La cumbre del Mercosur realizada en Montevideo puso sobre la mesa tres datos significativos en el terreno de las relaciones internacionales. El primero es que puede haber momentos relevantes o decisivos, pero los procesos son siempre largos, mucho más que un período de gobierno. Y a veces, extraordinariamente largos, como el proceso de la negociación de un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, que se comenzó a discutir en 1999 y concluyó esta semana desde el punto de vista técnico, y aún debe sortear duros debates políticos.
El segundo dato es que, en ese contexto de procesos largos, el avance de los países se vincula en buena medida con su capacidad de mantener grandes lineamientos de Estado. En los últimos años, nuestros dos grandes vecinos decidieron cambios drásticos de orientación en la alternancia de sus gobiernos, pero cabe señalar que Brasil se ha caracterizado, incluso durante la presidencia disruptiva de Jair Bolsonaro, por sostener posiciones consistentes acerca de sus intereses estratégicos y de las prácticas que contribuyen a alcanzarlos. El profesionalismo diplomático de la cancillería brasileña mitigó desatinos con ánimo de refundación como los que impone Javier Milei en Argentina.
El tercer dato es que, si bien un período de gobierno resulta muy insuficiente para lograr avances de largo plazo, puede determinar estancamientos o retrocesos cuando faltan rumbo estratégico y profesionalismo. Por desgracia, es lo que ha ocurrido en Uruguay desde 2020, y el déficit en este sentido es más costoso para países como el nuestro que para las grandes potencias.
En el período de gobierno que termina, la cancillería uruguaya anduvo bastante a la deriva, subordinada al deseo presidencial de concretar con rapidez, por nuestra cuenta, nuevos acuerdos comerciales y lograr que el Mercosur los permitiera sin quitarnos ningún beneficio. De más está señalar que no llegamos ni cerca a tales acuerdos y que en el bloque regional las bravatas de Luis Lacalle Pou sólo causaron tedio y devaluación de nuestro papel.
La inserción internacional es mucho más que facilitar las exportaciones, pero incluso en el área del comercio exterior es crucial que los esfuerzos se realicen con un sustento político sólido. Hay que identificar con acierto los intereses de largo plazo y construir de forma coherente y tenaz otros acuerdos, tan diversos como los referidos a obras de infraestructura, cooperación en cadenas productivas, oportunidades educativas y laborales o vínculos culturales en el sentido más amplio, desde las ciencias a las artes, y, por supuesto, en la promoción del desarrollo democrático.
Todo esto requiere, a su vez, perseverar en los principios y los comportamientos que históricamente le han agregado valor a la presencia uruguaya en los escenarios internacionales, y que hacen mucha falta en el mundo actual. No son otros que los destacados por las miradas externas sobre nuestra convivencia política: el respeto a los derechos y a las instituciones; la capacidad de diálogo y de articulación. Por esa senda podemos llegar a una política exterior de Estado.