Para entender por qué Giorgia Meloni llegó a gobernar Italia hay que mirar hacia Europa, mientras que para entender por qué Meloni es peligrosa para Europa hay que mirar lo que está ocurriendo en Italia.

Ya antes de convertirse en primera ministra, la dirigente de Hermanos de Italia (FDI, por sus siglas en italiano) consiguió romper en Bruselas el cordón sanitario que frenaba a la extrema derecha, proyectando en el plano internacional la imagen de una líder “pragmática y moderada”.

Mientras tanto, en Roma, desde que llegó al gobierno en otoño de 2022, en el marco de una alianza con la Liga y Forza Italia, Meloni ha llevado a cabo una progresiva erosión del Estado de derecho. Ha atacado la libertad de los medios de comunicación y ha iniciado reformas institucionales centralizadoras. Para ascender al poder, la líder de FDI debió convivir con dos versiones de sí misma. La fachada pragmática era necesaria para actuar como caballo de Troya de la extrema derecha europea. Pero para poder aglutinar a su electorado y su bloque de poder, Meloni no puede renunciar a una encendida propaganda antiinmigración, antitransición ecológica y anti “familia arcoíris”, así como a la limitación de los espacios para la disidencia. En resumen, la líder de FDI tiene dos caras, una falsa y otra real, y las contradicciones entre estas dos versiones emergen cada vez con más fuerza.

La ruptura de los diques

Para entender el gobierno de Meloni, primero hay que mirar hacia atrás y ver cómo fue posible que un partido posfascista como FDI llegara a gobernar Italia. La labor de normalización de la extrema derecha es una operación estratégica habitual también en otros países: piénsese en Marine Le Pen y la dédiabolisation de su partido, Reagrupamiento Nacional (RN).

Pero Meloni desempeña un papel ejemplar en esta operación para otras formaciones en el ámbito europeo. Aunque la primera ministra italiana ha construido el mito de ser una mujer que se ha hecho a sí misma y que se ha redimido de años de indiferencia –le gusta definirse con la expresión “underdog” [en desventaja]–, la dirigente debe su proceso de normalización principalmente a dos hombres: Silvio Berlusconi, el magnate de los medios de comunicación y ex primer ministro recientemente fallecido; y Manfred Weber, el líder del Partido Popular Europeo (PPE), la formación política a la que pertenecen los democristianos alemanes y que sigue siendo el grupo más numeroso en el Parlamento Europeo.

Berlusconi desempeñó un papel crucial en la normalización de la extrema derecha en Italia. De hecho, puede decirse que es Meloni quien más se ha beneficiado del legado cultural y político del berlusconismo. Cuando el magnate ni siquiera había entrado oficialmente en política, ya había decidido apoyar a Gianfranco Fini –el líder del Movimiento Social Italiano (MSI), que provenía de la tradición fascista y no ocultaba su admiración por el Duce– en la carrera por la Alcaldía de Roma. Era 1993, y esto supuso un importante paso simbólico. Unos meses después, el MSI fue rebautizado como Alianza Nacional y entró en el primer gobierno dirigido por Berlusconi.

Los posfascistas siempre han sido socios de coalición de los gobiernos liderados por Berlusconi, aunque han cambiado de nombre y de rostro a lo largo de los años. En 2012, Giorgia Meloni, militante en el MSI desde su juventud, fundó FDI.

Durante la era Berlusconi, Meloni había sido vicepresidenta de la Cámara de Diputados y ministra de Juventud. Pero el partido posfascista había tenido un papel secundario en los gobiernos de coalición de centroderecha. Cuando Forza Italia, el partido de Berlusconi, perdió dinamismo electoral, ese papel de pivote lo asumió la Liga, no los Fratelli de Meloni. En las elecciones europeas de 2019, la Liga, sucesor de Liga Norte y liderado por Matteo Salvini, se consolidó como el partido líder del país. A la luz de esta historia, ¿cómo es posible que en 2022 el equilibrio de poder –incluso entre Salvini y Meloni– se haya invertido tan profundamente?

Una respuesta es que en el otoño de 2022 FDI pudo capitalizar electoralmente el hecho de permanecer en la oposición parlamentaria durante el gobierno encabezado por el presidente del Banco Central Europeo Mario Draghi. Pero un papel crucial en la normalización de la extrema derecha italiana lo desempeñaron los populares europeos, y Manfred Weber en particular. Tras las últimas elecciones europeas, llegó a afirmarlo explícitamente: “La colaboración entre Italia y Europa es una historia de beneficio mutuo y fue construida por el PPE y, en particular, por mí. Hace dos años, tras la elección de Meloni, fui a Roma, fui el primer líder europeo que se reunió con ella para tender puentes e invitarla a ser constructiva en el nivel europeo”.

