuando estuvo (y yo también, desde ya) trabajando activamente para conseguir que se aprobara la Ley de Acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Así que en ese sentido, no nos sorprende que estas cosas sigan pasando. Pero contrarrestando toda esa reacción típica de los movimientos tan conservadores, lo que más nos puso bien ante esta circunstancia fue el masivo apoyo en cuanto a aclarar que no se podía ejercer ningún tipo de censura a la libertad de expresión a la hora de hacer un audiovisual, una película, lo que fuere, en este caso una serie.

Foto: Netflix

Foto: Netflix

¿Para vos resulta fácil desprenderse de un personaje y seguir con tu vida diaria mientras, durante tantos meses, estás metida en otra piel?

Sí, absolutamente. Es lo que te decía antes: es un espíritu de juego el que me mueve. Como los chicos cuando juegan de cero a mil y pasan de ser un indio o una india a volver a ser el niño que responde el llamado de la madre para ir a merendar, y no los arrastra eso; a mí tampoco me pasa. Me comprometo, y durante los rodajes hay una parte de mi cabeza que siempre está observando y pensando en lo que le puede ser útil al personaje, pero no sufro esa condición que muchos actores y actrices dicen tener, de quedarse pegada al personaje. Para nada.

¿Pensaste en alguien para construir a tu Elena?

Siempre pienso en alguien, e intento buscar algún comportamiento femenino que me sirva para el carácter que voy a interpretar, pero no siempre es literal. Es decir, no me fijé en pastoras, en este caso. He observado mujeres, y sí, he elegido a alguna que me resultó inspiradora, pero ese es un secreto que no voy a revelar.

Foto: Netflix

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¿Cómo te resultó el rodaje, con el plus de los contratiempos de la pandemia? La productora K & S Films comenzó a filmar la serie en enero de 2020 y, por la cuarentena obligatoria, hubo que detener su rodaje hasta noviembre.

Fue extraño salir a trabajar después de tanto tiempo de estar adentro, sobre todo para continuar con una cosa que fue interrumpida. Normalmente no sucede eso. Nunca se interrumpe y se retoma mucho tiempo después. Cuando volvimos a filmar, lo primero que nos sorprendió fue lo fresco que teníamos todo lo que veníamos trabajando, como si hubiésemos dejado de trabajar el día anterior. Por otro lado, para mí personalmente, lo primero fue vencer el miedo a salir y a contagiarme. En este caso, los protocolos eran excelentes y eso me dejó tranquila, pero también es cierto que atraviesan el set de filmación. El espíritu de cualquier equipo crece en esos momentos en que estamos todos juntos charlando de los personajes, en los almuerzos, y todo eso cambió totalmente. Pero después nos sentimos muy felices de haberlo logrado, de lo que aprendimos en esta situación, y porque el resultado final ha sido tan bien recibido por la crítica y por el público.

Muchas veces te escuché hablar de tu identificación con el movimiento hippie de los 60. ¿Me podés contar algo de eso?

Fue una época de mi vida, de mi primera juventud, de mi adolescencia. Era un movimiento con el que me sentía identificada; una manera de ver el mundo, con una vocación de libertad individual y de libertad con el propio cuerpo y con una mirada antisistema. Si bien he madurado, muchas de esas cosas, por suerte, se mantienen en mí: no me he vuelto una conservadora, de alguna manera mantengo ese espíritu hippie.

Foto: Netflix

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¿Qué es lo que más disfrutás de tu trabajo como actriz?

El mayor disfrute para mí está en abordar un personaje que no se parezca a ninguno de los que ya hice y que no pueda sacar nada de lo que ya probé, pero no siempre ese personaje viene dentro de una buena historia; por eso también es importante, además del deseo que me puede provocar ese personaje, que la historia esté hablando de algo que me interese, y que esté bien escrita. Pero el principal motor es el deseo. Si tengo el privilegio de trabajar y vivir de esta profesión a la que amo, no puedo hacer algo sin deseo, sin que me despierte el miedo de correr un nuevo riesgo.