Según Carmen Morán, la magia de la televisión consiste en “no ponerle cartón a lo que no lo necesita”: una receta que su madre, Cristina Morán (1930-2023), adquirió justo antes de inaugurar la tevé uruguaya. “Sé tú misma”, le había aconsejado su colega Raúl Fontaina.
Carmen dice que nunca tendría un agente de prensa; un poco, por todos sus años como gestora y artífice de sus propios proyectos, y otro poco, por su familiaridad con el medio artístico televisivo, de toda la vida.
Por estos días, la actriz, directora, comunicadora y cantante prepara La Morán de noche, un late night show que se podrá ver en la pantalla de Canal 5 a partir de setiembre. No hace mucho volvió a cantar sobre un escenario y a recuperar su rutina habitual de agitada agenda. Sobre otros regresos, duelos y nuevos impulsos, Carmen Morán conversó con la diaria.
¿Qué podés adelantar del programa nocturno que vas a conducir?
Va a ir de lunes a jueves, al cierre de la programación. Y quiero que sea algo muy fresco, muy descontracturado. Mi idea del programa es poder ser muy yo, muy de la manera en que la gente no me conoce realmente. Porque muchas veces es difícil mostrarse como uno es.
En el teatro estás detrás de los personajes.
Claro. Acá como actriz, nunca. Donde me muestro tal cual soy es cuando hago mis espectáculos musicales. Ahí soy yo porque no hay guiones, no hay nada, y los espectáculos los armo yo con textos que me llegan, que tienen algo que ver con mi vida, con mi historia, que hablan de cosas que me importan.
Supongo que este programa en Canal 5 se presenta como una oportunidad ideal para sacarte gustos.
Sí, lo captaste perfectamente. En este programa quiero darme gustos. Voy a tener un piano para cada vez que tenga ganas de cantar. Todavía no puedo anunciar quién será el pianista. Y quiero que el programa tenga humor, quiero reírme y que se rían conmigo los que vengan de invitados. Quiero que la gente se ría. Siento que falta risa, y risa inteligente. Porque la carcajada por la boludez está, la conseguimos muy fácil. Pero la risa cuando surge de un humor inteligente o de cosas interesantes... Falta eso.
Tenés una carrera muy extensa en el teatro. Quisiera saber sobre algunos lugares donde trabajaste mucho: El Tinglado, el Notariado.
Los dos son muy importantes, pero El Tinglado me genera un amor muy particular, una conexión, por varias cosas. Una es porque me llevaba mamá a ver obras para niños y allí estaba una obra que se llamaba La vaquita cuadrada. Me encantaba. Evidentemente ya tenía el amor por la repetición, que es lo que hacemos los actores. Las funciones, ciertamente, no son siempre iguales, pero hay algo de la repetición que siempre me atrapó. Entonces, yo fui a esa obra no sé cuántas veces, quería verla muchas veces, me encantaba. Al final mamá, de tantas veces que me había llevado, directamente me dejaba en el teatro y se iba a hacer cosas. Yo recuerdo de subir al escenario y de correr con otros niños en el momento en que nos dejaban. Ese es el primer acercamiento que tengo a treparme a un escenario y a querer estar muchas veces haciendo lo mismo y lo mismo.
Pasa el tiempo, estaba en el liceo todavía, cuando me llaman del teatro El Tinglado. Yo hacía algo de actuación en el colegio, pero no sabía nada. Era Alfredo Gallego de la Peña, para invitarme a hacer El avaro, de Molière. Con la inconciencia de ese momento –tenía 17 años–, fui y cumplí con mi papel, que era una damita. El Gallego enseñó todo: cómo mover las manos y cómo decir, esa manera de decir del teatro de Molière.
Después trabajé muchas veces en El Tinglado. Recuerdo personajes hermosos como cuando hicimos Un enemigo del pueblo, con Juan Leirado, o el de Maldito.
Siempre estás metida en muchos proyectos, ¿no?
