En paisajes tropicales y de abundante vegetación transcurre una aventura romántica y surrealista contada con humor (La tísica, 1964). Cerca del mar “un grupo de científicos secuestra a un náufrago y experimenta con él hasta convertirlo en un monstruo” (El cayo de la muerte, 1958). Las víctimas de muertes violentas son registradas por una cámara mientras de fondo suena “Vogue” de Madonna (Evidentemente comieron chocolate suizo, 1991).

“Este archivo en particular es fascinante. Todo el tiempo aparece una pista nueva y además está vivo”, dice la cineasta, investigadora y archivista uruguaya Lucía Malandro sobre Los Subterráneos, el primer archivo de cine amateur cubano, del que podrán verse cinco cortometrajes este domingo en una función gratuita de la Semana del Cine Recuperado de Cinemateca Uruguaya.

De visita por Montevideo, y en su rol de integrante del colectivo Archivistas Salvajes, Malandro habla con entusiasmo arqueológico y detectivesco sobre documentos e historias de un cine caído en el olvido, o directamente desechado, en el que encuentra un campo fértil para la expresión política y poética.

“Mi memoria es terrible”, se excusará varias veces la cineasta maragata en esta charla con la diaria, hasta recordar una cita del filósofo Jacques Derrida que define su principal inquietud: “Si hay una preocupación y un sufrimiento en torno al archivo es porque sabemos que todo puede ser destruido sin resto. No solamente sin huella de lo que ha sido, sino sin memoria de la huella, sin el nombre de la huella”.

La historia resumida del proyecto Archivistas Salvajes es que estabas estudiando cine en Cuba y un día, por casualidad, encontraste tiradas en la calle unas películas que nadie conocía. ¿Cómo sucedió exactamente?

Recién me había graduado en Dirección Documental en la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de los Baños. Un día antes de volverme para Uruguay, estaba caminando por La Habana vieja con Daniel Saucedo [cineasta cubano, integrante del colectivo] y nos topamos con un tacho de basura en el que alguien había tirados películas. Lo que encontramos fueron unos reels de 16 milímetros que no teníamos ni idea de lo que podían tener. Para ese entonces ya veníamos trabajando con otros archivos y habíamos aplicado en la Elías Querejeta Zine Eskola de San Sebastián para poder iniciar una investigación. Así que nos llevamos esos reels para allá, los empezamos a inspeccionar y descubrimos un mundo enorme de todo lo que fue el movimiento de cineclubismo cubano y que estaba totalmente desaparecido.

Hoy ya tenemos un inventario de esa ausencia, sabemos de las películas que existieron, aunque todavía no las hemos encontrado todas. Son cerca de mil producciones. Es decir, fue un movimiento increíble que quedó soterrado en la historia.

De las primeras cosas que encontraron, ¿qué fue lo que más te llamó la atención?

Lo primero que digitalizamos y que pudimos visionar fue una filmación de la Operación Tributo, cuando trajeron los cuerpos de los soldados cubanos que participaron en la guerra de Angola y se hizo un funeral de Estado en toda la isla. Fue muy loco, porque nunca nadie había visto esas imágenes. O sea, la película estaba fresquita. No se había proyectado. Se filmó, se guardó y nunca se vio.

Lo que encontramos pertenecía al Cine Club Cubanacán, que es un cine club en Santa Clara. La producción mayor que se hizo ahí era de Miguel Secades, que era un psicólogo, psiquiatra de profesión. Suponemos que puede haber sido él, pero no lo sabemos con certeza. Después, a medida que se desarrolló la investigación y el proyecto, nos enteramos de que hubo muchos cineastas amateurs que filmaron el mismo suceso en varias partes de Cuba.

Mucho de lo que presentarán el domingo en Cinemateca tiene características de cine experimental.

Fue un movimiento muy amplio y diverso. Tiene cine comunitario, animación, más de vanguardia o más experimental, y cine más clásico. No hay que olvidar que el movimiento cineclubista de Cuba, de alguna forma, viene del campo socialista. La película El amateur [1979], de Krzysztof Kieślowski, refleja lo que fue el movimiento de cine amateur en la URSS. En ese contexto, el cine se usó como una herramienta propagandística y de educación. En los sindicatos y las fábricas se daban películas de 8 y 16 milímetros, y así se fue generando todo este movimiento de cine amateur en Moscú, Polonia, Checoslovaquia. Justo ahora estuvimos en Macedonia del Norte y encontramos mucha similitud en la forma de producción del cine amateur. Otra cosa que pasaba en Cuba, como país del campo socialista, era que había mucho intercambio de películas que venían de la URSS y que veían muchos cubanos que después terminaron filmando sus propias películas.

En muchos casos, bastante intuitivamente, ¿no?

Sí. A veces a partir de manuales de cine que circulaban no solamente por La Habana, sino también en el campo, donde la producción de cine fue masiva. Claro, después eso había que controlarlo de alguna forma. El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos [Icaic] hasta el día de hoy sigue teniendo una línea muy clara a favor de la revolución. Muchas de esas imágenes podían significar un peligro, entonces, en 1978, se creó la Federación del Movimiento del Cine Aficionado. Como antecedente fundamental de ese fenómeno apareció Pasado meridiano [Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante, 1960], que es la primera película censurada en la historia de Cuba.

La historia de esa película es que el gobierno mandó a filmar un informe para el noticiero Icaic sobre cómo se preparaba la gente en Bahía de Cochinos para la invasión norteamericana que supuestamente iba a empezar, y la gente en vez de prepararse estaba bailando, tomando alcohol, disfrutando. Cosas que estaban mal vistas en la construcción de esta nueva sociedad comunista-socialista y del nuevo hombre trabajador.

