El barrio de Agbogbloshie, uno de los más pobres ubicado en las afueras de Acra, la capital de Ghana, es tristemente célebre desde hace más de una década porque allí existe el mayor vertedero de desechos electrónicos del mundo.
A pesar de que con el correr de los años tanto el gobierno ghanés como otros países, además de la ONU y entidades humanitarias, vienen tratando de mitigar la situación, computadoras en desuso, televisores rotos, millones de celulares en desuso y todo tipo de electrodomésticos, en la mayor parte de los casos irreparables, llegan a vertederos como el de Agbogbloshie.
Allí, en un área aproximada a las 30 hectáreas, se estima que alrededor de 40.000 personas, muchos de ellos niños, trabajan diariamente extrayendo pequeñísimas piezas de cobre y otros materiales que venden a un precio irrisorio para poder sobrevivir. Claro está que el precio que pagan estas personas es altísimo, porque el proceso por el que extraen el cobre es enormemente tóxico, porque para llegar a la materia prima queman los revestimientos de plástico de los cables, generando gigantescas humaredas.
Según un estudio publicado en el International Journal of Environmental Research and Public Health, en 2020, 79% de las personas que vivían en las zonas cercanas a Agbogbloshie sufren dolores fuertes que les obligan a tomar analgésicos todos los días. Otras dolencias comunes son quemaduras, irritación ocular, trastornos digestivos, tos, problemas de piel, pérdida de audición, dificultades respiratorias, migrañas y náuseas crónicas, informó el portal español Público.
Julius Fobil, investigador y decano de la Facultad de Biología y Medioambiente de la Universidad de Ghana y autor del estudio, relató al medio que, a mediano plazo, el contacto continuado con los compuestos venenosos que flotan en el aire e inundan el agua y la comida “está asociado a cáncer, asma, trastornos del neurodesarrollo, obesidad, disfunción tiroidea, trastornos del comportamiento, abortos espontáneos, muerte neonatal y daño en el ADN”.
De acuerdo a un estudio realizado por la Red de Acción de Basilea, una organización benéfica no gubernamental que trabaja para combatir la exportación de desechos tóxicos de la tecnología y otros productos de las sociedades industrializadas a los países en desarrollo, por orden de cantidad, los envíos de basura electrónica que terminen en los países del tercer mundo salen de Reino Unido, Italia, Alemania, España, Irlanda y Polonia. Los investigadores colocaron dispositivos GPS en varios electrodomésticos desechados en puntos limpios de estos países europeos para comprobar que terminaban finalmente en países como Ghana, Hong Kong, Nigeria, Pakistán, Tanzania, Tailandia y Ucrania.
Mike Anane, un activista medioambiental ghanés, explicó a Público: “Nuestras aduanas no tienen recursos para controlar todo lo que entra. Muchas veces los contenedores están etiquetados de forma engañosa, catalogados como ropa de niño, donaciones de segunda mano, bienes de consumo o electrodomésticos”.