En realidad, los “puentes” se habían tendido ya antes de que Meloni llegara al gobierno, y de hecho la ayudaron a llegar hasta allí. Una coyuntura crucial fue el verano de 2021. Unos meses antes se había consumado el divorcio entre el PPE y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que se había quedado sin grupo –o bancada– en el Parlamento Europeo, por lo que había pensado en resucitar el sueño recurrente de la extrema derecha europea: una gran alianza a escala continental. La líder de RN, Marine Le Pen, y el de la Liga, Matteo Salvini, que en aquel momento estaban juntos en el grupo soberanista Identidad y Democracia (ID) del Parlamento Europeo, participaron en los esfuerzos de Orbán. En ello estaban también los compañeros de Meloni en su grupo europeo, el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE); de hecho, los ultraconservadores polacos de Ley y Justicia también estaban a favor de la unidad.

Mientras tanto, la líder de FDI dialogaba con Weber, en especial a través de una figura crucial para ella en la UE: Raffaele Fitto. Político de tradición democristiana, conocedor de la dinámica del PPE, donde se había sentado en tiempos de Berlusconi, y a la sazón copresidente del grupo CRE en el Parlamento Europeo, Fitto ya tenía un canal de diálogo constante con Weber en 2021.

Tras subrayar las divergencias entre los distintos partidos nacionalistas europeos, especialmente sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Meloni boicoteó activamente la formación de un grupo único de la extrema derecha europea que uniera a ID y CRE. De hecho, el proyecto decayó rápidamente en el otoño de 2021.

La desarticulación del campo ubicado a la derecha del PPE permitió a este grupo conservar el liderazgo en el proceso político, y esto dio lugar a que Meloni se ganara la gratitud del propio Weber.

En setiembre de 2021 se celebró en un lujoso hotel de Roma una cumbre del PPE, de la que formaba parte Antonio Tajani, de Forza Italia, que más tarde sería vice primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno de Meloni. La nacionalista maltesa Roberta Metsola también estaba allí aquel 21 de setiembre: estaba a punto de convertirse en la principal candidata del PPE a la presidencia del Parlamento Europeo, cargo para el que fue finalmente elegida en enero de 2022.

El ascenso de Metsola es en sí mismo el símbolo de una nueva conformación del arco político europeo, ya que se basa en la alianza táctica entre populares y la derecha del grupo CRE; entre lo que se percibía como la centroderecha tradicional y las derechas más extremas, desde los posfascistas italianos hasta los ultraconservadores polacos.

Con Metsola, el “cordón sanitario” contra la extrema derecha se había derrumbado, como ella misma anticipó en setiembre en el vestíbulo de aquel hotel de Roma: el cordón sanitario “se ha convertido ahora en un cordoncito”.

Prohibido molestar

Utilizando a la extrema derecha como respaldo, Weber también consiguió impulsar la agenda europea más a la derecha, así como a la propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. A partir de 2022, la alemana dejó ver sus ambigüedades sobre el Pacto Verde y sus viajes junto con Meloni se hicieron más frecuentes. Meloni pudo disfrutar de las visitas de Von der Leyen a Italia –lo que ayudó a construir la versión de una primera ministra “pragmática y moderada”– y legitimar su retórica antiinmigración.

La Comisión Europea se plegó a la estrategia publicitaria de Meloni sobre los inmigrantes –por ejemplo, con el viaje de Von der Leyen y Meloni a Túnez y la firma del memorándum entre la UE y ese país norafricano– y el PPE introdujo parte de esa retórica en su agenda europea.

Este aspecto no debe subestimarse en términos de efectos políticos internos en Italia. De hecho, Meloni necesita mantener en alto, en todo momento, una estrategia publicitaria eficaz tanto para movilizar a su electorado de extrema derecha como para distraer la atención de las cuestiones críticas de su propio gobierno.

Luego hay otro punto clave, que nos permite entender bien en qué se basa la sintonía –y por tanto, la cooperación– entre la extrema derecha italiana de Meloni y la derecha conservadora del PPE. Los populares dan prioridad a los intereses empresariales, Meloni también. La primera ministra italiana encarna una versión bastante radical del laissez faire. Desde el principio ha dicho que “el Estado no debe molestar” a “quienes producen riqueza”, como si la regulación y el papel público fueran un mero estorbo. Incluso buscó expandir este discurso: “Siempre he dicho que el Estado no debe molestar a los que quieren hacer, y también llevaré este principio a Europa”.

