Erika Hilton tiene 28 años, es la primera concejala transgénero de San Pablo y fue la más votada para ese cargo en todo Brasil. Activista por los derechos humanos, define a su país como racista, machista y LGBTfóbico, y dice que esto se agravó durante el gobierno de Jair Bolsonaro. Es una firme partidaria de que la izquierda se presente unida en las presidenciales apoyando la candidatura de Lula da Silva. El lunes inicia una visita a Montevideo.
Le pido que me cuente de su infancia y adolescencia.
Nací en Franco da Rosa y crecí en Francisco Morato, una ciudad periférica de la región metropolitana de San Pablo. Crecí en un hogar matriarcal, con mi abuela, mis primas, mis tías, mi madre. Tuve una infancia muy feliz y muy diferente de la mayoría de los niños de aquel territorio, porque mi madre era una mujer que trabajaba afuera y yo era hija única, entonces ella tenía una condición económica buena. Recuerdo mi infancia con mucho cariño, con mucha nostalgia, con mucho amor. Fui feliz.
Al entrar en la adolescencia comencé a tener problemas por mi identidad de género y por la iglesia. El discurso fundamentalista de la iglesia evangélica ingresó a mi casa y a mi familia e hizo que las personas comenzaran a tener una concepción de mi identidad, de mi cuerpo como algo incorrecto y que necesitaba ser combatido. Mi madre me mandó para la casa de unos tíos evangélicos. Ahí comenzaron unos episodios de violencia, hasta que me expulsaron a los 14 años. A partir de ese momento viví mi adolescencia entera de la prostitución, como sucede con la mayoría de las mujeres transexuales y travestis en Brasil, desafortunadamente. 90% de ellas aún hoy en día viven de la prostitución, de manera obligada, por falta de oportunidades, por el abandono de sus familias.
Pasé mi adolescencia entera viviendo en cafeterías, en casas de amigas, etcétera, de un lado para otro. Entonces, mi adolescencia es un período que no me gusta mucho, a pesar de haber conseguido ser una persona buena y feliz, aun con todo lo que sucedió. Después, ya en la vida adulta, retomé los estudios, mi familia y mi madre retomaron la relación conmigo, y ella comprendió la gravedad de lo que había hecho. A partir de ese momento retorné a la escuela y ya en la vida adulta fui a San Carlos a estudiar en la UFSCar [Universidade Federal de São Carlos].
¿Cuándo y cómo comenzó el activismo social por los derechos humanos, en especial contra el racismo y la homofobia?
Mi activismo social comenzó cuando me fui dando cuenta de la brutal realidad que estaba viviendo por causa de ser una mujer trans y negra. Comencé a percibir que era necesario discutir esos temas, esas realidades. Pero yo no tenía bagaje, no tenía experiencia, era una chica viviendo de la prostitución, muy joven. Cuando fui a retomar la educación, necesité hacerme un documento público que tuviera mi nombre social. La empresa de ómnibus me negó ese derecho, y a partir de ese momento, comencé una pelea con esa empresa. Eso tomó repercusión mediática a nivel nacional. A partir de entonces empecé a vincularme con los movimientos sociales, con militantes, con activistas, a encontrar personas que discutían sobre racismo, sobre género, sobre sexualidad. Después, cuando fui a la universidad, empecé a militar en el movimiento estudiantil y fue ahí donde comencé un activismo, una militancia y un debate sociopolítico más organizado. Ya en 2015, cuando ocurrió la pelea con esa empresa de ómnibus, me afilié al PSOL [Partido Socialismo y Libertad], y en ese momento es que se inició mi participación político-partidaria. Era un momento en el que estaba saliendo de la prostitución para retomar los estudios, en que mi lucha comenzaba a nacer.
¿Cuáles son los principales temas que impulsa desde su cargo de concejala?
Creo que los principales temas han sido, en parte por causa de la pandemia, el hambre, la falta de vivienda, el desmantelamiento de los servicios sociales, el desempleo y la ausencia de políticas de emergencia para este grave escenario de destrucción socioeconómica que llegó junto con la crisis sanitaria.
Otro tema en que trabaja es la educación en San Pablo y en general en Brasil.