El cine es una herramienta muy poderosa y puede causar una tensión ideológica terrible, sobre todo cuando alguien filma más de lo debido. La cuestión es que filmaron eso mismo y cuando Fidel Castro ve el cortometraje, que es espectacular y está en Youtube, pronuncia su famoso discurso, que es el que rige la censura hasta el día de hoy: “Dentro de la revolución todo y fuera de la revolución nada”. Entonces, este cine amateur que estaba desaparecido, de alguna forma, es la contrapartida de un cine oficial y te muestra un lado B de la realidad cubana.

¿En qué momento identifican el fin del cineclubismo en Cuba?

En los 90, junto con la caída del campo socialista. Ahí el intercambio de películas se corta y Cuba entra en la peor de las crisis.

Entre los cortometrajes del ciclo Los Subterráneos se presenta La tísica. ¿Se podría definir como una comedia?

Sí, es una sátira. Se dice que es el primer videoclip de Cuba. Eso pertenece al Grupo Experimental Cubanacán, con la dirección de Rolando Zaragoza, Milton Macedas y Tulio Raggi.

En ese corto se nota que, a pesar de ser amateurs, hay una noción interesante de planos, guion y dirección.

Es que en ese sentido también te encontrás con una gran diversidad y mucho intercambio de conocimiento. Hay algunos realizadores que eran más intuitivos y otros que sí estudiaban la técnica y la manejaban muy bien.

En Figuras en el paisaje [1986] tenés a Terence Piard, que tiene películas muy importantes. A Norman McLaren [1991] es de Manuel Marzel, que está vivo, vive en Valencia y en ese corto usa unas animaciones increíbles.

De muchos de los realizadores que han fallecido no tenemos ninguna información. Entonces, de alguna forma, tenemos que crear esas biografías, a través de fotos y datos sueltos, y así aparecen cineastas mujeres y hombres que no teníamos idea de su existencia.

El caso de Manuel Marzel es muy interesante. El Icaic había tirado películas de Norman McLaren, él las agarró y empezó a intervenirlas. Es un tipo muy creativo, con una técnica genial, que quiso hacer su largo y se lo censuraron en el Icaic. Se tuvo que ir al exilio y hoy es un disidente fuerte.

Supongo que, poco a poco y a medida que este material siga en circulación, irán a apareciendo familiares y personas vinculados a los cineastas menos conocidos.

De hecho, ya están apareciendo. A nosotros nos sirvió mucho Instagram. Hemos recibido mensajes del tipo “yo tengo este material” o “mi abuelo hizo tal cosa”, y empiezan a querer formar parte del archivo. Es como si fuera un puzle de fragmentos de cosas de lo que fue el movimiento, de sus autores y sus películas.

Además de estudiar cine, hiciste un máster en creación y archivo en la Elías Querejeta Zine Eskola de San Sebastián. ¿Cómo se recupera una película?

Lo primero es no tirarla. Esa es una recomendación para la gente. Porque a veces alguien puede pensar: “Esto no sirve para nada, es irrecuperable”, y la terminan tirando. No.

Ahora justo estamos tratando de recuperar una película que está destrozada. Lo que se hace es ir frame por frame. Es un trabajo de locos, uniendo las partecitas con una cinta especial. Es cierto que hay partes de una película que pueden ser irrecuperables, pero en nuestro archivo esas huellas de degradación forman parte del archivo, porque cuentan una historia, cuentan el estado en el que fueron conservadas esas películas y el paso del tiempo. No nos interesa restaurarla, puede ser que en un futuro se haga ese proceso de remasterización, pero a nosotros por ahora nos gusta esa degradación.

Por ejemplo, El cayo de la muerte [Vicente Cruz, Eulalio Cruz], que es de 1958, la encontramos en una lata oxidada de galletas en un estado terrible. La tenía el nieto de uno de los directores. Es una de las películas previas a la revolución, filmada en película Kodak. Después que Kodak cerró, las películas se empezaron a hacer con cintas que venían de la Alemania soviética. Lo notable de esas películas previas a la revolución es que están muy influenciadas por Hollywood. Y es muy gracioso, porque eso cambia rotundamente una vez que llega la revolución. Son películas de género: hay de terror, de mafiosos, de contrabando.

El equipo que filma El cayo de la muerte no es de cineastas, y eso es lo lindo del cine amateur, donde te encontrás gente de diferentes profesiones, como un panadero, un carnicero o la gente de un pueblo organizada haciendo cine.

Figuras en el paisaje vendría ser un corto de ciencia ficción.

Sí, o algo así. Es muy bonito porque lo hizo un niño de 12 años. Esa es otra particularidad del cine amateur, que da la posibilidad de que un niño pueda hacer esta película. En el cine industrial no sería posible. Terence Piard fallece a los 30 años y era como una gran promesa del cine, hijo del director y guionista Tomás Piard, que fue otro precursor del cineclubismo.

¿Cuándo arranca tu enganche con los archivos?

Creo que es algo que siempre me gustó y que me ha ayudado a entender el presente. Mucho antes de estudiar, hacía cortometrajes con diferentes fragmentos. Agarraba videos familiares y empezaba a intervenirlos y a editarlos. También creo que hay algo del destino, tipo: estoy caminando por La Habana vieja y me encuentro con esas películas que estaban destinadas a morir y entonces no me queda otra que hacer algo.

Los Subterráneos, ciclo de cine amateur cubano, curado por el colectivo Archivistas Salvajes, en colaboración con Elías Querejeta Zine Eskola. Domingo a las 20.00 en Cinemateca (Bartolomé Mitre 1236). Entrada libre.