¿Qué es una cosa? Con la ambivalencia y la amplitud referencial de esa palabra comodín juega la italiana Giulia Sagramola en Una cosa rara y nada graciosa. La irrupción de lo inesperado y cómo lo vive una niña dan la punta de la madeja para desenredar un misterio en forma de pelusa.

“Esa cosa rara y nada graciosa se me cayó encima un buen día”, enuncia en primera persona en la primera línea de texto e instala el asunto sin necesidad de presentaciones ni de ubicación espacio-temporal. Pero la ilustración ya había hecho lo suyo y desde la portada, pasando por las guardas y la portadilla, se ambienta al lector en una ciudad un día de lluvia copiosa, y esa cosa nada graciosa que persigue a la protagonista es bastante parecida a un nubarrón. La sonrisa con la que lo observa en la portada desaparece para dejar lugar a un gesto de desazón.

El garabato insiste y va tras ella todo el tiempo: una cosa indescifrable, de color negro carbón, que, en los códigos de la historieta –uno de los géneros que cultiva la autora–, se parece bastante a la representación del enojo. Pero el acierto del texto es que esa cosa que irrumpe e invade el espacio vital de la niña no se define nunca y, por lo tanto, permanece en el texto, persistente, como interrogante.

Los intentos por escapar de esa persecución son vanos. Aunque tiene elementos de pesadilla –el personaje no puede zafar de ese elemento inexplicable que se le pega, no obtiene la más mínima ayuda ni de su madre, a la que acude sin respuesta, ni de su padre, a quien adivinamos como una presencia distraída en su casa, y sólo el gato parece percibirlo–, el tono es más relajado. Poco a poco, empieza a encontrarle la vuelta. Pasa el tiempo, deja de llover y el garabato sigue allí, y al verse sola con su problema, se dispone a resolverlo a su manera y con sus propias herramientas. Descubrir que no es la única con ese problema es el punto de inflexión en este sentido.

Hay algo de “domar a la fiera” y podría entenderse, en una lectura superficial y llevada por el aire de época de la atención puesta en las emociones, que la cosa es la tristeza, por ejemplo, o el enojo, pero no hay nada –salvo, claro está, que se trata de una especie de trazo enredado de color negro– que conduzca en ese sentido. Hay, más bien, en el personaje un interés por desentrañar, por conocer. Una pregunta por el ser, una reflexión en torno al significado.

La cosa se presenta, entonces, como un misterio en sí misma: ¿qué es? Ante la interrogante, emprende la búsqueda del conocimiento, y en un juego metalingüístico, la cosa pasa a ser dibujada decenas de veces. La riqueza del texto está en el potencial del garabato y de la palabra cosa de significar: cada lector la llenará de significado. Y cada lectura –aun de un mismo lector– podrá habilitar nuevas interpretaciones. Y esa conversión en “otra cosa” comprensible y manejable, es igualmente misteriosa pero admite ser segmentada y adquiere forma. Como un lenguaje.

Foto del artículo 'Asuntos que llegan volando: los libros Una cosa rara y nada graciosa y ¡A viajar, semillas!'

Donde el viento las lleva

En primavera, los montevideanos solemos acordarnos –y no de buena manera– de quienes tomaron la decisión de plantar plátanos como parte del ornato público, dicen que movidos por la fascinación por estos árboles que embellecían la mismísima París. Como sea, asistimos, no siempre con gusto, a la proliferación de las semillas de este árbol en forma de pelusa que vuela con el viento. Por esas cuestiones va ¡A viajar, semillas!, de la argentina Lorena Ruiz. Aunque es vehículo de un saber acerca del periplo de las semillas de diversos árboles en su peculiar manera de germinar y reproducirse, no es el típico libro de divulgación o de información, y quizá una pista del tono del libro la podamos encontrar en el agradecimiento a la poeta Laura Wittner: si un elemento no falta a la cita es la poesía.

