Aunque se sigue repitiendo aquello de “nunca una adaptación de videojuego al cine o la televisión ha salido bien”, creo que ya podemos descartar esa muletilla con varios ejemplos que demuestran lo contrario, como The Last of Us, Twisted Metal y Fallout, por nombrar sólo tres series recientes. Pero si todavía alguien anda con ganas de discutirlo, Arcane, la serie animada que podemos ver en Netflix, no deja dudas.
Arcane es una de las mejores series –animadas o no– estrenadas en años recientes. Aquí el videojuego adaptado es el League of Legends, del género multijugador de arena de batalla en línea, que como nunca he jugado ignoro cuánto de él se ha trasladado a la pantalla. En todo caso, Arcane se orquesta como la clásica historia de “ricos contra pobres” o “los de arriba contra los de abajo” al presentar dos ciudades (o una muy segmentada) separadas por un río, por lo que es muy fácil entender y conectar con su concepto.
Por un lado, está la pujante y luminosa Piltover, con sus torres brillantes al sol, sede del consejo universal que rige el mundo conocido y baluarte de la ciencia y la tecnología; por otro, está Zaun, un lugar oscuro, miserable y peligroso que, para colmo, años atrás se levantó en contra de sus vecinos y hoy vive bajo su sometimiento.
Nuestras protagonistas serán dos hermanas. La mayor, más recta y aguerrida Vi, y la menor, desquiciada y completamente impredecible Jinx (antes conocida como Powder). La primera temporada las presentó unidas por la desgracia que las dejara huérfanas y luego separadas por más desgracias (como se verá, no es un relato que ande corto de tragedias). De algún modo, a lo largo de la tanda de episodios pasada, ambas hermanas terminaron representando ambas ciudades: Vi, a la luminosa, tecnológica y fascinante Piltover; Jinx, a la peligrosa, resentida y violenta Zaun. Como la guerra entre ambas ciudades se hace franca y directa al culminar la temporada, no cabía esperar una reconciliación para esta segunda que acaba de terminar su andadura.
Sin embargo, en una jugada narrativa brillante, Arcane explota y redimensiona los conflictos iniciales a partir de un nuevo viaje narrativo. Como las cosas aquí nunca serán blanco y negro, Vi termina no tan convencida de que apoyar a Piltover fuera lo correcto –y el propio consejo de la ciudad, o lo que queda de él, toma a su vez varias decisiones cuestionables–, mientras que Jinx atraviesa una suerte de redención, por así decir, y se convierte a su pesar en una heroína para Zaun, un ejemplo de construcción de “desquiciada que se torna modelo” (un desarrollo mucho más torpe de la misma idea es el de Todd Phillips con Guasón).
El anuncio de que esta segunda temporada sería la última (ante el cierre del departamento de animación de Netflix, que dejó varias gallinas sin cabeza) se torna notorio en cierto apuro o prisa que los realizadores ponen a la hora de encaminar el conflicto a una gran batalla final a la que llegamos no del todo involucrados. También resiente un poco el desarrollo de los personajes secundarios (que era impecable hasta ahora) e incluso algún tropezón de ritmo (ese episodio 7 compuesto de un largo flashback anticlimático en ese momento de la historia).
Sin embargo, esto, sumado a alguna resurrección molesta de algún personaje que estaba bien muerto y enterrado, no perjudica en lo absoluto el disfrute de una aventura compleja, plena de situaciones políticas, bélicas, sentimentales y filosóficas (hasta se torna tan volada que da gusto, con sus reflexiones científicas y existenciales). Porque, además de todo, la animación es una maravilla inconmensurable, que narra en todos los estilos animados que necesita, recrea un mundo alucinante y construye una narración en sí misma, logrando quizá el mejor ejemplo actual televisivo de serie animada.
Arcane cierra así su relato y lo cierra allá arriba, dejando incluso abierta la puerta a nuevas interacciones del universo de League of Legends en otras series animadas. Ojalá que así sea.
Arcane, segunda temporada. Nueve episodios de 45 minutos. En Netflix.