Soy una gran defensora de los educadores; el tema de la educación es central en mi gestión, porque la educación mueve al mundo, es la que muestra posibilidades de que las realidades y la sociedad pueden ser transformadas. Por medio de la educación logramos avanzar mucho.
¿Qué cambios son necesarios en ese sentido?
La escuela pública precisa cumplir una función social, no sólo enseñar al alumno a aprender a leer para después firmar un permiso de trabajo y vender su mano de obra de forma barata. La escuela precisa dar valores sociales, humanos. Desafortunadamente, el modelo de escuela pública que tenemos en Brasil para la clase trabajadora, para el hijo del negro, del pobre, del y de la travesti, LGTB, se acerca más a un modelo, incluso en su arquitectura, en su forma, y no sólo en el contenido, de cárcel semiabierta, donde el trabajador va a dejar a sus hijos para poder trabajar y ahí sus hijos van a aprender a quién llamar vagabundo, puta, mono, negro, y a quién decir “sí, señor” y “sí, señora”. La escuela precisa cumplir un papel mayor que el actual, que el que ofrece por causa del desmantelamiento de la educación. Y nosotros sabemos que desmantelar la educación es parte de un proyecto político de precarización de la vida, de perpetuar las desigualdades, la desinformación.
¿Cómo es la situación de las mujeres y disidencias afro en pandemia, el tema central de la conferencia que dará en Montevideo?
La realidad de la pandemia en Brasil es grave, es una realidad que asusta porque refleja desigualdades sociales. La situación es así por responsabilidad del gobierno federal, un gobierno que negó la gravedad de la pandemia, que no aprobó una asistencia digna para esta población, que se burló del pueblo brasileño y de sus muertos. Tuvimos un escenario muy grave y que afectó primero a las mujeres, a la población negra, a la población indígena, que se vio completamente devastada por la crisis sanitaria y por la crisis económica. Incontables familias se fueron a vivir a las calles, madres, niños, ancianos. La pandemia profundizó aquello que siempre denunciamos en Brasil, las desigualdades, personas viviendo con mucho y otras viviendo sin nada. Y es en ese escenario que vemos madres que van presas porque precisan robar alimentos en el supermercado, familias enteras viviendo bajo los puentes, en las veredas, y una ausencia del poder del Estado en intervenir en esa grave realidad. El escenario de Brasil es devastador, donde las personas están desesperadas, y con eso aumenta la violencia, con eso aumenta una serie de problemáticas sociales que surgen de este proceso de ausencia de políticas.
¿Cuál es la expectativa promedio de vida de las mujeres trans en Brasil?
La expectativa de vida de las mujeres trans y travestis en Brasil es de apenas 35 años, mientras que el resto de la población aumentó su expectativa de vida. Yo vengo del área de la gerontología, que es la ciencia del envejecimiento, y las estadísticas apuntan que la población brasileña cisgénero viviría más, entre 70 y 80 años.
El riesgo de una mujer trans y negra de sufrir violencia es mucho mayor que el de la mayoría de la población en Brasil. ¿Cómo vivió eso y cómo lo vive ahora, que ocupa un cargo de concejala?
Es bastante atemorizante vivir en un Brasil que nos odia por nuestros cuerpos y que nos persigue. Y la violencia que ataca la vida de las mujeres transexuales y travestis está repleta de crueldad. Cuando fui electa concejala recibí una serie de amenazas, de ataques, y todavía recibo. Pero sé de la importancia de mi cuerpo en este lugar y sé cuán transformador puede ser el trabajo que realizo. Entonces ocupo una banca hoy para que chicas y mujeres iguales a mí no precisen ir hacia la prostitución, para que esta violencia brutal que nos asuela, que es desconsiderada y eufemizada en Brasil, pueda ser denunciada. Debemos tener coraje.
No voy a esconderme ante la violencia, no voy a esconderme ante el odio; por el contrario, daré mi voz, mi cuerpo, mi historia para combatir esta violencia, para reeducar a la sociedad brasileña, para hacer que el pueblo brasileño reconozca la humanidad travesti, transexual, que respete la vida de mujeres transexuales y combata el preconcepto y la discriminación que nos asuela en el país del mundo que más mata, y nos mata de las formas más brutales. Y ahora con un presidente de la República que elige a esa comunidad como enemiga número uno de la nación y estimula el odio y la violencia contra este grupo.
