Dentro del cine de terror abundan los subgéneros y el de “cuando los animales atacan” es particularmente popular, sobre todo a partir de la pesimista década de 1970, cuando todo salía mal y no veías un final feliz ni que vinieran degollando. Pero las arañas, esos artrópodos con tanta mala fama cuando son bastante inofensivos en general, supieron aterrorizar nuestras pantallas desde mucho antes.
Ya en 1955, la paranoia nuclear posguerra nos traía Tarantula!, del gran maestro de efectos especiales Jack Arnold, en la que el arácnido que le daba título crecía hasta niveles estilo kaiju por los efectos de pruebas de bombas atómicas y terminaba asolando Arizona. Más adelante, en 1977, llegaba el thriller ecologista, El reino de las arañas, donde el abuso humano de los recursos de un valle (nuevamente en Arizona, zona castigada por las arañas si las hay) ponía a decenas de miles de tarántulas en pie de guerra. Pero si hablamos de cine de arañas, no hay mayor ejemplo, por popularidad y calidad, que Aracnofobia, realizada en 1990 por Frank Marshall con producción del infalible Steven Spielberg, combinación perfecta de comedia y terror, efectos prácticos y muchos artrópodos descontrolados.
Este año las arañas volvieron por sus fueros a nuestras pantallas y lo hicieron por partida doble. Primero fue la espectacular y salvaje película francesa Vermines (o La plaga), alegoría social y película de monstruos todo en una, en la que un enorme edificio parisino se ve aislado por una mutación muy particular de arañas africanas (lamentablemente, esta película no llegó a nuestros cines ni todavía a ninguno de los servicios de streaming disponibles aquí), y luego la pequeña producción australiana que nos ocupa: en Sting la araña no es una simple araña y el horror se combina desvergonzadamente con el mejor humor negro.
Dentro de la producción reciente de género en Australia –u ozploitation, como se la conoce por allá–, el director y guionista Kiah Roache-Turner se destaca por derecho propio. Tanto por su díptico de zombis en wasteland a lo Mad Max (Wyrmwood: Road of the Dead, 2014, y Wyrmwood: Apocalypse, 2021) como por la divertidísima Nekrotronic (2018), disponible en Max, Roache-Turner abreva de lo mejor que ha dado la producción de género de su país (y aledaños, porque hay mucho del neozelandés Peter Jackson en su mano, sobre todo su obra temprana y más gore) y lo presenta con estilo propio, personajes esperpénticos y mucha mala leche. Aquí, por aquello de que la práctica hace al maestro, brinda la que es hasta ahora su mejor película.
Nuestra historia se ambienta en Nueva York (supongamos, porque está filmada en Australia y de la ciudad sabremos sólo el nombre) durante un invierno muy crudo. Tanto, que el edificio donde habitan nuestros protagonistas se encuentra prácticamente aislado, con serios problemas de calefacción y, pronto, de plagas. Pero la plaga en cuestión no es una común, como vemos nosotros los espectadores en la primera secuencia de la película, puesto que cae desde el cielo directamente del espacio y, aunque aparenta ser una araña, es en realidad algo por completo ajeno a nuestro planeta.
Esto no lo sabe Charlotte (Alyla Browne), nuestra joven protagonista, quien es una de los escasos ocupantes del edificio junto a su familia, y la que adopta a la araña –o aralien, como le podríamos decir– como mascota, la bautiza Sting y comienza a apreciar sorprendida su crecimiento a medida que la alimenta dentro de una pecera. Por supuesto, la comida que le da Charlotte no será suficiente para Sting y como no es una araña sino un jodido alien, no tendrá problemas en A) salir de la pecera y B) crecer hasta alcanzar un tamaño descomunal.
Así, al acompañar en sus desventuras invernales a los protagonistas –Charlotte y su familia, algún vecino y un desventurado exterminador convocado para una tarea que lo supera con creces– tendremos una aventura de horror y mucho humor negro. Quizá no sostenga el nivel hasta su final (termina de un modo convencional, digamos), pero bien que entretiene todo el trayecto, a pesar de su escasa producción. Además, brinda un monstruo tan temible que conviene mantener lejos de la pantalla a todos los aracnofóbicos.
Sting: araña asesina. 92 minutos. En cines.