Resulta bastante evidente que la comunicación del gobierno con la ciudadanía sobre cómo actuar ante la covid-19 no está en su mejor momento. Es claro que se pasó de una especie de luna de miel a una relación de indiferencia. Es cierto que el verano, el fin de año, la necesidad del encuentro y la pérdida del miedo son parte de la constelación de causas que configura la incapacidad que tiene el gobierno de seguir estimulando los comportamientos deseados, pero lo que creo determinante es una cierta forma de asumir cómo los ciudadanos se comportan.

Parece que las declaraciones de la primera línea del gobierno en el tema covid –Luis Lacalle Pou, Álvaro Delgado y Daniel Salinas– suponen que los ciudadanos son siempre racionales y responsables y por lo tanto deberían actuar en conformidad con lo solicitado, que es lo más razonable. Cuando lo solicitado no se cumple, no queda otra alternativa que atribuirles falta de responsabilidad, ligereza y culpa. En la forma en que se asume el comportamiento, la dicotomía responsabilidad-irresponsabilidad es la que parece regir las opciones del gobierno.

Las campañas públicas, como las que se están llevando a cabo para combatir la covid-19, requieren que quienes las implementan realicen algunos supuestos acerca del comportamiento de los ciudadanos afectados. Dependiendo de esto es que se establecen las expectativas acerca de cómo se espera que actúen los ciudadanos, y si esto es medianamente preciso, entonces los resultados serán los que se pretenden.

El énfasis principal hasta hace muy poco ha sido el de la “libertad responsable”, que consistiría en apelar a la capacidad de los ciudadanos de identificarse con el bien común y actuar en conformidad con las recomendaciones sanitarias; así se evitarían las decisiones de confinamiento y sus consecuencias negativas para todos. Esta estrategia fue exitosa, la responsabilidad ciudadana y el comportamiento reflexivo fueron la clave para esto, por lo tanto el gobierno interpretó correctamente que podía apoyarse en estos rasgos, y el resultado lo acompañó. Sin embargo, parece bastante obvio que esto dejó de ser mínimamente efectivo, y que el supuesto del comportamiento reflexivo y responsable no captura con precisión lo que pretende, ya que pasa por alto una de las constataciones más fuertes de la historia del pensamiento: somos racionales, pero a veces no tanto.

Probablemente lo que mejor puede explicar esto último es la formulación de un problema central en la teoría de la acción: la akrasia. Akrasia es un término que proviene del griego kratos que significa “poder”, que al ser negado por el prefijo “a” significa “falta de poder”, “falta de dominio”, “falta de autocontrol”, “incontinencia”, entre otras posibles traducciones. En general se entiende la akrasia como debilidad de la voluntad, porque es una característica del comportamiento humano que consiste en que la persona, a pesar de conocer cuál es la acción correcta, a la hora de actuar no lo hace de acuerdo con ella. Por ejemplo, sé que por motivos de salud no debo comer alimentos con grasa animal, pero cuando llega el momento de comer pido una tira de asado. Platón, Aristóteles, Hume, y más acá en el tiempo Hare y Davidson, han explicado el problema, que es de una complejidad que excede por mucho lo que se puede decir en este espacio. Esta larga e ilustre historia en la que se ha tratado este tema nos pauta que esta forma de comportamiento está lejos de ser una excepción, y que más es la regla, por lo que es un fuerte indicador de que la racionalidad de la acción humana es algo bastante complejo de explicar y siempre viene acompañada de una sombra de pérdida de racionalidad.

Como complemento a la tradición filosófica, la psicología experimental y cognitiva ha abordado este tipo de problemas y los explica a través de sesgos que tiene nuestro sistema cognitivo. En estas perspectivas existe un acuerdo en que tenemos dos grandes tipos de respuestas cognitivas: una reflexiva y consciente, y otra intuitiva, automática y no consciente.

