Los uruguayos (bueno, los montevideanos) nacidos entre los 80 y los 90 crecimos viendo una gran cantidad de televisión argentina y estadounidense, siempre a merced del capricho de programadores que, hay que reconocer, tenían el tino de comprar ficciones que habían funcionado en su mercado original.

La falta de otras formas de acceder al consumo audiovisual antes de la popularidad de internet e incluso de la televisión por cable, hizo que no tuviéramos muchas referencias de los talk shows, al menos en la versión original, que en el norte siempre fue un condimento importante de sus señales de televisión abierta.

Tiene sentido. Estos programas, que combinaban el monólogo de humor, otros segmentos de comedia y las entrevistas de actualidad, no parecían interesantes para un público que todavía no estaba tan globalizado. Una charla entre el conductor de turno y la actriz del momento (¡doblada al español!) no hubiera movido la aguja en cuestiones de rating.

Así que, más allá de copias regionales, tardamos un buen tiempo en conocer a figuras como Johnny Carson (a quien Jack Torrance le dedica una frase inolvidable en El resplandor), David Letterman o Conan O’Brien. Con el tiempo nos enteramos de sus carreras, de cómo Jay Leno los quiso arruinar a los tres, y descubrimos a comediantes de pensamiento rápido, apoyados por decenas de guionistas, pero que necesariamente debían tener la capacidad de desenvolverse al aire.

Cada persona tendrá su favorito y el mío es Conan O’Brien, por el porcentaje de absurdidad (la palabra existe, vayan a fijarse) y la capacidad para hacerme reír. A mí. Ustedes se reirán de cosas diferentes.

Mientras su canal de Youtube se sigue llenando de momentos puntuales de los diferentes talk shows que encabezó, en Max estrenaron una miniserie que es una suerte de spin-off de estos: Conan O’Brien de visita (Conan O’Brien Must Go), en donde el presentador de 61 visita a seguidores de su podcast en diferentes partes del mundo. Más específicamente, en Noruega, Argentina, Tailandia e Irlanda.

El programa, más allá de repetir la modalidad de los segmentos internacionales que se producían periódicamente, es un vehículo (como dicen los yanquis) para que O’Brien despliegue las cualidades que lo llevaron a la fama. Por ejemplo, la capacidad de encontrar el equilibrio perfecto entre reírse de los entrevistados ocasionales y de sí mismo. Uno nunca ve el riesgo de que él quede demasiado pedante ni demasiado tonto, porque sabe el momento exacto en el que cambiar la mira de la burla.

Con una producción a la altura de las circunstancias, conoceremos lugares y personas de cada uno de los cuatro países elegidos. No está pensado como un programa para fomentar el turismo, pero las tomas de drones y la belleza de algunos escenarios naturales hacen que queden ganas de viajar (en avión o en Buquebus) hacia el destino de turno.

Por momentos, el conductor juega un papel similar al de Nathan Fielder en la brillante y cruel Nathan for You, proponiendo soluciones para que los negocios de sus oyentes prosperen. Sin embargo, las propuestas son más lúdicas y carecen de la manipulación psicológica y el racismo accidental de la comedia de Fielder.

Pese a ser una serie muy corta, tiene grandes momentos, como cuando el conductor visita la aldea vikinga. O cuando come en una parrillada junto a un amigo, o entrena junto a los jugadores de San Lorenzo. También pasea en bote y sale de cacería de Bono. Ningún momento es aburrido, pero si en algún segmento bajara el ritmo, a los pocos segundos aparecerá un nuevo segmento para volver a lo más alto. Y en todo momento, incluso en los pozos, puede aparecer un chiste absolutamente explosivo.

Con una segunda temporada confirmada, que tendrá seis nuevos viajes, vale la pena volver a zambullirse (o hacerlo por primera vez) en el Universo O’Brien. De ahí a terminar buscando los mejores segmentos o las entrevistas memorables, o todas las veces que lo visitó Norm Macdonald, hay solamente un paso.

¡Caliente, caliente!

Como parte de la gira de prensa previa al estreno de su programa, Conan O’Brien fue invitado a Hot Ones, un talk show transmitido en internet en el que las entrevistas se desarrollan mientras conductor e invitado comen patas de pollo condimentadas con salsas cada vez más picantes. El viajero pelirrojo aprovechó la ocasión para desarrollar varios pasos de comedia hilarantes, incluyendo guardar los huesos de pollo en el bolsillo de su saco y consultar periódicamente a su médico personal, el doctor Arroyo. Búsquenlo en Youtube, porque funciona como una suerte de “episodio cero” de la serie de viajes.

Conan O’Brien de visita. Cuatro episodios de alrededor de 45 minutos. En Max.