El fin del verano marcó en Francia un aire de crisis política. El fracaso del primer ministro, François Bayrou, llevó a Emmanuel Macron a nombrar a un nuevo jefe de gobierno, mientras los franceses anunciaron una amplia protesta que se desplegó el miércoles.

Ese movimiento fue lanzado a mediados de julio bajo el nombre Bloquons tout (Bloqueemos todo) por un grupo de extrema derecha y al que se sumó una gran parte de los partidos políticos. Simultáneamente, la situación parlamentaria se fue deteriorando para François Bayrou, quien anunció que sometería a un voto de confianza su controvertido programa de presupuesto. El fracaso de esta maniobra desembocó en su dimisión, el lunes, lo que dejó al presidente Macron otra vez en una situación de inestabilidad.

La jornada de protestas del miércoles no paralizó Francia, pero mostró una amplia movilización ciudadana. Entre 197.000 personas, según el Ministerio del Interior, y 250.000, según la CGT (una de las mayores centrales sindicales francesas), participaron en 596 concentraciones y 253 bloqueos. La respuesta estatal fue contundente: 80.000 policías y gendarmes desplegados, 540 detenciones y 415 personas bajo custodia policial.

El movimiento reveló una Francia fragmentada pero unida en su rechazo a Macron. “No somos ni de derecha ni de izquierda, somos de abajo y vamos a buscar a los de arriba”, rezaba una pancarta en Clermont-Ferrand. Como señalaron los periodistas de Le Monde presentes en varias manifestaciones, “exigir la salida de Emmanuel Macron es el punto de enlace entre todos estos manifestantes”.

Mientras las protestas se desarrollaban en las calles, Macron nombró rápidamente a una nueva figura al frente de Matignon en reemplazo de Bayrou: Sébastien Lecornu. De 39 años, este exministro de Defensa sobrevivió a todas las remodelaciones desde 2017. Procedente de la derecha, dejó Los Republicanos, para acercarse a Macron, aunque su trayectoria contrasta con el ecosistema macronista: es coronel de reserva de la gendarmería, con códigos old school y récords de precocidad política. Su perfil de “hábil en los manejos políticos” con contactos desde La Francia Insumisa hasta la Agrupación Nacional lo convierte en candidato ideal para Macron.

Sin embargo, las oposiciones denunciaron este nombramiento como una provocación. La ultraderechista Marine Le Pen calificó la decisión como “la última bala del macronismo, bunkerizado con su pequeño cuadro de fieles”. El izquierdista Jean-Luc Mélenchon deploró: “Respuesta de Macron: de ahora en adelante, es absolutamente como antes”. La Francia Insumisa ya anunció una próxima moción de censura.

La llegada de Lecornu como séptimo primer ministro de Macron en ocho años revela una crisis institucional profunda. Como analiza Jean-Jacques Urvoas, profesor de derecho público: “Siete titulares en ocho años es un récord inédito bajo la V República”, que eleva a 13 el número de primeros ministros desde 2000. También, el constitucionalista Benjamin Morel considera que este nombramiento “no puede ser más que el preludio a un nuevo callejón sin salida parlamentario”. “El primer ministro, que debería ser un pivote institucional, no es más que un engranaje”, denuncia Urvoas. Con el quinquenato, “el poder es monolítico, concentrado en manos del jefe de Estado”. El problema no radica en “cambiar de primer ministro”, sino en “repensar una lógica” en la que el jefe de gobierno se ha convertido en un simple “administrador” del presidente.

Francia vive una crisis democrática en la que parecen entrelazarse una movilización ciudadana espontánea, una inestabilidad gubernamental crónica y un sistema que concentra todo el poder en manos presidenciales. El profundo malestar social se manifiesta a través de formas de expresión ciudadana que desafían tanto al poder establecido como a las estructuras tradicionales de representación.

Lecornu debe ahora navegar entre un movimiento social que exige la dimisión de Macron, una oposición decidida a censurar cualquier gobierno y un marco constitucional que lo convierte en “fusible” desprovisto de verdadero poder. Su éxito o fracaso dirá mucho sobre la capacidad del sistema francés de responder a la crisis democrática que atraviesa el país.

Alba Garay, desde Francia.