El pasado domingo, se cerró otra etapa de nuestro ciclo electoral, que abrió la puerta a la recta final de la campaña. La etapa que se cerró estuvo formalmente canalizada a través de partidos, aunque muchas veces nos encontremos con interpretaciones que van más allá de sus fronteras y que leen los resultados de acuerdo a bloques, ya sea a nivel de las dirigencias partidarias, de los análisis de opinión o de los mensajes que se le dan al electorado. Lo cierto es que la de octubre fue una elección de partidos, lo que se refleja claramente en los resultados obtenidos en la representación. De los 23 registrados a principios de este año, pasando por los 18 que registraron listas y los 14 que quedaron tras las internas, el domingo tuvimos finalmente 11 entre los cuales elegir. Entre ellos, seis terminaron por reunir el caudal necesario de votos para lograr representación parlamentaria.
Algunas consideraciones con base en esto: todos los partidos de la próxima legislatura, salvo uno, Identidad Soberana (IS), ya tenían representación. Es decir, a pesar de la fragmentación de la oferta, la elección de la ciudadanía se termina decantando mayoritariamente hacia los partidos más establecidos. De hecho, hay menos partidos representados en el Parlamento que tras la elección de 2019. En aquel momento, tuvimos representación en el Senado de cuatro partidos, mientras que la nueva foto arroja representación de tres. La foto, en este sentido, es la que veíamos tres elecciones atrás, en 2009: como ahora, también tuvimos un Senado integrado por 16 senadores y senadoras del Frente Amplio (FA), nueve del Partido Nacional (PN) y cinco del Partido Colorado (PC).
En la Cámara de Representantes, la imagen está más fragmentada que entonces (sólo cuatro partidos alcanzaron la representación en aquel momento), pero menos que en 2019: aunque en esta elección entró un nuevo partido, hay otros dos que ya no cuentan con diputados (el Partido Ecologista Radical Intransigente –PERI– y el Partido de la Gente). En síntesis, la foto de esta cámara ahora integra a seis partidos: 48 representantes del FA, 29 del PN, 17 del PC, dos de Cabildo Abierto (CA), dos de IS y uno del Partido Independiente (PI).
Retomando lo que comentaba antes sobre el respaldo a los actores más establecidos, si bien el voto antisistema está representado por el liderazgo de Gustavo Salle (ahora en IS, antes en el Partido Verde Animalista) y presenta un crecimiento en este ciclo electoral respecto del anterior, de todas formas compite por un electorado que continúa siendo minoritario y que deja poco espacio para otros competidores (como se observa en la pérdida de la banca del PERI).
Por otra parte, uno de los actores más nuevos del sistema de partidos, CA, pasó de tener un peso relevante a perder la representación en una de las cámaras y a ser uno de los partidos pequeños de la cámara baja. Múltiples factores pueden explicar este descenso, como la pérdida del factor novedad para las y los electores, el costo de gobernar (y en particular su vinculación con situaciones irregulares que tomaron estado público), la postura contestataria frente al liderazgo del presidente Luis Lacalle Pou (que durante el gobierno se transformó en el líder la coalición, no sólo de su propio partido), las divisiones internas y el alejamiento de dirigentes, y una oferta más corrida hacia el plano conservador en varios actores del sistema, que le disputaron a CA la visibilidad en ese espacio. Queda por verse si en este período CA continúa teniendo un programa amplio o segmenta más sus propuestas, apuntando fundamentalmente hacia lo militar, en donde tiene una base de apoyo sustantiva. Por el momento, incluso en actores con peso relativo considerablemente más pequeño dentro del sistema, se observa un tipo de propuesta más generalista que sectorial.
A pesar de la diversificación de oferta en el sistema de partidos, de acuerdo a los datos del escrutinio disponibles, en esta elección tuvimos un porcentaje de voto en banco y anulado alto: 4,9%. No obstante, parte de este voto en blanco se pronunció sobre las consultas populares que se desarrollaron junto a la elección: 1,4% colocó alguna de las papeletas (es decir, para respaldar el plebiscito de la seguridad social o el de allanamientos nocturnos), pero sin ingresar listas en el sobre. Una posible señal de alerta con relación a un descontento con lo que representan los partidos, o con lo que no logran representar.
Estas elecciones no eran sólo para conformar el Parlamento: también se definía la presidencia, lo cual finalmente no ocurrió dado el alto umbral fijado por nuestro sistema para alcanzarla en primera vuelta (en nuestra historia reciente sólo en 2004 se alcanzó esta posibilidad, en una coyuntura muy particular en la que confluyeron factores endógenos del sistema, en torno al crecimiento del electorado frenteamplista, con otros exógenos, como los efectos de la crisis de 2002).
El escenario de balotaje de cara noviembre entre las fórmulas Yamandú Orsi-Carolina Cosse y Álvaro Delgado-Valeria Ripoll ya se visualizaba en las distintas mediciones de opinión pública, en las que, por otra parte, en algunos momentos del año hubo porcentajes de adhesión al FA que hacían pensar que la mayoría parlamentaria en ambas cámaras podía ser un escenario posible para esta fuerza política, lo que sin duda incidió en elementos más subjetivos vinculados a las expectativas. No obstante, las mediciones más recientes arrojaban el escenario que terminó de cristalizarse este domingo, con mayoría en el Senado para el FA y sin mayorías en la Cámara de Representantes para ningún partido (ni bloque, aunque los partidos de la coalición tuvieran un porcentaje algo mayor de votación al del FA al considerarlos como un conjunto).1
Como vimos ya en la noche de la elección con los discursos de Orsi y Delgado, el desafío de las fórmulas es trascender las fronteras de los partidos y convocar a un electorado más amplio. Un electorado que nunca deja de ser una parte de, aunque se apele a nociones de corte más universalista y a una simbología que busca representar a ese todos en abstracto.
