Si hay un animal que se lleva bien con librerías y bibliotecas es el gato. Son frecuentes las fotos de estos calmos animales durmiendo en la vidriera soleada de una librería, o encontrando refugio entre los anaqueles. Misteriosos y blandos, mimosos y esquivos por partes iguales, no pocas veces han sido y son criaturas de tinta y papel. Y no es raro, claro, que al revisar la biblioteca empiecen a aparecer, desperezándose, mininos por todos lados. En tiempos en que El gato con botas: el último deseo está en cartel, viene bien un repaso por literatura gatuna.
El libro de los gatos sensatos de la Vieja Zarigüeya, de TS Eliot
Desde TS Eliot con El libro de los gatos sensatos de la Vieja Zarigüeya –está en distintas traducciones y ediciones; es muy recomendable la ilustrada por Edward Gorey editada por Nørdica– hasta Ursula K Le Guin con sus Catwings les han escrito a los pequeños felinos domésticos. Reunidos para su publicación en 1939, la mayoría de estos 15 poemas del autor estadounidense fueron escritos en cartas a sus ahijados Tom Farber y Alison Tandy durante la década de 1930, bajo el seudónimo de Old Possum (vieja zarigüeya), y permiten conocer una faceta diferente del creador de La tierra baldía. El humor, la reverencia, el desenfado y la imaginación se dan cita en las semblanzas de estos gatos de nombres singulares.
Gato Liam, de Jutta Bauer
La alemana Jutta Bauer rinde homenaje a su propia mascota en Gato Liam. Desde el punto de vista del animal, Bauer observa el mundo y a las personas y sus vínculos, y se mira en el espejo de la mirada inescrutable y severa del gato “grande, hermoso y rojo atigrado”. La comida, los juguetes, los ratones, los pájaros, los viajes, las obsesiones como el papel y hasta un posible cielo de gatos están bajo la lupa del animalito, además de una visión muy peculiar acerca del trabajo (el de los felinos, claro). Otro gato siendo gato en primera persona es el Diario de un gato asesino, de Anne Fine; difícil de conseguir por estos lares, vale la pena la búsqueda, absolutamente.
El gato que vivió un millón de vidas, de Yōko Sano
Uno de los mitos más firmes acerca de estos animales es el de que tienen siete vidas. La japonesa Yōko Sano lo lleva al extremo en El gato que vivió un millón de vidas, un título que ha marcado a sucesivas generaciones desde su publicación en 1977. Esta bellísima historia de amor cuenta sobre un hermoso gato atigrado que vivía una vida tras otra porque al morir volvía a nacer: “Un millón de personas lo había mimado y un millón de personas lo había llorado cada vez que moría. Pero el gato no lloró ni una vez”. Las diversas vidas del gato pasan como un caleidoscopio de posibilidades hasta que ese hiperbólico millón de ensayos lo dejan inerme en una vida verdadera cuando se enamora.
Señor Gato, de Blexbolex
A medio camino entre el Gato con Botas –la referencia al personaje de Charles Perrault es evidente desde el momento en que el protagonista de este libro calza unas brillantes botas rojas que el azar le coloca en sus pies– y la picardía de Don Gato, el felino negro de este cuento, después de volar por los aires al ser echado a la calle, debe agenciárselas para sobrevivir y eso hace, valiéndose de su ingenio y con la premisa de que de todo lo malo puede sacarse algo bueno. En Señor Gato, con una ilustración retro que se vale de líneas simples y un uso decidido del color, Blexbolex propone una pareja dispareja formada por el felino y un cándido conejo rojo al que salva de la muerte, investido de héroe obligado con botas y sombrero. En una peripecia en la que la arrogancia del gato es puesta a prueba en una serie de tropiezos nada elegantes, presumirá de su independencia, pero no tendrá reparos en perderla (ni en cambiar de color) a cambio de mimos y comida, en una historia deliciosa, en la que el contrapunto entre los diálogos y los comentarios del narrador aportan el humor y la ironía que son su tónica.
Santa Fruta. La historia de un cactus y un gato, de Delphine Perret y Sébastien Mourrain
En un juego de espejos, Delphine Perret y Sébastien Mourrain construyen las historias paralelas de un cactus solitario del desierto de Colorado y un gato flaco e incomprendido que conforman Santa Fruta. La historia de un cactus y un gato. La improbable amistad de estos dos personajes comienza tras un cruce fortuito. La vanidad de los humanos y la incomprensión de los deseos del otro son interpelados bajo la mirada de este gato que por fin encuentra su lugar en el mundo y a su compañero ideal: lo único mejor que echarse a dormir junto al radiador de la cocina que haya podido encontrar.
Mi gato, de Séverine Assous
Seguramente, Séverine Assous no haya leído Buscabichos; quizá ni siquiera sepa de su existencia. Salvando las distancias, hay en Mi gato algo de la búsqueda del personaje de Julio C da Rosa. La protagonista es una niña que quiere tener un gato, pero sus padres no se lo permiten. La narración en primera persona en la voz de la niña acentúa la distancia entre el mundo y las preocupaciones de los adultos y los intereses de la protagonista, que comienza por nombrar a su mascota para darle realidad y tiene la experiencia de cuidar a un animalito cuando encuentra un pájaro herido durante las vacaciones. El final, inesperado, propone la reflexión sobre la libertad, en una clave similar a La jaula, de Germán Machado y Cecilia Varela.
Quiero un gato, de Tony Ross
En un tono similar al anterior –por lo menos como premisa inicial–, Quiero un gato, de Tony Ross, parte del deseo firme de una niña por tener un gato. También aquí se choca contra la negativa de los adultos. En un homenaje a los monstruos entrañables de Maurice Sendak, la protagonista decide ser ella misma un gato, ya que le niegan tener uno, y se disfraza y comienza a comportarse como tal –también hay aquí una guiñada a Yo y mi gato, de Satochi Kitamura–. El absurdo y la idea inicial puesta a prueba hasta el final llevan a un desenlace seguro, pero… la última página mostrará que no existen caminos cien por ciento seguros en la narración ni en el deseo.
Mi gato, el más bestia del mundo, de Gilles Bachelet
Y para terminar: para gatos que no son gatos (o tal vez sí), Mi gato, el más bestia del mundo, de Gilles Bachelet, editado recientemente por la argentina Calibroscopio, es toda una reflexión sobre la identidad. El contrapunto entre el texto y la ilustración es la clave de este libro donde el humor, la ironía y la ternura son protagonistas, que se enriquece, además, con una mirada a las artes visuales. Tiene, cómo no, una segunda parte en Las novedades de mi gato.