En muchas circunstancias, la reflexión guía nuestra acción y procesamos a través de la deliberación nuestra toma de decisiones, como por ejemplo cuando evaluamos cuál es la mejor forma de reparar un fallo eléctrico en nuestra casa. En otros casos, respondemos automáticamente, como por ejemplo cuando manejamos nuestro auto. El problema es que estas respuestas automáticas padecen sesgos, y son las que nos interesan en esta nota, porque ante un requerimiento de racionalidad lo que tenemos es una respuesta que no cumple con ello. Por ejemplo, los sesgos cognitivos pueden explicar por qué cuando el ministro de Salud y el gobierno en general solicitan una acción responsable para evitar los contagios por coronavirus, la población no actúa en conformidad con ello. No es mala voluntad, tampoco están instigados por algunos conspiradores que quieren socavar al gobierno, y mucho menos quiere decir que los ciudadanos no sean racionales y reflexivos; lo que sucede es que probablemente están afectados por sesgos que los llevan a actuar de una forma diferente a lo que ellos mismos saben que es correcto, es decir, actúan por akrasia o debilidad de la voluntad.

Parece ingenuo considerar que apelando exclusivamente a la responsabilidad y la reflexión se conseguirá el tipo de comportamiento que se pretende ante el coronavirus. Las campañas deberían tener en cuenta que las personas no son siempre racionales y responsables.

La psicología cognitiva, como adelantaba, puede explicar este fenómeno de una forma que complementa a la tradicional explicación filosófica. En los casos en que los ciudadanos no siguen las indicaciones de las autoridades para prevenir los posibles contagios de cocid-19, estaríamos ante un tipo de miopía con respecto a las futuras preferencias (sesgo de descuento hiperbólico), que hace que se les otorgue mayor valor a las opciones inmediatas, como encontrarse con amigos para despedir el año, y se disminuya el de las futuras, como el aporte por medio de mi conducta a un decrecimiento en los casos de la enfermedad. Los estudios empíricos en los que esto está basado, llevados adelante por el psicólogo George Ainslie, demuestran que bajo ciertas condiciones hay una tendencia a preferir una recompensa menor pero inmediata sobre una mayor pero postergada en el tiempo.

La akrasia y su posible explicación a partir de sesgos cognitivos son simplemente un ejemplo que pretende ilustrar lo complejo que es motivar adecuadamente a las personas en el caso de la implementación de una política pública. Parece por lo menos ingenuo considerar que apelando exclusivamente a la responsabilidad y la reflexión se conseguirá el tipo de comportamiento que se pretende. Por ello es que tradicionalmente las políticas públicas se articulan con incentivos, castigos, restricciones o empujones (nudges) que nos llevan a actuar de la forma que se pretende. En todos estos casos las medidas que se toman desde las instituciones rompen o mueven la inercia de las respuestas cognitivas automáticas y no conscientes, modificando el peso de los sesgos en nuestras conductas.

Afortunadamente estas perspectivas están siendo tenidas en cuenta por el Grupo Uruguayo Interdisciplinario de Análisis de Datos de Covid-19 a partir de la incorporación de investigadores como Verónica Nin, de la Universidad de la República (Udelar), para colaborar en la elaboración de campañas de comunicación que le permitan al país seguir siendo eficiente en la lucha contra la pandemia. Es importante, como afirma Nin, no centrarse en culpar a los ciudadanos atribuyéndoles falta de responsabilidad y compromiso, sino entender que racionalidad e irracionalidad conviven en nuestros comportamientos, para poder ser eficientes.

No está del todo claro cuánta influencia tienen estos grupos de académicos que apoyan al gobierno en quienes tienen que finalmente tomar las decisiones, porque las principales figuras parecen seguir siendo refractarias a manejar la comunicación de la pandemia con un abordaje más comprensivo que el centrado exclusivamente en una versión estrecha de la libertad, que supone un autocontrol y capacidad absoluta de manejo de información y deliberación para la toma de decisiones. Una perspectiva más prudente, menos culpabilizadora de los ciudadanos, que incorpore una visión más compleja de la acción racional que la supuesta hasta el momento, se vuelve imprescindible para manejar la pandemia en forma eficaz.

Gustavo Pereira es profesor titular de Ética y Filosofía Política en la Udelar, y coordinador de la Cátedra UNESCO-Udelar de Derechos Humanos.