Si tu consumo televisivo se reduce a aquello que aparece en las plataformas disponibles en nuestro país, seguramente Nathan Fielder haya entrado en tu radar hace poco. El gran desembarco de este actor y comediante canadiense se produjo en 2022 con El ensayo, un experimento de telerrealidad que partía desde un objetivo aparentemente inocente: permitir a las personas ensayar una situación antes de atravesarla. Podía ser una conversación reveladora o la maternidad.

A partir de esa premisa, Fielder y su equipo de producción nos volaron la peluca con un despilfarro de dinero utilizado para construir edificios enteros, desde bares hasta apartamentos, en busca de que el ensayo de marras se realizara en condiciones lo más parecidas posible a las reales. Eso también incluía actores haciéndose pasar por los interlocutores (y hasta por los hijos), con nuevas puertas que se abrían a lo largo de los episodios, como cuadros dentro de cuadros al costado de cuadros en diagonal a otros cuadros.

Un año después desembarcó en Paramount+ Nathan for You, serie anterior a El ensayo que permitía entrar al fielderverso por un camino más directo. Su rol era el de un experto en marketing que proponía levantar el perfil de los más diversos comercios, siempre pensando fuera de la caja, aunque en algunos casos lo único que había fuera de la casa era confusión y ridiculez.

La maldición (The Curse), pese a tratarse de una ficción hecha y derecha, tiene elementos de esa mezcla de realidad y manipulación de sus trabajos anteriores. Por ejemplo, la historia está ambientada en el mundo de los reality shows y el trío protagónico controla un programa delante y detrás de las cámaras.

La serie fue creada por Fielder junto a Benny Safdie, quien coescribió y codirigió Diamante en bruto, aquella película con Adam Sandler capaz de generarnos ansiedad instantántea. El primero interpreta a Asher, un bueno para nada que pretende encabezar uno de esos programas de mejorar la casa, con una vuelta de tuerca ecológica y comprometida. Safdie es Dougie, el productor y director del programa, con muchísimos menos escrúpulos.

Ellos, como el resto del elenco, giran alrededor de Whitney, la conductora por naturaleza: es la despiadadamente sutil heredera de un turbio imperio inmobiliario que pretende limpiar su nombre sin dejar de recibir la atención de papi y mami. Este papel corona a Emma Stone (si es que aún quedaban dudas) como una actriz todoterreno, capaz de brillar con la intensidad y la longitud de onda que le pidan.

Flipanthropy, nombre que juega con la filantropía y eso de comprar casas para luego venderlas más caras, es un proyecto que podría devolverle la vida a la golpeada ciudad de Española, en Nuevo México. Las casas reducen al mínimo el gasto de energía y la producción se compromete a reinvertir en la zona y dar trabajo a quienes puedan ser víctima de gentrificación. Sin embargo, como el Parque Jurásico de las novelas y películas, se vuelve un sistema tan complejo que el caos se desata y cada esfuerzo para reencauzar el rumbo es más difícil y más caro.

A esto hay que sumarle que Asher está convencido de que una niñita proveniente de una familia de bajos recursos le echó una maldición, que sería la verdadera culpable de todo lo malo que le ocurre. Así que mientras queda cada vez más pegado frente a las cámaras, trata de expiar sus culpas ayudando a unos pobres diablos (lo de diablos no es para tomar en forma literal).

Culpa es una de las palabras clave de la serie, ya que los acomodados caucásicos quieren dormir tranquilos por las noches y para ello se desviven por las personas a las que supuestamente están ayudando, aunque con la misma mano que los levantan están contando los billetes que llegarán con el éxito televisivo.

La otra palabra clave es incomodidad. Esta es una serie incómoda desde la banda sonora hasta los reflejos extraños en las paredes de las casas autosustentables, pasando por la relación entre la pareja que conduce, que atraviesa problemas de alcoba (entre otros), agravados por el micropene de Asher, que veremos en primer plano en uno de los episodios. Incluso cierta lentitud a la hora de contarnos lo que sucede nos podrá poner los pelos de punta.

La serie no toma los caminos más obvios de la narrativa, pero tampoco es un producto onírico. Estamos incómodos porque no sabemos hacia dónde irá la historia, y para cuando llegamos al último episodio, que se volverá inolvidable para cualquier espectador que se precie de tal, quedaremos ya sea aplaudiendo o desesperados por ver algo bien cuadradito al estilo C.S.I.. O las dos cosas.

La maldición. Diez episodios de entre 40 minutos y una hora en Paramount+.