Asistimos a tiempos de cambios. Algunos creen que es la crisis de los galanes, otras creemos que se trata de hacer el mundo un poco más justo. Son tiempos de dejar de bancar la violencia. De cuestionar las relaciones de poder. De dejar de leer a varones que en su adultez tardía nos quieren explicar cómo son las cosas. O es tiempo de leerlos, y de dar el debate, porque “no nos callamos más” es mucho más que un eslogan. Bienvenido el debate, pero sin tergiversar la historia: el ocaso no lo están provocando las feministas, la violencia sigue siendo hegemónicamente masculina y la misoginia atrasa.

El feminismo tiene la particularidad de unir discursos, hace que el discurso conservador más rancio se peche con el de mucho varón supuestamente progresista. La línea argumental es siempre la misma: las feministas son malas, odian a los varones, vienen a destrozar el orden establecido y encima se cagan en las instituciones y en la democracia. En la política cuando no hay argumentos se juega con los cucos. Empíricamente, a lo largo de la historia, el patrimonio de saltear la democracia lo tienen los varones. Porque si hay algo en lo que no hemos tenido la chance aún las mujeres es de gestionar el poder.

No tengo claro de qué va el pedigrí en las mujeres. Según su definición, el pedigrí es la acreditación que certifica la pureza de raza de un animal doméstico. Hasta dónde sé todavía no ladramos, y sepan que de nuestras casas salimos hace rato. Además, si de algo trata el feminismo es de cuestionar esa necesidad de supremacía que apunta a la “pureza de raza” que nos impusieron históricamente para pensar y hacer política. Se vienen tiempos de cambios: sea bienvenida la política mestiza.

Cuando una persona comete un delito es señalada y estigmatizada; es apartada de la sociedad y condenada más allá de la sanción penal aplicada por la Justicia. Pero esta indignación que tenemos respecto de las personas que cometen delitos es selectiva. En el paredón de la palestra solemos someter sólo a algunas personas, en general a aquellos que cometen delitos con connotación social, y a los pobres.

Además de los delitos de los poderosos, la violencia de género en todas sus formas debe ser de los delitos con menores niveles de judicialización y con menor condena social. El que ejerce violencia de género hoy no está en el módulo 11 del Comcar, junto al resto de los ofensores de género que sí fueron procesados por la Justicia. Quien ejerce violencia de género hoy está en la televisión, es alcalde, diputado o aspira a llegar al Parlamento en las próximas elecciones, ocupa cargos de conducción política, juega al fútbol en Primera División, se sube a un escenario, y así. Me tocó acompañar directamente a varias de las mujeres que fueron la contraparte en estas historias. No hubo denuncias públicas ni artículos periodísticos al respecto, porque ante todo se respeta la voluntad de la víctima y la lógica no es la de salir a cazar a quienes cometen delitos, sino aportar a la causa con responsabilidad, sin descuidar a quien tiene que poner el cuerpo cuando se destapan estos procesos.

Y no todos estos casos fueron judicializados, porque las dificultades para que las mujeres denuncien son varias. Mientras, todos ellos siguen ahí. Aunque los quieran poner en víctimas, la machirulocracia vive y lucha. El posicionamiento de varones que ejercen violencia en espacios de referencia es una realidad. Hechos, no opinión.

Tampoco es que quiera verlos en el Comcar, ni en ninguna otra cárcel. No quiero ver a nadie en ese lugar. Si el feminismo no es antipunitivo no sirve, porque el mundo no cambia en base a la aplicación de penas. Va a cambiar sólo si además de reconfigurar las relaciones de poder, empezamos a tener una visión pedagógica de los conflictos sociales.

Por eso entiendo que la discusión sobre la violencia de género es más que judicial: es política. Es sobre el posicionamiento de estos varones como modelos hegemónicos de la masculinidad, como referentes morales, como protagonistas en todas las áreas. No estamos pidiendo que pierdan sus trabajos ni que desaparezcan, porque ante la existencia de un delito la respuesta no debe ser la segregación. Estamos pidiendo que dejen de ejercer violencia. Y si no pueden romper su trayectoria delictiva solos, pues es cuestión de asumir que precisan ayuda.

Rita Segato, antropóloga feminista, explica que escrache y linchamiento no son lo mismo. El escrache surge en la posdictadura, ante la omisión del Estado para juzgar los delitos de lesa humanidad. Es una forma de manifestación que aparece ante la omisión y la falla de la Justicia. Señala públicamente a quien parece ser culpable. No suplanta, ni debería hacerlo nunca, a la Justicia en sí misma. Por otro lado está el linchamiento, que es una forma de ejecución que no propone ninguna garantía ni es regulado por nada, ni siquiera por la acción colectiva. Aunque no adhiera a estos mecanismos, puedo entender por qué existen.

Para muchos es estratégico confundir estos términos, y también posicionar que efectivamente existe otra Justicia, que compite en el terreno de la realidad. Esa misma intencionalidad hace que se evite asumir que tenemos una Justicia patriarcal, que erra todo el tiempo y desampara a las mujeres de forma permanente. Claro que la respuesta no debería ser la construcción de una Justicia alternativa, sino el esfuerzo conjunto para cambiar los cimientos de la que tenemos, para que empiece de hecho a tener algo de justa.

Ante todo: Estado de derecho. No pongan en boca ajena lo que nunca estuvo en cuestión. Desde el feminismo se ha militado siempre por seguridad y garantías, que incluye, entre otras cosas, la presunción de inocencia y el debido proceso. Dicho esto, tenemos que cuestionarnos por qué recurrimos tanto a la judicialización de la vida. Y en particular de la política. Judicializar y vaciar la política van de la mano.

Decadencia y desacumulacion podrían ser dos de las palabras que describen este momento. Sensaciones que quedan de manifiesto ante los mecanismos de captación en esta campaña electoral. La política no se trata de ir a buscar votos a través de “esa cara que la gente quiere ver” e ir haciendo tic en la lista de perfiles convocantes, o de minorías. Apuntemos al centro, venga el ex partido tradicional. Falta lo popular, venga el cantante de plena. ¿Y del proyecto político cuando se discute? No alcanza con votar caras. No hay siquiera intención de disimular que no hay relato.

Un caso evidente de lo mal que gestiona la política las cuestiones de género fue la danza mediática de nombres de mujeres para la vicepresidencia del Frente Amplio. En un principio se hablaba de mujeres jóvenes del movimiento social, pero no daban con la edad, con las expectativas o simplemente dijeron que no. Después se buscó cercanía con lo popular –o con la pobreza–. Empatía con los desencantados, discurso simil revolución, aunque luego fuera acallado.

A la luz de los hechos y las correteadas posteriores, más de uno debería agradecerle a “la sensibilidad de las mujeres” por reaccionar a tiempo. El azar para convocar caras y no proyecto político tiene estas cosas. La pifiada del club de Tobi la salvaron las feministas. Son tiempos en los que los nuevos impulsos electorales deben tener criterio de oportunidad, que implica ser sensibles al momento actual. Con fuego están jugando quienes están definiendo el futuro del país.

Hora de levantar la mirada, de dar las discusiones que importan y de dejar de hacer mierda la política, porque si no reconstruirla va a ser cada vez más complicado. Lo que se escribe con la mano no se borra con el codo.