Otra palabra clave que Meloni utiliza a menudo, y que también se encuentra en la agenda de los populares europeos, es “desburocratización”. La premier italiana reinterpreta la desregulación y la antipolítica en su propia clave, mezclando el afán desregulador con una cultura política que acaba deslegitimando lo público. Una declaración hecha por Meloni en mayo de 2023, durante un viaje a Sicilia, región tristemente famosa por la presencia generalizada de la mafia, es significativa al respecto: “La lucha contra la evasión fiscal se hace donde realmente está la evasión, no con el pequeño comerciante al que se le pide que pague pizzo al Estado”. Así, la primera ministra comparó los impuestos con los pagos extorsivos exigidos por la mafia (el pizzo).

Al tiempo, la primera ministra ha librado una batalla retórica y política contra la llamada “renta de ciudadanía” [reddito di cittadinanza], una red de seguridad social para los más vulnerables. También ha atacado frontalmente a los trabajadores y sus derechos: por ejemplo, el 1º de mayo de su primer año en el gobierno, aprovechó el Día Internacional de los Trabajadores para promulgar un decreto que, de hecho, favorecía la precarización del trabajo, ya que reducía aún más las limitaciones a los contratos precarios.

La política business-first también se manifiesta en la reinterpretación del ecologismo por parte de Meloni. A la líder de FDI le gusta referirse al filósofo británico tradicionalista Roger Scruton y al “ecologismo conservador” utilizando sobre todo un lema: “Estamos a favor de la naturaleza con el hombre en ella”, enmarcándolo en los hechos en su política de “primero los negocios”. No es casualidad que en los dos primeros años del gobierno de Meloni la sintonía entre el PPE y la extrema derecha se materializara precisamente en el sabotaje a la agenda climática.

La centroderecha y una parte de los liberales europeos están dispuestos a convivir con la faceta más oscura de la extrema derecha –incluido su discurso contra los derechos de las minorías y su actitud autoritaria–, siempre que esta cooperación pueda ayudar a mantener vivas las políticas neoliberales. Se trata de un nexo tan poderoso que produce ceguera.

Reprimir el disenso

La primera señal de propensión a reprimir la disidencia se produjo durante los primeros días del gobierno de Meloni. El 31 de octubre de 2022, miles de personas se reunieron en el lugar de nacimiento de Benito Mussolini, en la localidad de Predappio, parte de la región de Emilia-Romaña, para celebrar al Duce. A pesar de las imágenes de la multitud haciendo saludos fascistas, el ministro del Interior, Matteo Piantedosi, afirmó que “el acto de Predappio no se apartó de los cánones del orden público”.

Mientras que la conmemoración fascista se desarrolló con impunidad, en los mismos días la Policía apaleaba a estudiantes de la Universidad La Sapienza de Roma que protestaban por la participación de miembros de FDI en un acto.

Y también en ese otoño de 2022, el gobierno de Meloni aprovechó el desalojo de una fiesta rave en la ciudad de Módena para intentar aprobar un decreto que contenía la prohibición de reuniones de más de 50 personas si incluían ocupaciones y amenazaban el orden público. Se trataba de una limitación de la protesta deslizada en el denominado “decreto rave”, que finalmente no prosperó por desacuerdos internos en el seno de la mayoría gubernamental.

Pero los intentos de reprimir la disidencia han continuado. Un caso emblemático es el de Pisa. El 23 de febrero de 2024, la Policía cargó violentamente contra estudiantes que protestaban pacíficamente en solidaridad con Palestina. Ante un episodio tan grave, el presidente de la República, Sergio Mattarella, poco dado a intervenir en la acción del gobierno, telefoneó a Piantedosi y lo reprendió: “La autoridad de la Policía no se mide por las porras, sino por la capacidad de garantizar la seguridad protegiendo al mismo tiempo la libertad de expresar públicamente las opiniones. Con los jóvenes, las porras expresan un fracaso”. Meloni respondió sin mencionarlo, señalando que no hay que “quitar apoyo a las fuerzas del orden”.

El gobierno de Meloni se inscribe además en la tendencia a criminalizar a los activistas climáticos. La represión de la disidencia bajo el gobierno de Meloni adopta formas diversas. Los ataques a los medios de comunicación son una de las más evidentes y visibles. Estos ataques se despliegan a través de iniciativas legales y reglamentarias del gobierno contra los periodistas y contra el derecho a informar, la toma de control político de la televisión pública RAI, episodios de censura y ataques directos de la propia premier contra reporteros y medios de comunicación independientes.

Para empezar, pese a ostentar ahora el cargo de primera ministra, con todos los poderes que eso conlleva, Meloni no dudó en desafiar ante los tribunales a voces críticas, como el escritor Roberto Saviano, y a periodistas que informaban sobre hechos verídicos en el marco de su tarea. En una coincidencia temporal verdaderamente paradójica, justo cuando la UE se dotaba de una “ley anti-slapp” (que ofrece salvaguarda a los periodistas objeto de demandas manifiestamente infundadas o procedimientos judiciales abusivos), la Italia de Meloni se distinguía por el elevado número de actos de slapp, no pocas veces perpetrados contra periodistas por miembros del propio gobierno.

