George RR Martin popularizó en el mundo entero las historias de intriga palaciega, las decisiones que se toman en la mesa chica, las diferentes facciones de un reino en lucha intestina o uniéndose en contra de un enemigo en común (“porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”, cantaba el gaucho Martín Fierro). Sus mundos verosímiles, al menos hasta el regreso de la magia y los dragones, prometían igual cantidad de violencia y de sensualidad, porque el poder requiere la primera y está muy relacionado con la segunda. Nos acostumbró a seguir las vicisitudes de una docena de personajes, a veces con nombres similares, y a prepararnos para que en cualquier momento alguno de ellos abandonara el tablero de la forma más terrible que se pueda imaginar.
Todo esto en referencia a su saga de novelas Canción de hielo y fuego, llevada a la televisión con el nombre del primer volumen, Game of Thrones, de 1996. Y pese a los mencionados condimentos fantásticos, había en la obra de Martin una fuerte inspiración en acontecimientos históricos como la Guerra de las Dos Rosas, que enfrentó a los Lancaster con los York entre 1455 y 1487 en Gran Bretaña.
Unos años antes de que apareciera la saga de Martin, en 1975, James Clavell había publicado la novela Shogun, inspirada en forma todavía más directa en lo ocurrido en Japón en los siglos XVI y XVII, sobre el fin del período Azuchi-Momoyama que daría inicio al período Edo. Esto no es necesario saberlo, como tampoco lo de las Dos Rosas, pero una zambullida en Wikipedia sirve para disparar el interés.
Esta novela fue adaptada en una miniserie protagonizada por Richard Chamberlain y emitida por Canal 10 en la década de 1980; recuerdo muy poco de ella por mi edad. Pero me llamó la atención el estreno de una nueva adaptación, en la plataforma Star+ (que en pocos días será absorbida por Disney+), y me encontré con los condimentos que tanto caracterizan a los tronos y dragones de Martin, pero con otro ritmo y definitivamente sin dragones.
Shogun, la nueva serie, es un producto cuidado hasta en el más mínimo de los detalles. Desde la introducción que refiere a otras series del estilo (como las mencionadas), hasta los valores de producción, el guion y las actuaciones. Es una de esas series a recomendar, y que si hubiera sido estrenada en HBO los domingos de noche hubiera sido motivo de conversación los lunes en las redes sociales.
Se vive un período tumultuoso debido a la muerte del Taiko, quien dejó el poder a cinco regentes hasta que su hijo llegue a la mayoría de edad. Estos cinco perfectamente podrían ser cabezas de las casas de Juego de Tronos, pero con mucha más paciencia y comportamiento pasivo-agresivo. Complotan entre ellos, pero nosotros siempre estaremos del lado de Yoshii Toranaga, porque es el menos malo de todos y porque Hiroyuki Sanada se los come en dos baozis (un tipo de pan, según Google).
Los cuatro están por dar el gran golpe a Toranaga, pero la llegada de un marinero inglés llamado John Blackthorne (Cosmo Jarvis) sacude algunas estanterías. No porque no estuvieran acostumbrados a tratar con occidentales, pero hasta ahora se limitaban a portugueses que comerciaban con ellos después de dividirse el mundo con los españoles en el Tratado de Tordesillas, cosa que los japoneses ignoraban por completo. Y de paso, “tomá la Biblia”, como cantaba Divididos.
Toranaga decide aprovechar los conocimientos de este outsider y designa a Toda Mariko (Anna Sawai) como traductora. Estos tres personajes son las tres puntas de lanza de un elenco cargado, que incluye a los otros regentes, aliados, personajes de lealtad dudosa y un montón de trabajadores que, como sucede en cualquiera de estas historias, suelen ser carne de cañón por las decisiones que toman los de arriba.
A lo largo de diez episodios, de ritmo algo más lento que el del juego y las casas, veremos cómo Blackthorne hace un curso acelerado de idiosincrasia oriental, porque esa gente les da un valor al honor y la vergüenza que supera al de la vida humana. Por eso, a lo largo de la temporada, seremos testigos de numerosos seppukus (o harakiris, como los conocimos siempre).
La trama ordenada nos permite entender lo que sucede, las actuaciones (Sanada y diez más) atrapan, y realmente uno se mantiene enganchado esperando saber cuál es la próxima cabeza en rodar o panza en ser abierta. También tiene sensualidad, pero menos que George RR Martin. Y prometen continuaciones que irán más allá del texto original... y a George RR Martin ya sabemos cómo le fue.
Shogun. Diez episodios de alrededor de una hora. En Star+... mientras exista.