¿El asesinato de la concejala Marielle Franco en 2018 marca el momento más duro de la violencia política en Brasil en los últimos años?
Sin duda alguna, estamos pasando una grave crisis de violencia política en nuestro país. La violencia política aumentó de forma dramática y atemorizante, pero lo que ocurrió con Marielle Franco fue el summun de esta violencia. El Instituto Marielle Franco tiene una pregunta que me gusta mucho: quién cuida, quién protege a las parlamentarias negras. Lo que sucedió con Marielle refleja en qué medida Brasil ha pasado por momentos terribles en lo que respecta a la democracia y a la participación de grupos minoritarios en el ejercicio de la vida pública.
Ha recibido amenazas y ataques. ¿Tiene que estar con guardaespaldas en la calle?
Sí.
Una de las imágenes que se proyecta de Brasil a nivel internacional es de una población alegre, sin racismo y con libertad sexual, muchas veces asociada al carnaval de Río de Janeiro. ¿Qué hay de cierto en eso?
Creo que es herencia de la colonización y del mito de la democracia racial. Una teoría que se extendió por Brasil, diciendo que aquí todos éramos iguales, que éramos felices y que aquí era la tierra de la mulata, del carnaval, del samba, de la playa y de la cerveza; cuando en verdad Brasil es un país profundamente desigual. Tenemos que combatir esa imagen de un Brasil feliz y celebrativo. Brasil pasa por momentos muy tristes desde la invasión de las Américas e intentar venderlo como ese paraíso, ese paraíso sexual, de la carne, también responde a cómo se mira a nuestros cuerpos. Nos miran de manera folclórica y quieren enmascarar la realidad de las desigualdades y el sufrimiento.
Brasil es un país lindo, con paraíso tropical, con espacios turísticos bellísimos, y va a ser visto de esa manera. Pero cuando miramos la realidad del pueblo que está viviendo acá, no disfruta de las maravillas de las que Brasil dispone por la desigualdad, por el racismo, por la violencia. Precisamos terminar con ese mito de un país feliz y carnavalesco durante los 365 días del año. Brasil es un país que sufre, es un país sufrido pero tiene un pueblo luchador, un pueblo aguerrido, resistente y resiliente que lucha todos los días para superar esa tristeza.
¿Qué significa para la sociedad brasileña, y en especial para la paulista, tener a Jair Bolsonaro como presidente?
Es difícil responder eso porque fue la sociedad brasileña la que lo eligió. En alguna medida, algunas de las cosas que Bolsonaro dice dialogan con el pensamiento hegemónico de la sociedad. Una buena parte de la sociedad se reconoce en las atrocidades que Bolsonaro dice, porque Brasil desafortunadamente es un país racista, LGTBfóbico, machista y que no reconoce esas problemáticas, intenta esconderlas, minimizarlas, y ahí termina creando identificación con el discurso de Bolsonaro. Pero lo que tenemos del otro lado es una gran rebelión de tristeza de tener a un presidente dictador frustrado, un fascista ocupando el lugar de la presidencia y desmoronando nuestro país, profundizando aún más las precariedades, las desigualdades, los debates, todo.
Podría hacer una lista de los males que representa Jair Bolsonaro para la política y también para la sociedad brasileña. Pero desafortunadamente hay un gran grupo que se identificó con su discurso, porque es un discurso que aún impera en las sombras sociales y que precisa ser combatido urgentemente para que en Brasil no tengamos más figuras como la de Jair Bolsonaro.
Ante la posibilidad de un nuevo gobierno liderado por la ultraderecha que representa Bolsonaro, ¿la izquierda se presentará unida en la próxima elección presidencial?
