De amor, de locura y de guerra, de La Triple Nelson
Con una clara referencia al título de la más famosa colección de cuentos de Horacio Quiroga, La Triple Nelson acaba de publicar su noveno disco de estudio: 44 minutos repartidos en diez canciones que dieron en llamar De amor, de locura y de guerra. El álbum fue grabado en el coqueto estudio Sonic Ranch, de Texas (Estados Unidos), con la producción de Alejandro Vázquez, y es por lejos el material con mejor sonido del power trío liderado por Christian Cary.
El cantante y guitarrista le había dicho a este medio que le resulta raro escuchar una banda de rock sin riffs, por eso, luego de un doble golpe de batería que oficia de introducción, la banda arranca con un riff hardrockero para poner todo en su lugar. “Hay que ver cómo estamos, / dónde hoy nos paramos, / cómo vas a decirlo / o cómo lo dibujamos”, canta Cary en “Sabuesos”, una canción bien de la vieja escuela rockera que sigue La Triple, de la que cada vez hay menos alumnos en el rock uruguayo, con un solo de guitarra eléctrica de esos que de tan afilados te pueden cortar el oído.
Pero no todo es hard rock, porque el disco es una especie de compendio de las obsesiones sonoras de los más de 25 años de carrera de la banda. “Otra vez”, la segunda canción, roza el pop, con versos instrumentalmente más aireados y una melodía que también merodea el pop, con letra optimista, de redención (“intentar levantarme en cada caída / y saber rescatar lo mejor de mí”). En “El vagabundo” el asunto baja aún más, con una intro soleada que bien podría ser una mezcla de estilos entre Gary Moore y Stevie Ray Vaughan. “Porque nada tengo, ando con lo puesto y vengo / buscando sentido en este largo camino”, canta Cary en el estribillo, haciendo carne el título, que bien podría ser literal o metafórico (o una mezcla de ambos).
“Sueño” es otra que arranca con un riff bordonero y punzante, para dar lugar a una seudo power ballad que circula obsesivamente en torno al sueño, pero más en el sentido de deseo que en el onírico, al estilo “Imagine”, de John Lennon. “Sueño que había una guerra / donde las bombas no querían matar [...] Soñar que no hay dolor, no habrá dolor, / ya no hay dolor”, dice Cary, y esta canción junto con “Pandemia de guerra” parecen ser el núcleo que le da el nombre al disco.
“Pandemia de guerra” es un rock con una llevada rítmica que a golpe de oído remite a “Foxy Lady”, aquel himno de The Jimi Hendrix Experience, y cuenta con la participación especial de Mario Carrero, que se manda una especie de soliloquio en el medio de la canción, mientras los punteos de Cary nos abrazan por ambos lados del paneo estéreo: “En los 180 segundos que va a durar la próxima canción, un misil, un dron o una bomba estallarán indefectiblemente, podrá ser en Yemen, en Nigeria, la Franja de Gaza, Panamá, Somalia, en Ucrania o Sudán...”.
Abstracción, de Damián Gularte
Abstracción es el noveno disco de Damián Gularte, sucesor de Mitad de vos, de 2023. Fue producido por el cantautor, que además de componer todo el material, cantar y tocar la guitarra eléctrica, la folk, la de 12 cuerdas y etcétera, contó con una veintena de músicos que aportan una variedad de instrumentos que lo vuelven un disco que desparrama un gran caleidoscopio de timbres y arreglos. Por ejemplo, en “La voz desatada”, que abre el disco, un mantra sobre “la impaciencia de desear cierta paz”, el solo de saxo le aporta un color que es la frutilla del postre musical.
“Un tumbado con sangre nueva / es la euforia de los febreros. / Banderines anticipando / a la comparsa del momento. / Cada piano se va alternando, / el chico siempre manteniendo”, canta Gularte en “Sangre nueva”, un metacandombe (porque habla explícitamente de ese ritmo sobre el propio ritmo) en el que se destaca el entrelazado melódico del teclado, que va envolviendo a la canción y, cuando queremos acordar, ya terminó; así, de golpe.
En “Lo que no se dice” se destaca el cavaquinho, que es un pequeño laúd de cuatro cuerdas originario de Portugal, una mezcla de guitarra y mandolina, y sirve para pintarle otro color a esta canción centrada en los recovecos de decir lo que no se dice. Y en la calma de “Caos” subyace aquella paradójica idea nietzscheana del caos que ordena todo (“entra a mi caótica inquietud, / donde el caos tiene siempre un plan”, canta Gularte).
Ya atravesando el cierre del disco, nos topamos con la brisa jazzera de “Simétricos vaivenes”, para seguir con “Cada frase”, una de las mejores canciones del disco, que impresiona enseguida por su timbre oriental, gracias al uso del sitar (a cargo de Ariel Ameijenda), que dibuja una melodía destellante de vuelo onírico hasta entrelazarse con el ritmo preciso de la batería, que para esta ocasión está a cargo nada menos que de Martín Ibarburu. El cierre lo hace la canción que da nombre al disco, que si bien no dura más de dos minutos, tira varias preguntas, de esas que quedan rebotando cuando terminan.
En la Camacuá (en vivo), de Mauricio Ubal
Estrictamente, no se trata de un disco sino de cuatro EP de cuatro canciones cada uno, lo que publicó Mauricio Ubal en las últimas semanas, con parte de un espectáculo en vivo que dio en la sala Camacuá, pero en la práctica resulta en una especie de disco de 12 canciones. A lo largo de los EP Ubal nos pasea por varios paisajes, de géneros, estilos y atmósferas, ya sea solo o en compañía de varios invitados.
Es así que nos topamos con una versión de “Este momento ahora”, junto con Alejandro Ferradás y su banda; también con el empuje murguero de “Papel picado”, con Gonzalo Moreira; la oda al legendario futbolista uruguayo José Leandro Andrade, el candombe murgueado “Maravilla negra”, y con la intimidad de “Lugar de mí” junto con Laura Canoura. Pero un paisaje especial lo brinda la que cierra el último EP, la siempre cautivante “Interiores”, a dúo entre Ubal y el compositor de la canción, Rubén Olivera.
“En la mesa, sandías de yeso, / mil platitos cubren la pared. / Un San Jorge cuidando la siesta / y a su lado, sonríe Gardel”, canta Olivera, y se siente cómo en el ambiente de la Camacuá no vuela ni un mosquito, porque esta música es de esas para escuchar con atención y no para poner de fondo mientras se lavan los platos.