Los politólogos han notado, observando varios países y períodos de gobierno, que la aprobación presidencial suele adoptar una forma específica. Comienza alta, con el paso del tiempo baja hasta su piso y en un momento, cerca del final del período, vuelve a subir, aunque sin llegar a los niveles iniciales. Algunos dicen que esta curva de popularidad tiene forma de U, otros dicen que parece un tic invertido. A mí me gusta verla como una sonrisa. Una sonrisa que no es perfectamente equilibrada, que tiene cierta asimetría, como la de la Mona Lisa, que a fin de cuentas es la sonrisa más famosa del mundo.

La popularidad de Luis Lacalle Pou, su sonrisa particular, ha sido continuamente monitoreada durante este período de gobierno y se ha mantenido en niveles históricamente altos, en particular para un presidente no frentista. ¿Cuáles son sus características particulares? ¿Por qué es atípica? ¿Qué debemos esperar para los próximos meses?

La sonrisa de los presidentes

La popularidad de los presidentes suele pasar por tres etapas: la luna de miel, el declive y el repunte.

Al principio viene la luna de miel, que es la etapa de mayor popularidad y tiene una duración variable: algunos hablan de 100 días, otros de seis meses o un año. En esta luna de miel –como en la de los novios recién casados– el presidente goza de una legitimidad recientemente adquirida. La gente que votó al presidente está contenta y esperanzada; la gente que no lo votó se divide entre los que ya se muestran disconformes y los que le dan cierto crédito inicial, a la espera de ver cómo le va.

La segunda parte es la del declive. A medida que avanza el gobierno la popularidad comienza a bajar, algunos votantes ya no defienden con tanto ahínco al gobierno, y quienes no lo votaron manifiestan su disconformidad con mayor sonoridad. En esta etapa la popularidad encuentra su piso.

La tercera parte es el repunte y se verifica al final del período. Por algún mecanismo que desconozco, en el último tramo del período de gobierno mejora la popularidad del gobernante, cuando se acerca el momento de pasar la banda presidencial.

Este esquema aparece más marcado en algunos países que en otros. Ryan Carlin y Cecilia Martínez-Gallardo hicieron un trabajo comparativo para toda América Latina, en el que encontraron que países como Chile, Argentina, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Perú o Uruguay suelen tener curvas de popularidad presidencial bien marcadas y con esa forma. Uruguay tiene un destaque particular dentro de América Latina: es el país en donde el repunte se da con mayor fuerza.

Las sonrisas de los presidentes uruguayos

La Facultad de Ciencias Sociales tiene una serie histórica con la evaluación de los presidentes, en la que se puede visualizar las sonrisas de los seis mandatarios que hemos tenido desde 1990. Mirando el gráfico podríamos decir que Jorge Batlle tuvo la sonrisa más chueca de todas: arrancó arriba y terminó muy abajo. Luis Alberto Lacalle Herrera tuvo la sonrisa más baja, manteniéndose siempre en saldos netos de aprobación negativos. Tabaré Vázquez tuvo, en su primer gobierno, la sonrisa más alta de todas, con mayores niveles de aprobación promedio.

Foto del artículo 'La sonrisa de Lacalle Pou y la intención de voto oficialista'

¿Qué señas particulares tiene la sonrisa de Lacalle Pou? Lo primero a destacar es que su luna de miel fue más prolongada que lo usual, trascendiendo el estándar de 100 días.

Lo segundo es que el declive ha sido paulatino, pero con algunos saltos puntuales. Algunos analistas identifican escalones concretos en la popularidad presidencial asociados a los dos grandes casos de corrupción del gobierno: el caso Astesiano y el caso Marset.

Lo tercero a destacar es su nivel actual. Lacalle Pou llega a mitad del año electoral con la mejor aprobación neta de todos los presidentes no frentistas de la serie. Si lo comparamos con los presidentes del Frente Amplio a la misma altura del gobierno, su popularidad se encuentra por debajo de la primera presidencia de Vázquez, en un nivel similar al de Mujica y por encima del segundo mandato de Vázquez.