Tanto en sus ruedas de prensa como en los mítines electorales en los que habla en apoyo de su partido, Meloni ha atacado repetidamente a los periodistas, llegando a deslegitimar y acusar a periodistas de investigación de la televisión pública y a lanzar acusaciones contra periódicos independientes concretos, como Domani. Este medio se ha convertido en un verdadero blanco del gobierno. Meloni llevó a su director a los tribunales y miembros de su gobierno están lanzando denuncias mordaza contra el periódico.

Desde su arribo al gobierno, en otoño de 2022, del Ministerio de Cultura llegaron indicaciones de que era necesario “un cambio en la cúpula de la RAI”, la televisión pública, así como un “cambio de narrativa”. Después hubo presiones políticas que provocaron dimisiones y nuevos nombramientos. La primavera pasada, el caso Scurati fue una nueva llamada de atención. En vísperas del 25 de abril, el Día de la Liberación, que celebra la derrota del nazi-fascismo en 1945, el escritor Antonio Scurati debía leer un monólogo que, sin embargo, fue cancelado de la programación debido a ciertos pasajes considerados críticos hacia el gobierno.

Aunque ya existía un cierto nivel de politización de la RAI, con Meloni el grado de control alcanzó rápidamente niveles que alertaron a los sindicatos de periodistas y a las organizaciones de defensa de la libertad de prensa a escala internacional. En mayo, Media Freedom Rapid Response, un grupo de trabajo que supervisa los ataques a la prensa para la Comisión Europea, llevó a cabo una misión urgente en Italia (donde nadie de la mayoría gubernamental aceptó reunirse con el equipo) y dejó Roma aún más preocupado que cuando arribó. También esta primavera, la clasificación mundial de la libertad de prensa elaborada por Reporteros sin Fronteras mostraba una caída de cinco puestos de la Italia de Meloni, que acabó en las “zonas problemáticas” junto con Hungría.

Una actitud despótica

En 2010, cuando Orbán inició su propia deriva antiliberal, la transformación de la estructura de los medios de comunicación fue uno de los primeros pasos de este cambio. Desde hace años, las derechas italiana y húngara no sólo se codean, sino que intercambian tácticas. El ataque meloniano contra los derechos LGBTI+, las familias diversas y el derecho al aborto forma parte de un patrón recurrente de extrema derecha en Europa.

Pero el carácter despótico del liderazgo de Meloni ya se extiende de manera estructural y convierte todo en una proyección de su propia gestión centralizadora del poder. Este verano boreal, la primera ministra pidió a la gente que votara a “Giorgia” en las elecciones europeas (“escriban sólo Giorgia, porque soy una de ustedes”), aun sabiendo que no saldría del Palazzo Chigi para ser eurodiputada: la lógica era otra, una lógica plebiscitaria de movilizar el consenso sobre su propio liderazgo.

El sistema giorgiacéntrico también puede verse en el triángulo familia-partido-gobierno. En agosto de 2023, Meloni impulsó a su hermana Arianna Meloni a la Secretaría Política del partido. Quizá a esto se refería la primera ministra italiana cuando dijo en la cumbre demográfica de Budapest que para ella “la familia es lo primero”. A esto se añade el hecho de que el marido de Arianna, Francesco Lollobrigida, es miembro del gobierno de Meloni, se desempeña como ministro de Agricultura y es un firme defensor de la teoría conspiranoica de la “sustitución étnica”.

La estructura de poder familiar y la presencia de neofascistas en los puestos más altos son sólo algunos de los aspectos inquietantes de la gestión política. Meloni no se limita a atrincherarse y centralizar el poder de forma defensiva. Quiere cambiar los rasgos del país a su imagen y semejanza, reorganizando su arquitectura institucional. Sus planes originales incluyen reformar la Constitución parlamentarista para incluir la elección directa del jefe de Gobierno (de ahí el término “premierato”). El sistema electoral también se adaptaría a esta idea de “líder fuerte”. No cabe duda de que “se está produciendo una transformación autoritaria en un país fundador de la UE”, según la politóloga de la Universidad de Columbia Nadia Urbinati, que observa una “política hegemónica a ultranza”. Mientras el gobierno de Meloni intenta asimilarlo todo, un reportaje en video de Fanpage –titulado “Himnos a Mussolini y saludos nazis: dentro del movimiento juvenil del partido de Giorgia Meloni”– muestra que las juventudes de su partido siguen ocupadas con el racismo, el antisemitismo y la nostalgia fascista. A la primera ministra le resulta cada vez más difícil mantener unidas sus “dos caras”.

Francesca de Benedetti es editora en el diario italiano Domani y colabora con la revista Jacobin. Una versión más extensa de este artículo fue publicada por Nueva Sociedad.