Sí, es verdad. Aunque después de la muerte de mamá estuve bastante quieta. Mi mamá murió el 22 de setiembre; yo en esa época normalmente siempre estoy preparando lo que voy a hacer en verano. Y no preparé nada. Estaba con la convalecencia de mamá. Después murió y no tenía ganas de nada y me decidí a no hacer nada. Hice las últimas funciones con Juan José [Zeballos, pianista] de Quereme así piantao y me quedé así, piantada, y después ya no pude seguir.
Además, una de las cosas que más me costaron fue volver a cantar. En el proceso del duelo tuve un bloqueo de la voz. Era la primera vez que me enfrentaba a la muerte, y siendo tan grande. Mis abuelos murieron cuando yo era chica, entonces era algo nuevo para mí.
¿Cómo lograste volver a cantar?
La manera de soltar el dolor que encontré fue sacándomelo de arriba y en contacto con la naturaleza. Después que murió mamá, y hasta abril, salía a caminar ocho kilómetros por día por la playa. Pero mal, loca, sin parar. Era lo que me hacía bien. El mar me hace mucho bien. Yo vivo por El Pinar y la playa me recarga las pilas. En ese momento estaba tomando unas clases de perfeccionamiento vocal y las tuve que cortar porque no podía encararlas.
Cuando está por terminar el verano me proponen hacer el espectáculo Tributo a Cristina Morán. Pensé: “No sé si voy a poder”, pero a la vez la idea de volver a cantar, con canciones e historias que nos unían con mamá, me cambió la rutina. Ahora iba a la playa, pero también a caminar y cantar.
Me iba a lugares súper solitarios –a la desembocadura del arroyo Pando, por ejemplo–, cantaba y me grababa con el celular, y despacito se fue armando el espectáculo. Fue un proceso muy removedor, de reencontrarme con fotos, audios de ella, fotos de las dos juntas, pero así salí de la oscuridad hacia la luz.
En una etapa de la carrera de tu madre, cuando ya no era tan convocada por los medios, las dos emprendieron muchas cosas juntas. Da la impresión de que la decisión sirvió para impulsar las carreras de ambas.
Yo creo que sí, aunque no fue tan meditado, pero también coincide con mi divorcio. En ese momento tuve más disponibilidad y más ganas. Mamá estaba laburando en teatro, tenía una productora, y en determinado momento me dijo: “No entiendo por qué no sos vos mi productora”. Yo ya había tenido varias experiencias como productora y gestora en diferentes rubros, y además había laburado con ella en Canal 10, al principio de todo. Es decir, sabía cómo producir un espectáculo, y ella confiaba mucho en mí.
A ella le gustaba la gente formada. Tal vez porque ella no había tenido esa oportunidad. En su época la gente salía directo a laburar, y, además, con su carácter, ya de chica, le había dicho a la madre y al padre que ella quería trabajar.
“Una de las cosas más difíciles es andar por Montevideo. Volver a los lugares que compartimos. Nosotras andábamos mucho juntas. La ciudad es mi vieja, es el teatro y el tango”.
Además del vínculo madre-hija, terminaron siendo socias.
Era así. Y funcionaba muy bien, porque yo cubría áreas que ella no podía cubrir, como el área comercial, salir a buscar sponsors y la dirección de los espectáculos. Y era muy dócil: si bien tenía ese carácter fuerte, el director era el director. Es decir, era súper profesional.
Ella escribía, hizo un unipersonal que a mí me gustó mucho, Octogenaria ¡tu abuela! Fue genial cómo mamá manejó el humor en esa obra, y la cercanía con la gente, era la rotura total de la cuarta pared. Estaba en su máximo potencial, con una gran noción de los tiempos escénicos, de los pasos y los tiempos de la comedia. Yo no me aburría nunca de verla.
Si tuvieras que rescatar una noche juntas en el escenario o después de la función...
