1.960 personas privadas de libertad (PPL) quedarán encerradas en un perímetro formado por 495 bloques de cemento prefabricados de seis metros de altura. Parece el muro perfecto de Donald Trump, pero está en las afueras de Montevideo. El perímetro exterior no estará custodiado por militares, como pasa ahora en las cárceles, sino por microondas, censores y cámaras repartidos entre las 15 hectáreas del campo pelado, que hasta hace dos años estaba delimitado solamente por la calle llena de pozos de Camino Dionisios, Felipe Cardozo, la avenida Punta de Rieles y la calle Chacarita de los Padres. La Unidad de Internación (UI) Nº1 fue la última en construirse, entre 25 centros penitenciarios, pero llevará el número uno. Quiere ser modelo.
Metros cuadrados y pesos constantes
En 23 meses el consorcio que ganó la licitación internacional, que también proveerá alimentación, hotelería, limpieza, control de plagas, mantenimiento edilicio y tecnológico, construyó 36.000 metros cuadrados techados y otros 14.000 de espacios exteriores que ya se adivinan en la obra. El levantamiento demandará 120 millones de dólares. UPR, la sociedad anónima formada por Abengoa Teyma y Goddard Catering Group pondrá de sus arcas unos 30 millones para completar lo acordado. Para financiar los otros 90, emitieron acciones en la Bolsa de Valores de la Ciudad Vieja y consiguieron vender todos los bonos, mayoritariamente a las AFAP.
Por el mantenimiento de los espacios, la infraestructura y la “hotelería”, el Estado pagaría algo más de 700 pesos diarios por plaza (no por recluso), según una ecuación en la que unidades indexadas y reajustables se cruzan con las plazas disponibles y se barajan entre sumatorias. Al precio de hoy, son casi 15 millones de dólares por año para alimentar esta cárcel que antes de nacer ya tenía un cometido, también modelo: apagar el incendio del hacinamiento y reeducar a los “inadaptados”.
Según el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, el Estado destina 102 millones de dólares anuales al sistema penitenciario, para los más de 11.000 encerrados por desacato al Código Penal. Se pagan 850 pesos diarios por recluso, según los cálculos que se hicieron públicos en 2016 en la Comisión de Hacienda de Diputados.
El negocio parece rentable: hubo más ofertas para la compra en la Bolsa de Valores que posibilidades de comprar. La cárcel de Punta de Rieles es la única asociación público-privada que está cerca de finalizar las obras, y el empuje avanza según el cronograma establecido.
Obra cinematográfica
Es la primera vez que en Uruguay se instalan módulos carcelarios prefabricados. La real Sociedad de Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios del gobierno español asesoró y trajo la tecnología de seguridad y arquitectónica para buena parte de la construcción. Hay 50 empresas subarrendadas por los concesionarios. 700 obreros (496 de Abengoa Teyma), trabajan desde temprano hasta poco antes de la caída del sol. En el momento pico de la obra, suenan las sirenas de las palas mecánicas, que van de un lado al otro. Obreros se amontonan en grupos, los capataces miran a las circulares cortar varillas y los soldadores hacen lo suyo en las pocas aberturas todavía sin ventana.
La cárcel es un gigante que parece sacado de una película. Su estética es la de las grandes corporaciones de la seguridad dándose la mano con las grandes corporaciones de la construcción (también de la alimentación) para hacerse cargo, en última instancia, de algo en lo que los estados latinoamericanos parecen fallar: la gestión carcelaria que esconde la ausencia de oportunidades para vastas porciones de la población excluida, el liso y llano crimen o la idea del crecimiento personal rápido, furioso y salvaje desde la ilegalidad.
La seguridad del recinto estará a cargo del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), que todavía no termina de ultimar los protocolos de actuación policial y civil. De todas maneras, según comentaron desde el Ministerio del Interior, está previsto que la mayoría de los operadores que se relacionarán con las PPL serán civiles. Aunque estarán en minoría, también habrá policías, incluyendo al nuevo director, que sería el ex director del Penal de Libertad, el comisario Juan Rosa.
El gobierno ha manifestado que el objetivo de este centro será crear habilidades para la pregonada reinserción. Educación, deporte y trabajo es la trinidad invocada para generar mejor clima entre los reclusos y herramientas para el egreso.
Supervisión, control, identificación, videovigilancia y mando a distancia son algunas de las “prestaciones” de esta cárcel, que cuenta con un pequeño hospital con 22 camas que gestionará ASSE, un módulo para control de visitas y personal, otro para visitas y una 20 de celdas para cónyuges.
También hay espacios para visitas especiales que se comunican mediante intercomunicador, cuartos para jueces y fiscales, y salas docentes para profesores o maestros. Todo parece celosamente previsto. Los diez pabellones tienen sus espacios compartidos, comedor, lugar para recreación, sala con televisor, biblioteca, teléfonos públicos, un economato, aulas y cuartos de supervisión para los operadores carcelarios.
Habrá canchas de tenis, fútbol y básquetbol. También talleres: la idea parece ser que los reclusos se ocupen durante el día y que vayan a la celda a dormir y poco más. Todas las actividades sociales se desarrollan en el piso de abajo; los pabellones estarán ubicados en los dos pisos de arriba.
