La creación de una moneda sudamericana puede impulsar el proceso de integración regional, caracterizado por sus lentos avances y ocasionales estancamientos hasta la fecha, fortaleciendo asimismo la soberanía monetaria de los países sudamericanos, habituados a afrontar limitaciones económicas derivadas de la fragilidad internacional de sus monedas.

En modelos de precificación de activos, los intereses pagados por títulos de deuda emitidos por un gobierno son denominados de riesgo soberano o libres de riesgo de crédito, esto justamente por la capacidad que tiene la autoridad monetaria de emitir los medios de pago necesarios para liquidar sus obligaciones y deudas, dentro de su propia economía.

Si dentro de cada nación el Estado y su moneda son soberanos, en las relaciones internacionales la lógica es distinta. Existe, en el sistema financiero internacional, una jerarquía para las monedas nacionales. La ubicación del dólar en la cima de esa jerarquía otorga a Estados Unidos el privilegio de emitir la moneda internacional.

El reciente conflicto entre Rusia y Ucrania reavivó antiguos temores que se habían apagado con el final de la Guerra Fría. La posibilidad de una guerra que involucre a las potencias nucleares es una clara amenaza a la existencia humana, y los avances de dichas potencias sobre la soberanía de países que carecen de poderío bélico similar constituyen un factor desequilibrante y temible para muchos estados.

Estados Unidos y la Unión Europea se valieron de la fuerza de sus monedas para infringirle a Rusia severas sanciones, confiscando sus reservas internacionales y excluyendo al país del sistema de pagos internacionales (Swift). Ante la imposibilidad (y la locura) de un enfrentamiento militar directo con otra potencia nuclear, Joe Biden y sus aliados buscaron en el poder de sus monedas los modos de aislar y debilitar al enemigo.

Como ejercicio de poder, no se trata de una estrategia inédita. En 1979, la suba en la tasa de intereses implementada por Estados Unidos para reafirmar el poder del dólar como moneda global llevó a diversos países (incluyendo Brasil y buena parte de América Latina) a una situación de insolvencia. Con la crisis de 2008, fue el poder del dólar lo que le permitió a la FED (Banco Central estadounidense) sostener los precios en el mercado financiero, ofertando liquidez y demandando activos.

La utilización del poder monetario en el ámbito internacional renueva el debate sobre la relación entre moneda, soberanía y capacidad de autodeterminación de los pueblos, sobre todo en países con monedas consideradas no convertibles. Al no ser aceptadas estas monedas como medio de pago y reserva de valor en el mercado internacional, sus gestores están más sujetos a las limitaciones impuestas por la volatilidad del mercado financiero internacional.

Durante los años 1990, sucesivas crisis globales hicieron que diversos países latinoamericanos tuviesen que recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) para poder honrar sus obligaciones en monedas internacionales. El apoyo del FMI quedaba usualmente condicionado a la adhesión de esos países al recetario económico “sugerido”.

El 25 de marzo, el FMI aprobó un nuevo acuerdo con Argentina, el vigésimo segundo de su tipo desde 1956. Otros países apostaron a la dolarización como vía de estabilización macroeconómica, renunciando a la soberanía monetaria y de autonomía en la ejecución de políticas macroeconómicas. A partir de 2003, Brasil acumuló reservas internacionales y pudo revertir su posición pasando de deudor a acreedor líquido internacional.

En un contexto de amenazas bélicas, las reservas internacionales funcionan como una defensa de las monedas domésticas, incluso para desalentar ataques. Sin embargo, como países emergentes o en vías de desarrollo en distintos niveles, todos seguimos padeciendo limitaciones económicas derivadas de la fragilidad internacional de nuestras monedas.

Un proyecto de integración que fortalezca a América del Sur, incrementando el comercio y la inversión combinados, permitiría formar un bloque económico de mayor relevancia en la economía global y asegurarle más autonomía al deseo democrático, a la definición del destino económico de los participantes del bloque y a la ampliación de la soberanía monetaria.

La situación no es sencilla, dada la profunda heterogeneidad estructural y macroeconómica de los países de la región. Las tentativas de fortalecer y acelerar la integración regional lograron hasta el momento forjar áreas de libre comercio y acuerdos en los ámbitos del crédito y la infraestructura. Sin embargo, fue un proceso que se dio a un ritmo lento, y que estuvo signado por distintos momentos de repliegue.

La apertura de un proceso de integración monetaria para la región sería capaz de insertar una nueva dinámica a la consolidación del bloque económico, brindándoles a los distintos países las ventajas de acceso y gestión compartida de una moneda de mayor liquidez, válida para relacionarse en economías que, juntas, adquirirían más peso en el mercado global.

La experiencia monetaria brasileña, exitosa en la instrumentalización de la URV (Unidad Real de Valor), puede subsidiar un paradigma para la creación de una nueva moneda digital sudamericana (SUR), capaz de fortalecer a la región.

La moneda sería emitida por un Banco Central Sudamericano, con una capitalización inicial hecha por los países miembros en proporciones acordes con las respectivas participaciones de cada país en el comercio regional. La capitalización se haría con reservas internacionales de los países y/o con una tasa sobre las exportaciones extrarregionales de cada país. La nueva moneda podría ser utilizada tanto para flujos comerciales como financieros entre países de la región.

Cada país miembro recibiría una dotación inicial de SUR de acuerdo a reglas claras y consensuadas, y tendrían libertad para adoptarla domésticamente o mantener sus monedas locales. Los valores de cambio entre las monedas nacionales y la SUR serían flotantes. Los derechos financieros, como las reservas internacionales, también proveerían una contrapartida para la emisión equivalente de SUR.

Asimismo es fundamental un mecanismo de ajustes simétricos entre países con superávit y deficitarios. Los recursos provenientes de ese mecanismo serán utilizados para capitalizar fondos de una Cámara Sudamericana de Compensación, destinada a financiar la reducción de asimetrías entre las economías y el fomento de la sinergia entre ellas.

Los países miembros podrán comprar SUR para consolidar sus reservas internacionales, sin que recaigan tasas sobre los valores adquiridos. Deberán crearse mecanismos para gravar y desincentivar ataques especulativos.

La creación de una moneda sudamericana es la estrategia para acelerar el proceso de integración regional, constituyendo un poderoso instrumento de coordinación política y económica para los pueblos sudamericanos. Es un paso fundamental rumbo al fortalecimiento de la soberanía y la gobernanza regional, que sin duda se revelará decisivo en un nuevo mundo.

Este artículo fue publicado por Nueva Sociedad. Traducción: Cristian De Nápoli.