Ahora, para mí, una de las cosas más difíciles es andar por Montevideo, ¿sabés? Volver a los lugares que compartimos. Nosotras andábamos mucho juntas. Montevideo es mi vieja, es el teatro y el tango. Yo hace muchísimo tiempo que vivo en El Pinar, entonces Montevideo era el laburo de mi vieja.
Recuerdo miles de noches, siempre después del teatro. A mamá le encantaba salir a comer, le encantaba ese ritual de los actores, de juntarse después de la función a tomar algo. Y cumplíamos siempre con ese ritual. Cuando estábamos en el Teatro del Centro, íbamos al bar San Rafael.
La otra obra que destaco, y fue la última que hicimos juntas, fue La pipa de la paz, junto con Hugo Giachino. Eso fue impresionante. Hermoso todo. Un texto increíble de Alicia Muñoz. Hicimos gira por todo el país. Ese es otro capítulo.
También recorrimos el país con De tangos y versos, esa fue una experiencia alucinante. Yo cantaba y ella decía textos, con la compañía de un guitarrista y un bandoneonista.
La poesía y el tango son dos de tus pasiones, pero además sos una defensora de los decidores, como Hamlet Lima Quintana.
Hubo dos personas que me acercaron a ese mundo: Cipe Lincovsky, que hacía café-concert y decía unos textos impresionantes, y Susana Rinaldi, que combinaba a la perfección su formación de actriz con la de cantante. Era una locura verla. La seguí por todos lados, y llegó a tener una amistad con mamá. En algún momento me dije: “Yo también quiero hacer eso”.
A mí me encanta la mezcla de poesía y música. Hoy parece que ya nadie dice textos. La gente se olvidó de la poesía.
¿Cómo llegaste a Gardel?
A mí me gusta el tango de los años 40, 50. Me gusta Homero Manzi, Discépolo. Y Gardel fue mi primer acercamiento a esa música. Lo amo. De chica, había momentos en casa en que estaba sola. Era una época en que vos podías dejar a tu hija sola, al cuidado de una vecina. Mi vieja se tuvo que acomodar como mejor pudo a un hogar monoparental. Mi viejo nunca apareció. O sea, mamá se casó con mi viejo, me tuvieron a mí y a los tres meses le dio el ultimátum. Fue: “Si esto no se acomoda, afuera y bailando”. Mi vieja, transgresora. Dijo: “Bueno, la voy a criar sola”. Primero se fue para la casa de los padres, al tiempo se mueren mis abuelos y mamá se queda como huérfana de todo para cuidar a su hija. Entonces, bueno, tenía una niñera que venía algunas horas, algunos días, cuando no estaba en el colegio. Pero un día le dije a mamá que no quería que me cuidara nadie, que yo me quería quedar sola. Y ella siempre me dio mucha libertad, basada en la confianza. Así me crio, de la misma forma como yo hice con mis hijos.
Cuando me dejaba sola, estaba gozada. Tendría diez años. Yo era feliz con mi perra y la casa llena de libros y discos. Así encontré a Gardel, Mercedes Sosa, Los Olimareños. Era una soledad muy feliz. Mamá tenía una grabadora de cinta y yo me grababa haciendo la locución de comerciales. Escucharme me resultaba mágico. Podía pasar horas.
¿Cómo tramitaste la ausencia de tu padre?
Lo hice con el perdón. El perdón es bastante sanador. Cuando tenés hijos te pasan muchas cosas, aprendés sobre la marcha, te equivocás, ahí comprendés un poco mejor las cosas. Por otro lado, me da más lástima por él. Se perdió una hija bárbara, ¿entendés? Era lo que tenía que vivir, pero sí creo que eso es una marca, que es la marca del abandono.
Como otras cosas en la vida, debe ser algo que te define.
Define todo. También esa tendencia a la soledad. Hay quienes dicen que la soledad puede ser adictiva. Mi vieja le había puesto un título a eso: amante muy celosa de la soledad. Creo que hay una dosis que está buena, ¿no? Pero no hay que aferrarse demasiado porque podés terminar mal.
