Por su larga trayectoria política y por sus innumerables discursos, por los centenares de reportajes concedidos y por sus propias columnas radiales, por sus inesperadas opiniones que causaban tanto revuelo y críticas, no sería sencillo aportar algo original si no fuera por la relación que tuve con el viejo Pepe desde que nos encontramos en la guerrilla los primeros días de mayo de 1972 hasta el anuncio de su enfermedad, cuando dijo, entre otras cosas: “Quiero sí agradecerles y, además, transmitirles a las pibas y pibes de este país, a los jóvenes, que la vida es hermosa, que se gasta y se va”. Dentro de ese gran paréntesis –más de 50 años– se encuentran un puñado de charlas, de conversaciones francas y otras divagantes, en las que nuestro amor compartido por don Quijote de la Mancha y por las ciencias básicas predominaba entre los comentarios de coyuntura y los desafíos políticos siempre acuciantes.

A ambos nos fascinaba el discurso del Caballero de la Triste Figura a los cabreros cuando tuvieron la generosidad de compartir la cena con él y con su escudero. Entonces, don Quijote se las agradece con palabras que no pierden vigencia porque parten de una supuesta edad dorada, un punto remoto en el que no existían “estas dos palabras de tuyo y mío”. Y nos preguntábamos con el Pepe si existiría un futuro en el que, más allá de compartir la cena, predomine el “nosotros”.

Nos gustaba repasar los consejos de don Quijote a Sancho Panza antes de asumir como gobernador, y me consta que Pepe los cumplió con creces porque nunca se guio “por la ley del encaje”, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos. Y, en última instancia, “conocerte a ti mismo” –como dice el Caballero de los Leones– “es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”. Y en Pepe, sin duda, conocerse a sí mismo fue una constante.

Pepe, un tipo curioso de todos los temas, antidogmático por excelencia, pragmático y gran comunicador, siempre fue capaz de asimilar conocimientos y apostar a la educación en general y a la universidad tecnológica en particular.

Recuerdo cuando le recomendé a ese genial investigador y ensayista argentino llamando Marcelino Cereijido, autor de varios libros sobre ciencia en los que descubrí el concepto de países ricos y pobres en base al monto que invertían en educación, en ciencia, en investigación y en tecnología, en vez de centrarse en productos primarios o en petróleo y minerales. Y así surgía Finlandia como ejemplo en contraste con los Emiratos Árabes. Y nos pusimos de acuerdo enseguida cuando este notable discípulo de Bernardo Houssay sostiene que “todo organismo sobrevive si interpreta eficientemente la realidad en la que vive. Hoy por hoy los modelos más eficientes son los científicos. Un pueblo no es dependiente por el solo hecho de carecer de dinero, sino cuando hay otros que saben más que él sobre su realidad. Si quienes mejor entienden la realidad japonesa no fueran los japoneses, sino los belgas o los canadienses, Japón sería un país subdesarrollado aunque por el momento le saliera el dinero por las orejas, como sucede en algunos emiratos”.

Por eso Pepe, un tipo curioso de todos los temas, antidogmático por excelencia, pragmático y gran comunicador, siempre fue capaz de asimilar conocimientos y apostar a la educación en general y a la universidad tecnológica en particular, uno de sus proyectos principales y su obsesión.

En suma, militar en tiempos clandestinos con Pepe y conversar en los boliches o en su rancho ha sido una experiencia inolvidable, rica en contenidos y en contradicciones, en la que el humor nunca estuvo ausente como tampoco las discrepancias. Sin embargo, la conciencia de estar viviendo realidades complejas y desafiantes para un país pequeño como el nuestro nos llevó y nos lleva a renovar los sueños y a cultivar lo que él mismo dijo en su despedida a los jóvenes: “Luchen por el amor y no se dejen ganar por el odio”. Y les advirtió, además, que en caso de que los atrape la droga, no se queden solos: “La salvación siempre radica en la lucha, y la libertad se sostiene desde una decisión interior que se derramará en cada acto, en cada gesto”.

Marcelo Estefanell es escritor.