Mi pueblo no es argentino, / ni paraguayo, ni austral; / se llama Pueblo Oriental / por razón de su destino...
Una noche de verano descubrí, de niño, un truco que aún utilizo. Cuando quería ver una estrella tenue en la inmensidad del cielo nocturno y la miraba directamente, su brillo se atenuaba o incluso desaparecía. En un momento noté que si en lugar de mirarla directamente apuntaba la vista un poquito hacia el costado, o hacia arriba o hacia abajo, la estrella reaparecía, con mayor claridad y nitidez, en la visión periférica.
La inminencia de las elecciones nacionales provoca mayor atención sobre los candidatos. Cada declaración, cada gesto, cada movimiento es analizado y sopesado en virtud de su impacto electoral. En este marco de intensidad, y quizás a contrapelo de lo que debería hacer un artículo de análisis electoral en estos momentos, desviaré el ojo para aplicar el principio astronómico que aprendí en mi infancia.
En lo que sigue abrazaré la idea de que una forma alternativa de comprender y predecir a Uruguay es, precisamente, no mirarlo directamente, sino observar su alrededor.
La marea rosa
… pero recorre el camino / de sus hermanos amados, / el de tantos humillados, / el de América morena, / la sangre de cuyas venas / también late en su costado.
La primera consideración se refiere al movimiento pendular entre izquierda y derecha. En el gráfico que acompaña este texto se muestra la distribución de gobiernos sudamericanos según orientación ideológica desde 1985 en adelante.
La historia reciente sudamericana tiene una primera etapa de predominio de gobiernos de derecha, durante la década del 90, en consonancia con la moda de la época: el Consenso de Washington.
El cambio de siglo trajo consigo una marea ascendente de gobiernos de izquierda, que comienza a levantarse y se mantiene alta durante una década, cuando la mayoría de los gobiernos sudamericanos fueron de izquierda. En ese período gobernaron Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay, Ollanta Humala en Perú, Tabaré Vázquez y José Mujica en Uruguay, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela. Sólo Colombia se mantuvo al margen, excepción que confirma la regla.
Esta sucesión de gobiernos de izquierda, bautizada “marea rosa” a partir de un artículo del periodista Larry Rohter que apareció en The New York Times a propósito de la victoria de Tabaré Vázquez en 2004, tuvo un descenso hace aproximadamente una década con la victoria, en muchos países, de partidos de derecha que los politólogos –amantes de las metáforas marítimas– llamaron “la ola conservadora”. Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Jair Bolsonaro y Luis Lacalle Pou son presidentes que se asocian a esta ola.
Una cuarta etapa parece abrirse con la década de 2020, con un aparente resurgimiento de la marea rosa. Los analistas identifican en esta segunda ola a presidentes como Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú, Gustavo Petro en Colombia y la vuelta de Lula en Brasil, a los que se pueden sumar las victorias en América Central de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum en México y de Xiomara Castro en Honduras.
Todavía está por verse cuál es la duración de esta segunda ola, pero aparenta ser menos alta y larga que la anterior, porque entra en juego la segunda característica de esta época: la alternancia.
La alternancia
Mi pueblo no estuvo ausente / ni mucho menos de espaldas / a la trágica y amarga / historia del continente...
Además del eje izquierda-derecha, podemos analizar la historia electoral sudamericana en el eje continuidad-alternancia. El mapa que acompaña este artículo muestra el resultado de la última elección de cada país, resumiendo si el ganador fue el oficialismo o la oposición.
El color predominante refiere a los países en los que en la última elección ganó la oposición al gobierno vigente (me animé a sumar en este grupo, aunque oficialmente no se ha declarado así, el caso de Venezuela). Los únicos países que aparecen con otro color son Paraguay y Bolivia (para ser honestos, también aparecen de otro color las Guyanas –esa porción del continente que, no sé bien por qué, todos hacemos de cuenta que no existe–, pero, por las dudas, no pienso innovar agregándolas en el análisis en este momento).
América del Sur vive actualmente una etapa de voto castigo a los oficialismos, en la que la norma ha sido la victoria electoral de la oposición.
Entre Brasil y Argentina
...fuimos un balcón al frente / de un inquilinato en ruinas / –el de América Latina, / frustrada en malos amores–, / cultivando algunas flores / entre Brasil y Argentina.