Eso nos deja en el escenario que transitamos ahora, en el que la competencia deja de ser entre partidos y pasa a ser entre fórmulas. Ese escenario, que era el más probable después de octubre, ya se ha medido en diversas oportunidades. En la encuesta más reciente de la Usina de Percepción Ciudadana, publicada días antes de la elección, se observaba una diferencia a favor de la fórmula encabezada por Yamandú Orsi: 49% del panel de la Usina señalaba que votaría por Orsi en un eventual balotaje, frente a un 41% que lo haría por Delgado. También cuando miramos el histórico de las instancias de segunda vuelta se observa que el porcentaje de apoyo a la fórmula del FA crece de octubre a noviembre, y que no podemos hacer una lectura lineal de lo que ocurre en octubre (en términos de porcentajes para las distintas opciones, tanto en singular como en bloque) como predictor de lo que ocurrirá un mes después.
El país de todos
Como vimos ya en la noche de la elección con los discursos de Orsi y Delgado, el desafío de las fórmulas es trascender las fronteras de los partidos y convocar a un electorado más amplio. Un electorado que nunca deja de ser una parte de, aunque se apele a nociones de corte más universalista y a una simbología que busca representar a ese todos en abstracto. En este punto, como decíamos, la fórmula Orsi-Cosse parte de un piso más consolidado que la de Delgado-Ripoll, que a priori no puede considerar una linealidad directa entre los votos de partidos de la coalición y los que obtendrá en noviembre. Si bien esta última fórmula tiene un antecedente relevante en el gobierno coalicionista y tuvo un buen punto de partida en la foto en conjunto el día de la elección, debe sellar todas las eventuales rispideces y fugas que puedan existir de cara al balotaje, en el que también tiene el desafío de elaborar una propuesta programática en común. Considerando que la coalición como tal no es una novedad que surge a partir del pasado domingo y que ha formado parte de la gramática electoral de la campaña, en la que, por otra parte, ha sido difícil visualizar discusiones de confrontación de ideas y programas (no porque no existieran, sino porque no formaron parte del destaque), avizoro que uno de los posibles puntos a profundizar en este sentido puede seguir siendo en términos identitarios. Es decir, generar un factor cohesivo fundamentalmente a través de una identidad común, que puede ser positiva (por ejemplo, tomando como factor aglutinador el liderazgo de Lacalle Pou) o negativa: ser de la coalición es no ser del FA.
En este sentido, en un tuit que publicó el miércoles, el senador nacionalista Sebastián da Silva difundió una placa en la que se veía un mensaje contundente: en letras blancas, impresas sobre un fondo azul en el que se distinguía claramente el escudo nacional, se leía “Voto coalición. Mi patria sin izquierda”. A esta imagen, el actual senador, que será uno de los que integren también la futura cámara (su sector, la lista 40, fue la más votada del PN) y que tiene un perfil de alta visibilidad, agregaba de su puño y letra: “Así será”. Más tarde, el tuit fue borrado, pero ya había sido replicado masivamente cuando esto ocurrió.
Tomo este caso como ejemplo porque sintetiza de un modo muy gráfico aquello a lo que me refiero sobre esta construcción identitaria negativa: la configuración de la otredad desde un punto de vista que estereotipa un modo de resistencia que se basa en una lectura binaria, que pasa por la exclusión de la diferencia, que es vista como amenaza. En la práctica, no todos forman parte de ese todos supuestamente universal. Así, el discurso moviliza desde lo afectivo (en este caso concreto, desde el rechazo), más allá de las heterogeneidades internas de ese nosotros.
Considero que el registro afectivo, fundamental en política (y en campañas) y no siempre ponderado adecuadamente en el análisis, será una parte fundamental del tramo que queda por recorrer hasta el balotaje. Un tramo que además presenta la particularidad de haber visto incrementarse el activismo digital de extrema derecha mediante campañas sucias y de contenido engañoso que se difunden principalmente a través de redes sociales, copiando el modelo que ya hemos visto en otros países de la región (y hasta con exactamente los mismos promotores a nivel internacional). En estas campañas, la capitalización de la indignación y del resentimiento es una de las claves para apoyar la propagación de contenido engañoso, que busca instalar hechos falsos para incidir en la capacidad de elegir.
Será momento de probar una vez más si sigue vigente la excepcionalidad uruguaya, esta vez para hacer frente a este fenómeno y no replicar la receta internacional de asedio a la democracia en clave local. Será un hecho trascendente, que puede marcar mucho más que el futuro de esta elección.
Marcela Schenck es politóloga.
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El FA obtuvo un porcentaje de apoyo del 43,9% en las urnas, mientras que los partidos de la coalición sumados obtuvieron 47,5% (agregando en este porcentaje al Partido Constitucional Ambientalista que encabeza el exdiputado de CA Eduardo Lust). ↩