Si dependiera de mí, la izquierda se presentaría extremadamente unida, con un frente amplio intentando retomar Brasil. Hay una concejala en Salvador que dice que después de Bolsonaro trabajaremos en la refundación de Brasil, y esa refundación de Brasil necesita ser hecha de manera colectiva, con toda la izquierda unida. Eso no significa ceder nuestros principios, nuestras ideologías, nuestros partidos. No es nada de eso, pero es entender que nuestra devoción y nuestro propósito necesitan ser por un bien mayor, y ese bien mayor es Brasil y el pueblo brasileño. Por eso precisamos unirnos, fortalecernos, fortalecer nuestras bases y nuestros territorios para que el pueblo pueda ir a las urnas y derrumbar ese proyecto nefasto, para que Brasil pueda retomar sus rumbos y tener la posibilidad de soñar otra vez.
El PSOL, que usted integra, fue fundado por escindidos del Partido de los Trabajadores. ¿Apoyarán a Lula como candidato presidencial o irán con candidato propio?
Hemos tenido esa discusión. Yo creo que en un primer momento sería bueno tener una candidatura propia para que los partidos mantengan sus autonomías. Que en primera instancia los partidos pudieran presentar sus puntos de vista, sus proyectos, sus propuestas, y en segunda instancia, sin duda alguna, ir juntos con Lula. Todavía considero que esa es una visión interesante, porque la autonomía y la independencia de los partidos son importantes en las construcciones democráticas y de los procesos políticos. Pero claro, estamos en el final de 2021. Si me preguntás eso en marzo de 2022, dependiendo de los termómetros electorales, puedo decir que es necesario ir con Lula desde el principio. Pero los datos y las encuestas apuntan ahora que Lula llegará a la segunda vuelta y ahí, sin duda alguna, los partidos deberían ir todos con Lula. Si en marzo tuviéramos encuestas que mostraran lo contrario, los partidos tendrían que ir con Lula desde un primer momento.
La revista Time la mencionó entre los 20 líderes de la próxima generación y es una de las dos únicas brasileñas que aparecen en esa lista. ¿Cómo toma este tipo de anuncios?
No sé muy bien responder cómo quedo con eso. La revista Time me elige como líder de la próxima generación, soy elegida entre las 100 personas negras más influyentes del mundo menores de 40 años y recientemente gané el premio de MTV, un premio de música en el que una política estaba siendo celebrada, reconocida. Eso para mí es muy gratificante porque no dice solamente respecto de mí, sino que habla de una mujer joven, negra, política, ocupando espacios de visibilidad y llevando adelante la voz, la lucha, la trayectoria de otras mujeres iguales a mí.
Su agenda en Montevideo, que comienza el lunes, incluye encuentros con integrantes de organizaciones sociales, legisladores, ediles y académicos, ser declarada visitante ilustre y posiblemente una cena con el expresidente José Mujica. ¿Qué busca en esta visita?
Busco encontrar compañeros internacionales, estrechar relaciones, unir esfuerzos en América Latina para que podamos de manera conjunta superar los desafíos que nos fueron impuestos. Encontrar otros activistas, otros políticos y otras formas de pensar, formular y hacer política. Lo principal es estrechar las relaciones, buscar aliados y encontrar mecanismos colectivos de hacer política para enfrentar esta atmósfera que se ha extendido en América de una manera general.
¿Uno de sus objetivos parece ser que deje de ser noticia que personas negras y de la diversidad sexual ocupen cargos de relevancia política?
Por el amor de Dios que sí, es el mayor sueño de mi vida [sonríe]. Preciso y quiero ver eso. No sé si lo veré, pero espero dejar un legado para las futuras generaciones de que nuestra presencia en estos lugares sea natural, normal. Es con eso que sueño.
Y en el presente, ¿qué cosas la hacen feliz?
[Piensa largamente] Es breve y profunda esa pregunta, ¿no? Creo que lo que me hace feliz es estar viva en el lugar donde estoy, pudiendo realizar el trabajo que estoy realizando, pudiendo ser portavoz de esa gama de mujeres, hombres, niñas y niños que viven en este país y que no pudieron hablar, que no tuvieron oportunidades de llegar adonde estoy y que se ven representados por mí. Lo que me hace feliz es poder representar a mi población, es poder pensar una nación y un futuro mejores para los míos. Eso me hace muy feliz.