No es un secreto en absoluto que gobierno y oposición actúan a la luz de visiones muy diferentes acerca de la realidad nacional. Estas pueden ser detectadas y analizadas a diversos niveles de abstracción o desagregación. Hoy me gustaría abordar el tema desde la caracterización actual de la realidad nacional, así como también su evolución hacia el futuro.
Creo que los uruguayos y uruguayas hemos sabido ser prudentes y conquistar confianza. Nuestra opinión es que estos atributos no nos impidan ser audaces. El peor riesgo de un gobierno no es equivocarse sino flotar, dejándose llevar por la corriente y, lo que es mucho peor, la autocomplacencia.
Vivimos tiempos de fricciones y transición, lo que nos conduce a la percepción de indicios negativos que, apoyados en espíritus fundacionales, no deberían oscurecer las innegables fortalezas que el país ha construido, como la diversificación, la diferenciación y la solidez financiera.
Rechazar la parálisis significa convencernos de que esta realidad no hay que gestionarla o administrarla. Hay que cambiarla. Tenemos las capacidades y las herramientas para lograrlo, pero mucho más aún: tenemos las instituciones requeridas.
Naturalmente, los puntos de partida radican en los lineamientos estratégicos y la necesaria flexibilidad para asegurar consistencia entre estos. Como tantas veces lo he planteado, hablo hoy también de crecimiento inclusivo, calidad y apertura. Es que la agenda de derechos es para nosotros condición del volumen, la composición y la calidad del crecimiento. En la base de su solidez se encuentra una cada vez más equitativa distribución de sus frutos, por lo cual necesitamos políticas públicas que aseguren esa distribución –que no se alcanza ni por supuestos derrames o generaciones espontáneas, como sostiene el gobierno actual– y también el propio crecimiento, que es consecuencia genuina de la inversión y en particular aquella que marca rumbos asociándose a la transformación del país y su estrategia de calidad y apertura. Estos rasgos deben estar presentes en el trabajo de quienes diseñan los proyectos, los que aportan los recursos y los que ejecutan.
Por las razones precedentes, lo que calificamos como el punto de partida del estado general de ánimo político con el que abordamos el presente y el futuro de la realidad nacional podríamos sintetizarlo con la expresión “ofensiva responsable”, cuyo significado fundamental es el de innovar en nuestro apego a los lineamientos estratégicos referidos antes, precisamente para confirmarlos, para cuidarlos, para hacerlos cada vez más fuertes.
Se necesita vencer resistencias a los cambios y asumir posturas flexibles en el diseño y la puesta en práctica de las herramientas de la política económica.
Es que, en una época de fricciones, de transición entre una etapa en la que algunas actividades reciben impactos negativos y otra en la que estas dificultades serán superadas recorriendo caminos diferentes o alternativos, se necesita vencer resistencias a los cambios y asumir posturas flexibles en el diseño y la puesta en práctica de las herramientas de la política económica.
Flexibilidad para apelar a modalidades de la inversión que permitan superar las restricciones fiscales que hoy tiene el país. Flexibilidad para buscar caminos más ambiciosos de inserción internacional trascendiendo los límites regionales, y entender que el sendero durable, estructural de la productividad, la eficiencia y la competitividad no es otro que el conocimiento y la innovación. Sin embargo, de nada sirve mejorar la formación de nuestros trabajadores y promover la innovación en el aparato productivo si nuestra producción de bienes y de servicios no tiene acceso a los mercados en las mismas o mejores condiciones que nuestros competidores.
También flexible debe ser el camino que nos permita asumir con claridad y convicción que la defensa de las conquistas ya logradas en el mundo de la producción y el trabajo debe tener la misma jerarquía que la proyección de nuevos avances en esta materia, y que hoy la lucha contra las presiones inflacionarias adquiere la dimensión de un arma fundamental para lograrlo.
La negociación colectiva es una gran oportunidad para alcanzar acuerdos entre trabajadores y empresarios que permitan mejorar tanto las condiciones laborales como la capacidad productiva de las empresas.
Lo que antes hemos llamado ofensiva responsable no consiste en contemplar todos los reclamos presupuestales, dando un salto al vacío, sino definir prioridades claras que permitan los mayores niveles de eficiencia en la administración de los recursos disponibles, cumpliendo con el programa de gobierno por el que votó la ciudadanía.
Los uruguayos conocemos el significado y las consecuencias de iniciar procesos que culminan con la insostenibilidad de las cuentas públicas: a la corta o a la larga ello conduce al ajuste fiscal en el peor sentido del gasto acompañado de incrementos aluvionales de impuestos. Y siempre son los más débiles –en particular la niñez– los que más sufren. Por eso resulta preciso superar la lógica inercial aplicada al presupuesto, según la cual se asignan incrementos de gastos y recursos para financiar nuevos planes y programas que, sin solución de continuidad, se suman a los preexistentes, carentes de evaluación y de sentido del conjunto.
Gobernar es definir prioridades, que surgen del diálogo entre las posibilidades y las restricciones que exhibe la realidad, de los compromisos incorporados en el proyecto político apoyado por la ciudadanía y de las necesidades siempre renovadas de la sociedad y el amplio abanico de organizaciones sociales.
En pocas palabras, y más allá de nuestras claras diferencias en lo que refiere a las visiones sobre el presente y el futuro de la realidad nacional, es evidente que somos un país en obra y así tenemos que reconocernos. No estamos para quejarnos o lamentarnos por el impacto negativo de las condiciones internacionales. Debemos encarar e ir para adelante. Los cambios no los hacen los gobernantes. Los hacemos todos juntos.
Algunos definiendo políticas. Otros, asumiendo conductas coherentes con aquellos y tomando iniciativas, sin esperar que caigan del cielo. La definición del rumbo no puede ser el resultado de los prejuicios, la defensa ciega del statu quo y la resistencia al cambio.
Tenemos un país que crea y confía en sí mismo, pero esto no es para siempre, sino el resultado de una batalla permanente, corrigiendo errores y mejorando constantemente, a todos los niveles.
En definitiva, se trata de crear, de construir, y aunque nos equivoquemos, no renunciar nunca a ser felices, sabiendo que en esta actividad anidan nuestros valores superiores, como la libertad, la justicia, la solidaridad, el altruismo y un indeclinable compromiso con la democracia.