El año que viene voy a hacer un monólogo, producido por Juan José Zeballos, con quienes somos grandes amigos, y se va a llamar Soledad. El texto tiene mucho que ver con decisiones mal tomadas, caminos elegidos, mal elegidos.
Mamá, por ejemplo, siempre decía que había elegido eso. Yo no creo que sea sólo un tema de elección. Es una mezcla de cosas, en todo caso: de elecciones y de circunstancias de la vida que te van dejando en ese lugar.
En mi vida lo tengo bastante claro. Por contraposición, estuve 26 años con una pareja, me separé en 2010, y después me volví a casar. O sea, yo rompí con todo lo que había vivido, con lo que estaba acostumbrada, que era un hogar solitario, mamá y yo. Las navidades las detestaba, ahora no, pero las detestaba porque sentía que era dañino pasar nosotras solas. Todo el mundo tenía grandes mesas llenas de nenes, a mí me encantaba eso, y mamá y yo, solas. Ella siempre le ponía muy buena onda, pero de grande me empecé a dar cuenta del asunto. Entonces, bueno, tuve tres hijos, me mudé a una casa grande. “Tapando los agujeros” se llama la película.
¿Cómo vivís esta etapa de tu vida?
Estoy bien, primero porque tengo el privilegio de que mis tres hijos que están sanos de la cabeza, algo que no es fácil en este mundo que vivimos. Y, además, soy abuela desde hace tres meses.
Ese dato no lo tenía.
Eso fue tremendo. Primero me dejó como congelada, porque se muere mi madre y el mismo día me entero de que voy a ser abuela. O sea, mi hijo llega del sanatorio con esa noticia y encuentra que su abuela se había muerto hacía diez minutos. Era la muerte de mi madre y la noticia del embarazo, y no podía sentir la alegría. Era como que tenía bloqueada la emoción. Me preguntaban qué sentía y era como que no sentía nada. Trataba de recordar lo que decía mi madre cuando tuvo su primera nieta, que estaba como loca, y yo no estaba como loca, no entendía lo que me pasaba. Y lo que me pasaba era que me tenía que dar tiempo, tenía que duelar, y yo no sabía cómo se hacía.
Mi gran duelo era vivir sin padre. Pero los duelos de las muertes no los conocía. Durante toda mi infancia tuve miedo de que mi madre se muriera. Creo que vivió hasta los 93 años para contenerme a mí.
¿Por qué?
Porque éramos ella y yo. Si ella no estaba, ¿qué era yo? Imaginate.
Claro, una tontería lo que pregunté.
Claro, yo tenía miedo. Además, mi vieja era una kamikaze. Se fue al tiroteo en Ezeiza y casi la matan, cuando volvió Perón a Argentina [en 1973].
Me acuerdo de verla irse en unas barcazas de pesca allá por Punta del Diablo, y que le dijese a una muchacha que trabajaba con ella: “¡Si me pasa algo, quedate con la nena!”, y yo ahí. Entonces, claro, era el miedo de quedarme sola. Si se iba mamá, se iba todo.
Leí que uno de tus desafíos es hacer cine.
Hice algunos castings. Es un lenguaje que he explorado muy poco, pero me encantaría.
¿En qué tipo de historia o película te ves?
Todo lo que conecte con el bicho humano me interesa. Me gustaría interpretar a un personaje que conecte con la gente. Yo siento que el mundo está dividido entre el bien y el mal. Y yo quiero estar siempre del lado del bien. Vos dirás: “Qué bolazo que dice la mina”. Pero creo que es así y que hay mucha gente que busca el bien común. Suena utópico, pero las utopías son las que nos han impulsado a lograr muchas cosas. En ese sentido, creo que la humanidad está pasando por un momento bisagra, y el arte tiene un papel clave en volcar la balanza hacia el bien. Si no hacemos algo en ese sentido, estamos en el horno.