En gran formato, de 24,5 por 34 centímetros, y con tapa dura, ¿Hay gallinas en el universo paralelo?, el flamante título del historietista Andrés Alberto, invita a sumergirse en sus relatos. Cada doble página consta de un episodio, en viñetas y a color, acompañado por una viñeta en el centro de la página opuesta (la par), en blanco y negro, que dialoga con él: comenta, agrega, ofrece un apunte o una mirada distinta y desarrolla distintas líneas temáticas. La estructura ordena la lectura y ofrece al lector un marco que contiene, organiza: a un tiempo, presenta un conjunto de pequeños universos autosuficientes y un todo coherente, con un lenguaje que recorre la obra y personajes y elementos que irrumpen aquí y allá y le dan unicidad.

Al inicio, el autor enuncia que algunas de las páginas del libro fueron publicadas en la revista Gigantes entre 2022 y 2024, y dedica la publicación a los niños que concurren a sus talleres. De este modo la inscribe en un universo, el de la literatura para niñas y niños, y define un posible lector al que se dirige. Ese posicionamiento, como en todo buen libro para la infancia, no excluye a lectores no niños; por el contrario, cada escena es una miríada de referencias que abren distintos niveles de lectura, que atrapan al lector en un entramado de significantes a decodificar. Puede afirmarse, pues, que define esa infancia lectora a la que se dirige como un público sagaz, inquieto, inteligente, al que desafía con un humor en distintos niveles: desde el chiste naíf hasta la referencia escondida, desde la clave puesta en la narración hasta la diseminación de detalles que se revelan como tesoros hallados al lector atento.

Una de las características del libro es que se trata de una recopilación. Sin embargo, el conjunto no es fragmentario; la cohesión se basa en una coherencia estética y estilística que ubica cada episodio como parte de un todo. Sigue, en este sentido, la lógica de una serie, en la que, al tiempo que ofrece episodios unitarios, de funcionamiento independiente, los enmarca en una propuesta global. Una de las claves de esto son los leitmotivs: las gallinas, por supuesto, pero también otros personajes que se repiten y van tejiendo un universo conocido (los lobos, por ejemplo). Los temas que aborda, aunque variados y heteróclitos –en algunos casos es fácilmente reconocible a qué número de Gigantes pertenece la viñeta–, abrevan en un magma narrativo en el que también hay obsesiones que emergen en todas partes: los cuentos tradicionales, la ciencia ficción, las cosas que dicen las madres.

La arquitectura de las historias recurre muchas veces al laberinto como mecanismo, así como a los caminos que se bifurcan para permitir contar desde las perspectivas de personajes diferentes. La linealidad, aunque aparece, no es una limitación que el autor asuma: cada historia tiene la estructura narrativa que requiere, de acuerdo con el tema, los personajes y lo que se quiera contar. Esto le da dinamismo y sorpresa, y permite mantener un pacto de lectura que se basa en el desafío constante. En este sentido, es fundamental esa estructura fija que ordena: la diversidad expresiva no se transforma en caos y, por el contrario, se mantiene una coherencia textual que une un mundo con otro e invita a ir por más.

De trazo simple y definido, los dibujos se acercan al universo infantil como posibilidad y desde una mirada cómplice. La distancia entre guion e ilustración es ínfima, inconcebible. Más allá de que es obvio que ambos lenguajes funcionan como unidad, da la impresión de que se van haciendo juntos, inseparables: los dibujos dicen. Las claves, por otra parte, se explicitan desde la portada, en la que, en un juego de perspectivas que recuerda a Escher, las gallinas pasan de un cuadrito a otro, de una habitación a otra, de un universo a otro, con su expresión imperturbable que desafía al asombro, y nos dan un adelanto de lo que ocurrirá al recorrer la páginas.

La presentación es impecable, cuidada en los detalles, y ofrece una experiencia de lectura que no renuncia a la oportunidad de aprovechar cada página. Las guardas se componen de anuncios –del tipo de los clasificados que se imprimían en los periódicos– que refieren a las historias que se cuentan a lo largo de las páginas y que ofrecen un nivel metaliterario. En cada página –incluidas la de agradecimientos, la legal, el pie de imprenta–, las gallinas haciendo de las suyas invitan al lector a ingresar al universo de lectura propuesto. Cabe destacar que la publicación se efectuó como obra seleccionada en los Fondos Concursables para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura (bienvenidos sean), lo que seguramente contribuyó a darle posibilidad con unos estándares de calidad óptimos.

En las antípodas de la tontería y de la condescendencia, el humor de Andrés Alberto mantiene al lector en vilo, atento a cada detalle y a cada referencia, y se maneja con sutileza, sin caer en el guiño evidente, y aparece mediante una dosificación adecuada que no agota. No cierra las puertas a nadie –esta reseñista se encontró más de una vez riendo a carcajadas, lejos del living donde estaba sentada leyendo– y propone tantas posibilidades de lectura y de juego con los significados –tanto desde el código lingüístico como plástico– que permite leerlo una y otra vez y siempre encontrar detalles no percibidos antes. Desde los cuentos tradicionales hasta la ciencia ficción, desde la mitología hasta la historieta, desde Papá Noel hasta la obsesión con los celulares, desde la historia del arte hasta el cine caben en los universos de este libro.

Y la pregunta del título quizá no se responda, o sí: hay gallinas en todas partes y siempre las habrá. Lo interesante es la elección de unas protagonistas, o, más bien, de una protagonista genérica, que no es heroica, sino más bien todo lo contrario, en el imaginario popular. Encarnación paradigmática de la cobardía, despreciables en la liturgia de cancha que las considera el máximo insulto, cargadas de significados peyorativos como la escasa inteligencia y la absoluta falta de elegancia, las gallinas son acá protagonistas y se ponen los trajes que les quepan: lentes negros de espía, antifaz de ladrón, corona o galera. Con su parsimonia, son omnipresentes, quizá por aquello de que son descendientes de los dinosaurios, sí, ellas, tan vulgares. Estas aves domésticas, de vuelo corto, son capaces de llevarnos en un viaje a mundos diversos, a la fantasía y el disparate, a reírnos de todo y de nosotros mismos.

¿Hay gallinas en el universo paralelo?, de Andrés Alberto. 64 páginas. Editorial Club, 2025. $ 990.