Los apostadores son personajes emblemáticos de la historia del cine y la televisión (por no hablar de Fiódor Dostoyevski y su novela breve El jugador). No alcanzan a ser un subgénero en sí mismo, pero bien podemos reconocerles grandes hitos como The Gambler –en sus dos versiones: la original de 1974 con James Caan y la remake de 2014 con Mark Wahlberg– y su protagonista empeñado en dejar hasta la vida en las mesas de juego; la estupenda The Cooler, con ese apostador fallido a cargo de William H Macy que era llamado a “enfriar” las mesas donde algún jugador ganaba demasiado; el microuniverso de Casino, de Martin Scorsese; y esa obra maestra de Robert Altman llamada California Split, en la que nada menos que George Segal y Elliot Gould no dejan timba por recorrer.

Pero ¿qué pasa con los corredores de apuestas? Esos que orquestan el juego, toman la propuesta y son, en definitiva, los que no pocas veces corren el riesgo económico. El cine y la televisión los han encasillado generalmente en el rol de villanos: son los que persiguen al protagonista endeudado y manejan el cliché de romper alguna rodilla en caso de que no se salde la deuda en cuestión. Por lo general, no han ocupado nunca el lugar predominante, sino que se han contentado con operar desde la periferia, acaso por ser siempre imaginados como seres mezquinos y violentos.

Así fue hasta que Chuck Lorre y Nick Bakay se encargaron de pergeñar Bookie para Max.

Para quienes no hayan visto la primera temporada de esta excelente comedia (algo que no sería raro, puesto que voló realmente muy bajo en cuanto a difusión e impacto), hay que informar que nuestros protagonistas son Danny y Ray (Sebastian Maniscalco y Omar Dorsey), dos profesionales en esto de tomar apuestas deportivas en la ciudad de Los Ángeles y que cuentan con su propia cuota de problemas más allá de lo laboral, en particular en sus relaciones personales.

Salimos de la primera temporada con Danny tratando de recomponer su matrimonio con Sandra (Andrea Anders), algo que logra en el inicio de esta segunda tanda pero a cambio de llevar a vivir a su suegra con ellos (la increíble Dale Dickey en el mejor personaje de esta temporada), mientras que el negocio es cada vez más floreciente y esto los lleva a tratar de lavar dinero asociados a Walt (Rob Corddry), decisión que tendrá funestas consecuencias.

Como en toda serie de Chuck Lorre, el balance está puesto entre el drama y el humor, pero es evidente que el maestro de las sitcom ha escogido para la ocasión inclinarse por completo hacia el humor negro, casi grotesco y muy efectivo. Lo muestra, por ejemplo, el detective privado que irá secuestrando culpables erróneos durante toda la temporada sin que quede claro qué hace con ellos luego de que le indican su error.

Es una verdadera pena que no se conozca mucho más esta Bookie, porque sus guiones son inteligentes y su elenco se entrega con potencia. Maniscalco es asombroso; cuesta creer que sólo tiene como antecedente una carrera como comediante de stand up de bajo vuelo. Además, las apariciones especiales conforman una lista enorme que va desde el rescatado Charlie Sheen haciendo una versión extrema de sí mismo, pasando por DJ Qualls, el gran Wayne Knight, Paul Ben-Victor, Ray Romano y Brad Garrett, entre otros.

Lorre se permite un emotivo y muy gracioso cruce con su anterior obra maestra, El método Kominsky, y su gran mano en el timón general del asunto redondea la que acaso sea la serie de televisión más graciosa de hoy en día.

Bookie, segunda temporada. Ocho episodios de 25 minutos. En Max.