Cuando se habla de personajes literarios adaptados al cine (o a otros medios) se menciona siempre a Drácula y Sherlock Holmes, puesto que ambos cuentan con numerosas adaptaciones. Sin saber la cifra exacta, me juego a que el Zorro no les va en zaga: el personaje nos acompaña desde tempranas épocas en cine, supo tener una de las más populares series de televisión y constantemente libros e historietas lo recuerdan.
Creado por Johnston McCulley en 1919 a partir del relato La maldición de Capistrano, el Zorro se configuró rápidamente como uno de los más importantes héroes pulp –llamados así por su publicación en revistas de papel pulpa– y prototipo para todos los superhéroes que llegaron después: identidad secreta, traje, escondite, habilidades particulares. En especial, el Zorro fue inspiración directa de Batman, cuya historia lo homenajea desde el origen (los padres de Bruce Wayne son asesinados saliendo del cine luego de ver una película del Zorro).
Por si alguien lo desconoce, el Zorro no es otro que don Diego de la Vega, un joven de la aristocracia novohispana durante el período mexicano de California (1821-1846), quien junto a su sirviente mudo Bernardo lucha contra las injusticias cometidas por las autoridades y defiende a los oprimidos ante los poderosos.
El personaje fue tan popular en las revistas literarias que sobrevivió a su creador: protagonizó más de 60 relatos, los últimos publicados en 1959, cuando McCulley ya había fallecido. Luego, y ya por fuera de las revistas pulp, ha tenido presencia literaria constante hasta nuestros días: ha habido plumas de todo el mundo en el relato de sus aventuras, entre ellas algunas tan reconocidas como la de Isabel Allende. Esto sin contar su presencia constante en las historietas, tanto con la adaptación definitiva a cargo de Alex Toth (que trasladaba a las viñetas la legendaria serie de Disney) como, en años más recientes, trabajos a cargo de Matt Wagner, Quentin Tarantino (quien lo hizo protagonizar una aventura junto a su personaje Django) y actualmente Sean Gordon Murphy, quien lo trajo a nuestro presente.
Sin embargo, es el cine lo que rápidamente consagra al personaje. Douglas Fairbanks y Mary Pickford fueron quienes descubrieron los relatos de McCulley y compraron los derechos tempranamente en 1920 –apenas un año después de la creación del personaje–, cuando estrenan una de sus encarnaciones más populares, La marca del Zorro, que Fairbanks produce, escribe y protagoniza. El éxito fue tan pero tan grande que el título de aquel relato fundacional cambiaría al de la película en siguientes ediciones.
Ese fue el disparo de largada de las adaptaciones a la pantalla grande, que continúan hasta nuestros días. Tyrone Power lo encarnó en la remake de La marca del Zorro en 1940 (y se volvió quizá la versión más reconocible del personaje en cine), para luego pasar por manos de varios actores más, llegando hasta Antonio Banderas en el imaginario reciente. Por el camino, no le fueron ajenas las versiones diferentes: hermanos que aparecían de la nada a encarnar al Zorro (el hermano gay interpretado por George Hamilton, que se vestía, obviamente, de rosado) o versiones eróticas (que pudimos ver en estos pagos gracias al desaparecido canal I-Sat).
No sólo en Estados Unidos tuvo sus adaptaciones. El personaje se volvió rápidamente popular en muchas partes y cuenta con versiones mexicanas, españolas, francesas (con Alain Delon en el rol protagónico), italianas (una de ellas con el mítico uruguayo George Hilton, nada menos), turcas e indias.
Pero si hay una versión mítica que compartimos todos –al menos los latinoamericanos– es la de la serie de televisión Zorro (1957-1959), producida por Disney y encarnada por el protagonista definitivo: Guy Williams. Allí está todo lo que hace al personaje reconocible e identificable hasta el día de hoy, la vara con la que se mide cualquier otra adaptación: su proceder, su universo, su caballo Tornado, la marca de la zeta, sus enemigos Monasterio y El Águila, el sargento García, Bernardo; en fin, todo lo que Johnston McCulley había puesto en sus textos y más (incluida una canción increíble que es imposible no cantar hasta el día de hoy), al punto de volverse el canon absoluto e indiscutido del Zorro.
Aunque esa no fue la única versión televisiva (hay una animada bastante recordada también), es frente a ella que se mide la serie creada por Carlos Portela y que hoy día llega a nuestro alcance en Prime Video.
Menos telenovela
Hay en esta nueva Zorro un espíritu festivo y mucho de la literatura pulp del origen del propio personaje, pero también hay mucha atención a la encarnación de Disney, aunque aquí todo sea más violento. Ante el asesinato de su padre, don Alejandro de la Vega (un desaprovechado Luis Tosar, con tres escenas en los diez episodios), Diego (Miguel Bernardeu, quien cuesta en un principio pero se le va agarrando cariño) regresa a México desde España para darse de frente con una enorme conspiración que no sólo le ha costado la vida a su padre sino que hace peligrar el destino de California toda.
Elegido por un elemento místico –quizá lo más novedoso de esta versión– para encarnar al Zorro, Diego acepta hacerlo para descubrir a los asesinos de su padre y luego entiende que en el México colonial esta figura tiene funciones más nobles y necesarias, como defender a los oprimidos e impartir justicia.
Mientras la serie se centra en eso –en las aventuras del Zorro, digamos– le va bastante bien, con buenas secuencias de acción y un constante agregar peripecias para que el personaje las supere (¡indígenas! ¡chinos! ¡rusos! ¡enemigos desde Estados Unidos! ¡una conspiración escondida entre los notables del pueblo!). El problema es la telenovela que se impone en el arco romántico, que pone a Diego en uno de los vértices del triángulo amoroso que se dará junto a Lolita (Renata Notni), un amor de su juventud, y el mismísimo capitán Monasterio (Emiliano Zurita, en una novedosa encarnación del personaje, recto y decente). Todas las idas y vueltas a este respecto, que ocupan bastante espacio de la narración, se sienten como una pérdida de tiempo y como indefinición sobre el rumbo de la historia (como pasaba, menos, en otra reciente producción española de Amazon, El Cid).
Si sumamos que la producción por momentos queda corta y que varias de las actuaciones son limitadas –no es el caso de Paco Tous como Bernardo, el Claudio Rissi que les tocó a los españoles por padrón, quien es excelente sin decir una sola palabra–, Zorro es de a ratos una serie ardua de seguir. A golpes de ingenio y sorpresas impulsa su trama, pero se empantana no pocas veces en idas y vueltas románticas sin sentido que cansan incluso al más paciente, y tiene momentos estupendos de realización contrapesados por otros que dan vergüenza ajena.
Como sea, y en espera de la confirmación de una posible segunda temporada, tendremos Zorro televisivo para rato, puesto que ya están confirmadas dos adaptaciones más del personaje en la pantalla chica: una nuevamente a cargo de Disney con Wilmer Valderrama en el papel principal, reinventado para nuestro presente, y otra –que se siente mucho más inspirada– francesa, con Jean Dujardin en la piel de un veterano Zorro que vuelve a la acción en 1840.
Zorro. Diez capítulos de 50 minutos. En Prime Video.