Ayer murió, a los 87 años, Helmut Kohl, cuyo nombre se asocia inmediatamente a la reunificación de Alemania en 1990. En un examen más calmo, las imágenes de la caída del muro de Berlín, en 1989, dan paso a otro hito de la historia reciente que lo tuvo como protagonista: el Tratado de Maastricht, cuya firma en 1993 fue el cimiento de la Unión Europea y estableció el euro como su moneda. Ambos acontecimientos recolocaron a Alemania como principal potencia del viejo continente, algo tan ansiado por Kohl y los suyos como temido por otros líderes mundiales.

En todo caso, se movió rápido. Cuando a fines de los 80 la Unión Soviética, en medio de una debacle interna, perdió el control del este europeo, Kohl, que desde 1982 ocupaba el puesto de canciller de la República Federal Alemana —la principal figura de un sistema político más bien parlamentarista— vio la oportunidad para religar su país, dividido tras ser derrotado en la Segunda Guerra Mundial en una zona occidental y otra oriental. La campaña interna fue más bien sencilla: los alemanes orientales estaban en clara decadencia económica y los candidatos de Kohl, favorables a la unificación, triunfaron en las elecciones locales de 1990. Por eso, más que la creación de una nueva entidad, se produjo la absorción de un país por parte de otro: desaparecieron todas las instituciones de la República Democrática Alemana, incluida su moneda, lo que significó una enorme inversión por parte del gobierno de Kohl. Eso, y el subsiguiente desempleo en la zona Este de la República reunificada, tendrían mucho que ver con el fin, en 1998, de los mandatos de Kohl. Pero no fueron pocos: ganó cinco elecciones y se mantuvo 16 años en el poder, lo que para los alemanes es un récord sólo superado por el de su otro gran reunificador, Otto von Bismarck, pero ya en el siglo XIX.

En sus memorias, Kohl cuenta cómo para lograr la reunificación debió vencer la desconfianza de varios colegas, como el francés François Miterrand, la británica Margaret Thatcher, el estadounidense George Bush (padre) y el soviético Mijaíl Gorbachov, en quienes pesaba el recuerdo del papel de Alemania en la primera mitad del siglo XX (beligerante y poco respetuoso de los derechos humanos, por usar algunos eufemismos). En la visión histórica de Kohl, sin embargo, el Tercer Reich no había sido resultado lógico del proceso alemán, sino más bien una excepción que había puesto a prueba la continuidad democrática del país. Para Kohl, escribió el historiador Christian Wicke, la mayoría de los alemanes había sido víctima del nazismo, y más allá de Hitler y su círculo íntimo, no había habido verdaderos nazis en su país.

En todo caso, las ideas de Kohl no eran producto de la falta de reflexión, ya que se graduó en historia y ciencia política en la Universidad de Heidelberg durante los años 50, los de la llamada “recuperación alemana”. Venía de una familia católica, y militó desde joven en la conservadora Unión Democrática Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán), el partido que más años ha gobernado en la Alemania contemporánea. Aunque perdió la reelección en la cuarta oportunidad, y a pesar de que poco después se reveló que su partido se había financiado de forma ilegal, Kohl fue reivindicado por sus compatriotas, y no es menor que quien gobierne Alemania desde 2005 sea su protegida política, Angela Merkel.

Alejado de la actividad pública en la última década, Kohl era consultado a menudo sobre asuntos relativos a la Unión Europea, en tanto fue uno de sus artífices. Cuando se supo que Reino Unido había elegido el brexit, opinó que Europa debía mostrarse comprensiva y dejar la puerta abierta para el retorno.