Si bien resultaba predecible, ya que el próximo año nos encontraremos ante una nueva elección nacional, resulta sorprendente la velocidad de la oposición para intentar imponer su agenda electoral. En estos días, los que salieron con fuerza fueron los herreristas, quienes luego de su Congreso Nacional exhibieron algunas de sus supuestas líneas de acción programática.
Días después –ya en abierta campaña electoral– fue el senador Luis Alberto Heber quien desarrolló lo expuesto en la instancia congresal. Allí, ante una pregunta realizada por el periodista Emiliano Cotelo sobre la figura de Luis Alberto Lacalle, manifestó que el Frente Amplio (FA) se negaba a hablar de los temas actuales, que pretendía discutir hacia el pasado, y más concretamente centrarse en la década del 90 (aludiendo tal vez al período en que gobernó el Partido Nacional).
Pues bien, parece claro que de manera implícita el experimentado senador reconoce lo inconveniente que resulta para su partido discutir sobre los años 90, que para la región en general y los uruguayos en particular son sinónimo de neoliberalismo, Fondo Monetario Internacional (FMI), deuda externa, corrupción y exclusión social. Tiene su lógica, pues ¿qué partido político querría recordar su último gobierno cuando todavía está en la memoria de los uruguayos la destrucción del aparato productivo, el crecimiento de la desigualdad y el desempleo, la destrucción del sistema de negociaciones colectivas en las relaciones laborales, la intención de privatizar las empresas públicas y de achicar el papel del Estado, entre otras medidas regresivas?
Sin embargo, esta suerte de “operación amnesia” utilizada como estrategia electoral no resulta original. Fue utilizada por el partido del senador Heber durante la última campaña electoral, buscando –por todos los medios– desligarse discursivamente de sus bases ideológicas. Y lo intentaron al igual que hoy, apelando a un mensaje (en boga en la derecha mundial) casi infantil de buenos modales, vacío de contenido y, lógicamente, basado en propuestas abstractas, genéricas y ocultistas.
En tal sentido, y volviendo a la entrevista, el senador Heber se equivoca al afirmar que el FA no quiere discutir propuestas ni contrastar proyectos políticos.
Existen experiencias contemporáneas geográficamente, tan cercanas como dolorosas, que dan cuenta de las nefastas consecuencias que trae aparejada la banalización de la política hacia la cual nos conducen los reflejos electorales de la oposición. Los peligros que conlleva esta superficialidad que reduce el debate a la lógica del eslogan –fruto de la inspiración de algún gurú del marketing de turno– tienen sus consecuencias e impactan en la vida social.
En efecto, el herrerismo, a partir de la citada antinomia infantil “bueno-malo”, nos propone a los uruguayos una serie de medidas como “una gestión ordenada”, “ejercicio firme de la autoridad”, “gestión responsable y transparente”, y podríamos seguir. De hecho, ¿quién podría estar en contra de esos titulares? En definitiva el debate no va por ahí, el debate de fondo es ideológico. Lo relevante es notar cómo el maquillaje discursivo de buenas intenciones se desdibuja ante la propuesta de “una genuina reducción de la presión tributaria con efecto inmediato en el bolsillo del contribuyente”.
Aquí sí tenemos algo concreto, y es nada menos que el eje central del neoliberalismo, basado en la premisa demostradamente falsa de que el Estado es la causa de todos los males y el obstáculo para el crecimiento y la distribución equitativa del ingreso. No se requiere un ejercicio intelectual muy profundo para detectar que detrás de este discurso se encuentra la vieja receta del ajuste. Algún país vecino ya ha experimentado el recorte de derechos y la arenga pidiéndole a la población el sacrificio económico, acompañado también de promesas de un futuro semestre promisorio que nunca llegó. Como sabemos, el tan mentado sinceramiento económico, de moda en algún país de la región, lo único que le trajo a la gente fue pobreza, miseria y el poco creativo regreso a las recetas del FMI.
Los uruguayos conocemos el final de esta historia: no existe distribución equitativa sin la intervención directa o indirecta del Estado. Hay que repetirlo hasta el cansancio: abrazar estas ideas económicas implica abrirle la puerta al ajuste y, consecuentemente, a la desprotección social de los más vulnerables. Vamos a advertirlo con insistencia: en la medida en que la inversión social sea considerada un gasto por parte de la oposición, se está descartando una de las fórmulas para atender a las personas en situación de vulnerabilidad social.
A pesar de todo, y en un contexto internacional bastante desfavorable, nuestro país sigue manteniendo niveles de crecimiento económico. Mientras en la región el dólar se dispara de manera descontrolada, se recortan las políticas sociales, se recurre al ajuste y –de la mano de la falta de confianza para atraer inversiones– la economía muestra niveles de estancamiento, en nuestro país ocurre lo contrario. Si algo ha demostrado el FA es su capacidad de gestionar el Estado de manera responsable, tanto en momentos de fuerte crecimiento como de crecimiento más moderado.
Por supuesto que debemos seguir avanzando en nuevos proyectos y metas buscando solucionar situaciones que todavía necesitan ser atendidas, por lo que el FA ya está trabajando a nivel programático, pensando en el país del futuro. Por tanto, es necesario discutir en profundidad, poner sobre la mesa los ejes autocríticos de la gestión de los gobiernos del FA y ofrecer su contracara programática sobre lo hecho, lo postergado y lo que falta por hacer. Pero hagámoslo bajando del eslogan a la realidad, porque ya deberíamos saber que cuando se desinflan los globos de campaña, puede ocurrir que las “revoluciones de la alegría” se conviertan de inmediato en la antigua y triste receta neoliberal del ajuste, la recesión económica y la vuelta a un pasado que creíamos superado.