Cada semilla de cada árbol –roble, serbal, arce, magnolia, araucaria, palmera, ceibo– es protagonista de una pequeña historia vital en la que intervienen otros personajes: el viento, el agua, la tierra, los pájaros, las ardillas. La condensación de un registro poético, en el que cada palabra cuenta y es aquilatada con precisión, se conjuga con unas ilustraciones exquisitas en los colores de la tierra, que juega con el plano y con la geometría de la naturaleza, y una paleta alta de colores cálidos y verdes intensos y variados para llevar a la página la exuberancia y la potencia de la vida que se renueva en el viaje de estas semillas.

Hay en las páginas de ¡A viajar, semillas! la fascinación por la maravilla de la vida en algo tan pequeño que lleva en sí la magnificencia de árboles enormes y fuertes, y de esa tenacidad que hace que una y otra vez el ciclo se repita para mantener las especies. Hay un mundo representado, con una geografía y un sentido de la colaboración entre unas especies y otras, entre unas fuerzas y otras, y un ritmo que, desde una suerte de estribillo –“dentro de un tiempo, van a brotar”– acompaña el crecimiento y la transformación para que cada semilla devenga árbol. Hay, también, información específica sobre cada árbol y su particular manera de esparcir su simiente, pero esta, siendo central, consigue ser vehículo de literatura y no lo contrario. En la última página, la autora plantea cinco preguntas en las que, en este caso sí, explícitamente, responde en un registro didáctico y que complementan de buena manera la experiencia inmersiva de la que acabamos de salir, como las semillas al viento, alentadas por el deseo de un buen viaje.

Una cosa rara y nada graciosa, de Giulia Sagramola. Periplo, 2022. 40 páginas. $ 890. ¡A viajar, semillas!, de Lorena Ruiz. Periplo, 2022. 48 páginas. $ 890.

Posibles links de ¡A viajar, semillas!

Vademécum de la Flora naturalis imaginaria. Un trabajo de Irene Singer y la Dra. Brenda Twiler, de Walter Binder e Irene Singer (Calibroscopio, 2021).

Margaret y la flor de la luna, de Cameron y Nat Cardozo (Criatura, 2022).

El jardín de Lili, de Cristina Macjus (Criatura, 2014).

Jardín ambulante, de Virginia Mórtola (Criatura, 2021).

Inventario ilustrado de los árboles, de Virginie Aladjidi y Emmanuelle Tchoukriel (Faktoría de Libros, 2012).


La Giganteca en Rastro

Este sábado y domingo, de 15.00 a 19.00, Gigantes estará presente en Rastro, el Bazar del Autor Uruguayo, que se llevará a cabo en la explanada de Cinemateca Uruguaya (Ciudadela entre Soriano y Canelones). Además de poder conseguir ejemplares de la revista, se invita a leer, jugar y pintar.

Va para clásico

El Centro Cultural Terminal Goes continúa con su ciclo El circo en la plaza, en la exterminal de ómnibus. Todos los sábados de octubre a las 16.00 habrá espectáculos circenses para disfrutar en familia, cada semana una propuesta diferente, organizado por Circodoacodo. El espectáculo es a la gorra.

Mundo de juguetes

Naves espaciales, soldaditos, muñecas antiguas, camiones, autos, trompos, máquinas de coser, un playmóbyl tamaño persona que recibe a los visitantes, y un larguísimo etcétera. Este sábado se inaugura el primer museo de juguetes antiguos de Montevideo, que reúne 25.000 piezas reunidas por el coleccionista Eduardo Balduccio y su hija Estefanía en años de búsqueda, investigación y de seguir el rastro de esos objetos que entrañan la infancia de distintas generaciones. El Juguetero abrirá este sábado sus puertas en 25 de Mayo 230 y estará abierto de martes a viernes de 10.30 a 17.00 y los sábados de 10.00 a 16.00. La entrada tiene un costo de $ 200 y los menores de 12 años no pagan.