Finalmente, hay un cuarto elemento a destacar en la popularidad de Lacalle Pou y tiene que ver con la comparación con otros políticos uruguayos. Hace un año, un informe de Equipos mostraba las simpatías y antipatías de un conjunto de políticos uruguayos. Sólo cinco personas tenían un saldo neto positivo de simpatía: el expresidente frenteamplista José Mujica (+19%), el actual candidato presidencial frenteamplista Yamandú Orsi (+10%), el actual presidente nacionalista Luis Lacalle Pou (+7%), el exministro de Salud cabildante Daniel Salinas (+5%) y el exministro de Economía frenteamplista Danilo Astori (+2%). Por lo tanto, Lacalle Pou no sólo es el político con mayor aprobación del gobierno, sino que también es el único con saldo neto positivo que tendrá participación en la campaña electoral.

El intento de convertir la sonrisa de Lacalle en la sonrisa de la coalición

Más allá de las particularidades mencionadas, hay un elemento que se destaca y hará de esta campaña electoral un episodio único. La historia muestra que las dos veces que el presidente tuvo un saldo neto de popularidad positivo a mitad de año electoral, su partido ganó las siguientes elecciones. Sucedió con el primer gobierno de Vázquez y con el de Mujica. Sin embargo, aquí tenemos una situación diferente. Lacalle Pou goza de una alta aprobación, pero se encuentra desacoplada de la intención de voto de su partido y la coalición gobernante. Nunca un presidente con esa popularidad tuvo un escenario de encuestas tan adverso de cara a las elecciones de octubre.

¿Por qué escribo “un escenario tan adverso”? Si bien los analistas suelen ser cautos, yo en el panorama general que ofrecen las encuestas veo al Frente Amplio como gran favorito. Actualmente las encuestas le asignan una intención de voto de entre 44% y 48%. Comparemos estos valores con los que surgían a la misma altura del año electoral en elecciones pasadas: en 2019 las encuestas le daban al Frente Amplio una intención de voto de entre 27% y 36%; en 2014, entre 39% y 43%; en 2009, entre 42% y 45%; y en 2004, entre 45% y 51%. Por lo tanto, los escenarios más parecidos al escenario actual son los de 2004 y 2009, cuando el Frente Amplio ganó en primera y segunda vuelta, respectivamente.

En el horizonte encuestador de nubes negras para el oficialismo podemos encontrar, sin embargo, una nube blanca flotando en el medio, como una esperanza. Como vimos, las encuestas también recogen un saldo neto positivo de popularidad del presidente, mostrando un paisaje novedoso. La esperanza oficialista radica en lograr que esa nube pueda blanquear a las otras, llevárselas hacia otros lares, logrando así cambiar el paisaje bajo la pulsión de aquella antigua invocación nacionalista: “Las nubes pasan, el azul queda”.

Por lo tanto, para intentar acortar la brecha el Partido Nacional pone en la foto su mejor sonrisa. La noche del 30 de junio el candidato a la presidencia, Álvaro Delgado, anunció, antes incluso de señalar quién sería su vice, que Lacalle Pou encabezaría listas al Senado. Dirigentes nacionalistas han explicitado que la fórmula no es Delgado-Ripoll, sino Delgado-Ripoll-Lacalle Pou. El plebiscito de la seguridad social será una excusa perfecta para que el presidente pueda entrar en campaña, bajo el paraguas de la defensa de la reforma realizada por su gobierno. Haciendo equilibrio con las prohibiciones que establece la Constitución –el presidente no podrá “intervenir en ninguna forma en la propaganda política de carácter electoral”–, todo apunta a que 2024 tendrá una elección con fuerte presencia del presidente en la campaña electoral.

La historia nos indica que no debería sorprendernos un aumento de la popularidad de Lacalle Pou en los próximos meses. Las perspectivas también serán de mayor intensidad en la participación del presidente en el debate público. La pregunta del millón es cómo se vinculará su simpatía con la efectiva votación de la coalición oficialista. ¿La popularidad de Lacalle Pou logrará tironear hacia arriba la intención de voto del Partido Nacional y de la coalición multicolor?

Fernando Esponda es economista.