Recuerdo, en la época de estudiante, haber escuchado que para conocer la variación del PIB de Uruguay bastaba con hacer un promedio entre la variación del PIB de Argentina y el de Brasil. Quizás esta idea también pueda aplicarse en el terreno de la ciencia política, así que dediquemos un momento exclusivo a nuestros países vecinos.
La historia política reciente de Argentina puede resumirse de la siguiente forma: “Luego de la crisis económica ocurrida cerca del cambio de siglo, que tuvo como hito fundamental una fuerte devaluación de la moneda, la izquierda llegó al poder. Se mantuvo durante varios períodos de gobierno consecutivos, que luego fueron sucedidos por una alternancia entre gobiernos de derecha y de izquierda”.
Por su parte, la historia política reciente de Brasil podría resumirse... exactamente con el mismo párrafo. “Caramba, ¡qué coincidencia!”, diría, como lo hiciera, ante la comparación entre el trono y María, el rey Enrique VI de Les Luthiers.
Tratamos el mismo asunto
Así pues, no habrá camino / que no recorramos juntos, / tratamos el mismo asunto / orientales y argentinos...
Estas regularidades históricas no dejan de sorprenderme. Un inicial predominio de la derecha, el cambio de siglo, la marea rosa, la ola conservadora y la alternancia son rasgos que se repiten, como un fractal, para América del Sur, para nuestros vecinos y para Uruguay.
Recorriendo el mismo derrotero histórico, nos diferencia transitar el camino al paso de nuestra idiosincrasia. Con períodos presidenciales más cortos, el ansioso argentino ya ha experimentado la alternancia tres veces (Fernández-Macri-Fernández-Milei); el manso uruguayo, por ahora, sólo una. El exagerado argentino bandea entre propuestas estatistas y anarcocapitalistas; el moderado uruguayo, entre izquierdas socialdemócratas y derechas sin refundaciones estructurales.
El ser humano discute desde hace siglos sobre la capacidad de incidir en su destino. Dos bandos se han batido históricamente, acumulando argumentos en diferentes momentos del tiempo, tanto en el equipo del libre albedrío como en el del determinismo. ¿Somos acaso dueños de nuestro destino? ¿O ya está escrito lo que nos sucederá hoy, mañana, dentro de 20 años?
Las mismas preguntas, que la filosofía discute para el individuo, pueden aplicarse a nivel país. ¿Nuestro destino nacional es resultado de aciertos o errores propios? ¿O está determinado por fuerzas externas, ajenas a nuestra capacidad de intervención? Es en este punto que volvemos a la campaña electoral uruguaya. Vistas las fuertes regularidades históricas, ¿qué tan importante es entonces la historia de que Fulano ganó porque es lindo, que Zutano eligió una compañera de fórmula que no es del gusto de sus partidarios o que Perengano sonríe afablemente y cae bien? Más aún, ¿qué tan relevantes son las campañas electorales? Más aún incluso, ¿qué tan significativas son nuestras propuestas de política económica, de política social, de seguridad?
Por suerte, la filosofía nos ofrece también una respuesta. El compatibilismo, intermedio y conciliador, sale al cruce: el libre albedrío no es incompatible con el determinismo, nuestras acciones están determinadas por causas previas y externas, pero aun así tenemos cierta influencia en ellas en un sentido significativo. Algo importarían las declaraciones, los gestos, los movimientos, las campañas y las propuestas de política, pero dentro de un marco general donde intervienen dinámicas exógenas que sobrepasan incluso los límites de nuestra línea fronteriza.
Sin proponer entregarnos resignados a las fuerzas de la historia, el apunte es no olvidar que no somos una isla aislada, sino un reflejo de movimientos más amplios. Con idiosincrasia propia, sin grandilocuencias, lejos de las escarpadas pendientes andinas o la inextricable selva amazónica, nuestra pradera suavemente ondulada comparte, sin embargo, vasos comunicantes con el continente, conexiones subterráneas que nos han hecho y nos hacen bailar al compás de la misma placa tectónica. Un baile cuya música de fondo fue antes la marea rosa, y hoy la alternancia.
... ecuatorianos, fueguinos, / venezolanos, cusqueños, / blancos, negros y trigueños, / forjados en el trabajo, / nacimos de un mismo gajo / del árbol de nuestros sueños. Alfredo Zitarrosa (1974)
Fernando Esponda es economista.