Para un docente elegir horas en el liceo 32 de Montevideo puede significar dar clases a un grupo de adolescentes sordos o hipoacúsicos que además, en muchos casos, presentan algún tipo de dificultad en el aprendizaje. El programa a dictar es el mismo para sordos y oyentes, y el mayor desafío para el docente, al igual que con el resto de los grupos, es adaptar los contenidos a las necesidades particulares de estos jóvenes que no tienen por lengua materna el español.
Actualmente el liceo tiene un total de 307 alumnos, 277 oyentes y 30 con dificultades auditivas. Los últimos se dividen, en el turno de la tarde, en grupos de seis estudiantes en promedio. Durante las clases los docentes son acompañados por intérpretes que llevan sus palabras a la lengua de señas y viceversa, porque profesores sordos también están a cargo de grupos de oyentes.
Ubicado en un punto céntrico de la capital, en Carlos Roxlo esquina Paysandú, el liceo 32 fue el primero en recibir alumnos con dificultades auditivas, en 1996. Durante los primeros meses de ese año los estudiantes, oyentes y sordos, estuvieron integrados en el mismo salón, “algo que no resultó para nada”, dijo a la diaria Silvia Berrutti, profesora de química que trabaja en el liceo desde aquel primer año. “Teníamos dos ritmos distintos, porque había que dar la clase en dos lenguas diferentes al mismo tiempo. Cuando trabajaba con los sordos, junto con el intérprete, los oyentes se distraían muchísimo y, al final, nadie aprendía. Para las instancias de aprendizaje es mejor que estén separados, mientras que para otros momentos, como los talleres, podemos estar todos juntos”, detalló.
La complejidad aumenta para los docentes, porque además de la adaptación que hacen al programa para cada grupo en el que trabajan, con los alumnos sordos deben trabajar con otros estímulos. “No están acostumbrados a leer libros, hay que adaptar y resumir mucho, porque necesitan más tiempo para alcanzar a comprender los conceptos básicos, aunque eso no significa recortar contenido; ellos son perfectamente capaces de entenderlo todo, pero a su tiempo”, explicó Adriana Prieto, una de las docentes sordas que dictan clase en el liceo 32.
La profesora de física Carla Méndez, quien además es intérprete, sostuvo: “La sordera en sí misma no es una dificultad en el aprendizaje. El problema es que aproximadamente 95% de los sordos nacen en familias de oyentes, entonces desde bebés hasta que entran a la escuela de sordos no reciben el conocimiento del mundo que absorbe el oyente”. Su colega de matemática Fernando Mallarini opinó: “Hay un desfasaje cultural. Por eso los docentes necesitan trabajar con más tiempo; no es el mismo ritmo que ya traen los oyentes”.
Una de las dificultades que deben enfrentar los estudiantes sordos es la incorporación de vocabulario totalmente nuevo, y eso también es algo a sortear por los profesores. “Es posible que yo traiga una propuesta y tenga que cambiarla porque utilizo términos que no son tan cotidianos. Muchas veces se trata de términos abstractos que ellos no terminan de comprender porque es la primera vez que los ven, y en esos casos tengo que adecuarlos”, explicó Mallarini. Méndez sostuvo que para poder abordar ese problema de una forma eficaz sería “muy bueno” contar con computadoras con internet en cada salón, de forma que ante la duda de un estudiante sobre un concepto básico podrían mostrárselo y continuar con la clase, en vez de tratar de explicarlo en lengua de señas. Actualmente el liceo cuenta con una sala de uso común; sin embargo, aunque está a disposición, no funciona como una solución rápida en estos casos.
Otra forma de evaluar
Los intérpretes de lengua de señas son parte fundamental del trabajo en el aula. Gracias a ellos, la comunicación entre profesores y estudiantes es posible; sin embargo, no son expertos en la materia y esto puede implicar otro desafío a superar. Berrutti comentó que tiene “la suerte” de trabajar con el mismo intérprete desde hace años: “Es una ventaja, porque nos conocemos, sabemos nuestra metodología de trabajo, y él entiende cómo quiero manejarme en el aula. Además, está familiarizado con el vocabulario; eso es importante porque, en el caso de la química, hay un montón de palabras que no son habituales”.
Mallarini mencionó que lo primero que hizo al llegar al liceo 32 fue acercarse a los docentes y a los intérpretes que hace tiempo que están trabajando en la materia. “Al utilizar términos complejos, no tienen señas para traducirlos, por lo que la comunidad las va generando a medida que surge la necesidad. Por eso es importante que el intérprete ya esté metido en el tema”. Explicó, por otra parte, que también debió acostumbrarse a trabajar con otra persona: “Eso lleva otra coordinación. Hay que entender que los estudiantes tienen que estar atentos al intérprete, y eso implica coordinar los tiempos para que yo pueda enseñar sin mover mis manos y ella pueda traducir”.
De ahí surge la necesidad de trabajar en grupos reducidos, ya que “un oyente puede ponerse a hacer otra cosa y escuchar al profesor mientras tanto, pero el sordo necesita estar continuamente mirando al intérprete; si son más de diez, se dispersan y no le prestan la atención suficiente”, aclaró Berrutti.
Méndez considera que el punto débil de esta forma de trabajo es que los intérpretes no necesariamente deben estar formados en una materia en particular, ni tener nociones de pedagogía. “Yo puedo tener un poco de ventaja al ser mi propia intérprete en clase, porque sé exactamente lo que quiero decir. Un intérprete puede ser excelente en la traducción a la lengua de señas, pero obviamente hay cosas que no tiene por qué saber explicar y ahí se puede perder algo”, explicó.
Así como el programa es el mismo, los estudiantes sordos también deben enfrentarse a las evaluaciones de los docentes. Sin embargo, si los profesores aplicaran la misma prueba en todos los grupos, los sordos correrían con desventaja, porque la escritura no es uno de sus fuertes. Para atender a ese tema, los docentes se las ingeniaron para determinar si los estudiantes están aprendiendo. Méndez decidió evaluar los conocimientos teóricos de física filmando las respuestas: de esta manera, podían comunicarlas en lengua de señas. María Noel Felipe, profesora de matemática, optó por reducir el uso del español al mínimo en sus pruebas y evaluar solamente la forma en que los estudiantes realizan las operaciones. Ambas docentes concordaron en que es “un poco más fácil” evaluar el conocimiento de materias basadas en números que en las que se basan en la lengua española.
Primera experiencia
Rosa Sosa comenzó a dar clases de literatura en el liceo 32 este año. Al llegar se enfrentó “a un nuevo desafío como docente”, principalmente a la hora de planificar. “Ellos saben muy poco español, y en literatura trabajamos con el libro, con el texto. Tratamos de llegar a ciertos conocimientos del área literaria, tratamos de adecuar los cuentos para que primero se haga la lectura con el intérprete. Pero todo nos lleva muchísimo más tiempo, porque en esos cuentos hay muchas palabras de las que ellos no tienen los conceptos, y cuando avanzamos en la lectura tenemos que ir frenando para tratar de llegar a ese concepto, que casi siempre es abstracto”, detalló Sosa. Sin embargo no tiene dudas al destacar la experiencia: “Hay que llegar con la cabeza bien clarita para readecuar lo que se trabaja habitualmente con estudiantes oyentes, pero la sed de conocimiento de algunos alumnos es increíble. Motivan mucho. Capaz que es por eso que me siento muy cómoda”.