Seis de los diez pabellones serán de media seguridad, los demás serán de baja. Cada uno tiene dos módulos, uno arriba y otro abajo, que se comunican, sin comunicarse, mediante un fortísimo vidrio blindex apoyado en el centro del piso del pabellón superior, para que el tragaluz del techo haga entrar lo suyo al piso de abajo. Actualmente, el centro de diagnóstico y derivación del INR, donde llegan los recién procesados, funciona en la Jefatura de Policía de Montevideo. Desde la puesta en funcionamiento de la UI Nº 1 los recién llegados al sistema penitenciario pasarán una estadía breve en alguna de las 100 celdas individuales de este nuevo centro hasta que se decida su trasladado final.
Para Bernardo Vidal, inspector del contrato del Ministerio del Interior, comisario de la obra y responsable de que los privados cumplan con lo estipulado, lo ideal es que “este sea el modelo y que los avatares del tiempo no hagan que se convierta en un recinto más del modelo actual”. “Debería ser la punta de lanza. Es el objetivo de las autoridades, que esto sea ejemplo a seguir”, plantea Vida, con optimismo.
El proceso de selección, las pautas de seguridad, los protocolos y tantas otras de las potestades que se reservó el INR en materia de seguridad son de su exclusiva competencia y todavía están en debate, según explicaron desde el Ministerio del Interior.
Panóptico tecnológico
El componente tecnológico de la UP 1 es alto. Todo se maneja por computadoras. Las cámaras de vigilancia son las puntas de un iceberg telemático conectado a dos sistemas de seguridad: el de los pabellones y el de su exterior. La caseta de la guardia, apostada al medio de cada pabellón, está separada de los pasillos que conectan las celdas por rejas y triples vidrios blindex. Técnicamente, los operadores de las computadoras, interruptores e intercomunicadores (cada celda tiene uno) no tendrán contacto con los presos; activarán los accesos a las distintas zonas remotamente, desde su puesto de guardiacárceles.
Dos cerebros informáticos funcionarán por separado. Uno es el de la administración de la hotelería, que mostrará en tiempo real indicadores de todas las variables que la concesionaria debe atender. Otro es el monitor de seguridad. En los pabellones las terminales informáticas de los operadores recibirán información del detector de humo de las celdas, de alarmas encendidas, de censores activos, de puertas abiertas y cerradas. El circuito cerrado de cámaras y los altoparlantes parecen ser los ojos y el olfato del panóptico tecnológico. Toda la instalación tiene parlantes e intercomunicadores. Las puertas son macizas y las ventanas, de buena calidad. Será una cárcel de seguridad media; sin embargo, parecería, a ojo de mal cubero, que nadie podrá escaparse de ahí sin dejar alguna huella.
Hay tres niveles de seguridad con estas tecnologías: el de los pabellones, el de los lugares compartidos y el perímetro que centralizará otra consola de monitoreo.
Las celdas tendrán cerraduras de apertura remota. Podrán alojar uno, tres y hasta cinco reclusos (según el pabellón), tendrán un retrete, camas amuradas con tornillos antivandálicos, un escritorio compartido (también amurado) con sus respectivas sillas acopladas al módulo metálico, pileta y una luz eléctrica empotrada en el rígido concreto de hormigón lustrado que oficia de pared. Para los desperfectos sanitarios o eléctricos, habrá un equipo técnico encargado de hacer el mantenimiento, que podrá solucionarlos sin entrar a las celdas, mediante un sistema de ductos.
Alimentación medida
En la nueva cárcel no habrá ensopados, guisos ni ranchos. La empresa Goddard, la misma que sirve los refrigerios en el aeropuerto de Carrasco, cocinará tres comidas por día, que además deberá entregar a determinada temperatura. Para pedir su bandeja de comida, los reclusos deberán presentar la palma de su mano a un escáner que, además de verificar su identidad (y que no coma más de lo previsto en el pliego de licitación), medirá la presión arterial del usuario. Habrá pescado dos veces por semana, carnes, verduras y no menos de 400 gramos de fruta por día, además de cereales y leguminosas.
Todo parece estar medido; por ejemplo, la cantidad de coliformes fecales tolerables en lácteos y panes, o el pH de la carne picada, que no podrá superar 6,3% y cuyo nivel de grasa no podrá ser superior a 20% del total. Las características de las milanesas, los requerimientos de la vianda, las botellas de agua y hasta los sustitutos de alimentos están establecidos en el pliego de licitación. 27% de la energía total que se mastique en el nuevo penal de Punta de Rieles se obtendrá de grasas, 59% serán hidratos de carbono y las proteínas llegarán a 14% de la energía dispensada en la cárcel, que deberá empezar a recibir su población en diciembre, si todo sale como hasta ahora. Los reclusos y el personal se alimentarán de la misma comida: ingerirán 2.900 kilocalorías por día.
“Nos han dicho: ‘Pero les van a dar pescado’”, se ataja Bernardo Vidal. “Hay gente que nunca comió eso”, dice que le dicen. Los propios reclusos han exclamado sorprendidos: “¿Pescado? Prefiero el guiso, porque me da saciedad”. “Pero no te alimenta”, contesta Vidal. “Pero me llena”, le retrucan. “Hay que pensar que este modelo interpela a todo el mundo, al propio recluso, al operador penitenciario, al guardia y todos los que trabajan”, resume Vidal.
“Demasiado lujo”, se despide un guardia en la entrada. “Puede ser, pero seguí mortificando a la gente y esperá que salgan a la calle. Por lo menos acá pueden ver que detrás del muro de Trump, en una de esas, hay otro horizonte. Quizás. Veremos”, le digo, mitad descreído de las cárceles tal cual las conocemos, y mitad tratando de creer mis propias palabras.