Desde la caída de Alfredo Stroessner en 1989, el país vivió una apertura política en sintonía con la región. Paraguay se insertó en el concierto rioplatense como una nueva democracia y sus vecinos lo integraron al Mercosur y a los acuerdos continentales en esa nueva etapa. Sin embargo, los vaivenes políticos no dejaron de existir.
El poder del dictador fue sustituido de una manera singular. Las libertades formales llegaron a Paraguay en 1989 y la sociedad civil operó libremente, las organizaciones florecieron, al igual que la libre expresión, se dio el regreso de los exiliados, se instalaron las garantías normales en cualquier democracia, permitiendo que creciera una nueva realidad, desconocida para la gran mayoría de los paraguayos. En contrapartida, el régimen personal fue sustituido por el Partido Colorado.
El partido de Stroessner mantuvo el gobierno, pero ahora como una mafia que controlaba la totalidad del Estado y pactaba internamente las cuotas de poder. Para ello utilizaba el Parlamento como órgano colectivo de control. No es un gobierno parlamentario, es un gobierno de partido que usa las cámaras como el instrumento desde donde la élite política colorada mantiene las riendas. Así, entonces, Paraguay vive una dicotomía singular; por un lado, las libertades clásicas del sistema democrático existen y están vigentes; por otro, un partido mafioso maneja el poder legislativo y desde él toda la estructura.
Cuando Fernando Lugo llegó a la presidencia, quedó en evidencia esta forma viciosa de poder. Por medio de la Constitución posdictatorial el Parlamento aprobaba todo, desde las leyes, obviamente, hasta los nombramientos de funcionarios. Nada escapaba al Partido Colorado, que jaqueó al gobierno de Lugo hasta que generó su caída en 2012.
La breve primavera del Partido Liberal durante el año del gobierno de Federico Franco sólo fue una parte de la operación del Partido Colorado para regresar al Palacio de los López, la Mburuvicha Róga, “casa del jefe” en guaraní. Hoy el término encaja perfectamente con el gobernante.
Horacio Cartes es un empresario sin experiencia política. Amasó su fortuna de manera turbia. Su tío, poco antes de las elecciones, cayó preso en Uruguay por contrabando de estupefacientes. En medio del vacío y la desazón producida por la caída de Lugo, Cartes apareció como la solución. Sin militancia previa –nunca había votado en su vida–, dicen en Paraguay que “alquiló” al Partido Colorado para ser presidente. Con su triunfo se restauró el orden conservador, con una sola excepción; la reelección presidencial. Y para reinstalarla contó con un singular aliado, la izquierda ortodoxa, el Frente Guasú.
El mundo al revés
La izquierda paraguaya hizo todo al revés. Mientras que en el resto de América Latina los frentes populares se fueron construyendo de forma trabajosa para luego ganar las elecciones, en Paraguay la izquierda primero ganó el gobierno en 2008 y luego construyó su frente. El Frente Guasú (FG) –Frente Grande– unió en 2009 a todo el arco progresista, desde el moderado País Solidario de Carlos Filizzola –el primer intendente de izquierda de Asunción en 1991– pasando por el viejo Partido Revolucionario Febrerista, el Partido Comunista y el muy poderoso Tekojojá (Justicia), el partido campesino. El Frente Guasú apenas heredó un senador y tres diputados de los partidos anteriores a la unidad, así que la administración de Lugo estuvo atada a los acuerdos con los colorados y a los vaivenes de sus aliados liberales, que finalmente precipitaron su caída.
El frentismo guaraní resultó muy atractivo para los sectores populares y medios, repitiendo el libreto de la alianza social que realizó toda la izquierda latinoamericana. Sin embargo, las políticas fiscalistas del gobierno de Lugo y su poca distribución de riqueza fueron restando apoyos a esta alianza. En consecuencia, en las elecciones municipales de mitad de período, el Partido Colorado recuperó espacios, mientras que Patria Querida, una organización de derecha cercana al Opus Dei, ganaba la intendencia de Asunción. Desde esa elección, el golpe contra el gobierno se volvió una opción posible, que finalmente se ejecutó y arrastró a la izquierda hacia su crisis. La caída de Lugo tensó la interna frentista y en 2012 no pudo evitar la fractura.
Quizá el mejor representante clasemediero de esta izquierda sea Mario Ferreiro. Locutor radial, hombre muy popular en todo el país, Ferreiro se proyectó como el recambio de Lugo desde 2010. Luego del golpe de Estado, Ferreiro apareció como el candidato más sensato para enfrentar a Horacio Cartes, en un escenario de polarización que se parecía peligrosamente al de épocas que la gente no quería repetir. El “marzo paraguayo” de 1999 estaba demasiado fresco en la memoria, con su carga de muertos y heridos.
El moderado Ferreiro hubiera ganado la interna del Frente Guasú, pero los acuerdos se atascaron y, finalmente, la izquierda votó dividida en 2013. Ferreiro y su grupo, Avanza País, tuvieron una mejor votación que sus antiguos aliados. Pero, ¿cuál es la verdadera diferencia entre estas dos izquierdas? El FG y Lugo se quedaron con los sectores campesinos y populares y, en sintonía con esa base social, radicalizaron su discurso. Así, las contradicciones sociales fueron sustituidas por la dicotomía urbana-rural, el nosotros campesino contra el ellos urbano. Hoy Fernando Lugo está al frente de esa ideología; su discurso en Coronel Oviedo fue muy claro cuando se refirió a Ferreiro sosteniendo: “Él no huele como nosotros”. La diferencia aromática esconde una manera muy tosca de analizar la realidad, una propuesta radical primitiva, escorada hacia la ortodoxia latinoamericana. Desde mucho antes de la ruptura existía este tipo de prevenciones a la interna del FG, en el que los “urbanitos”, ahora liderados por Ferreiro, iban a desplazar a la “vanguardia” y a moderar a la izquierda. Lugo y el FG creen que tienen un campo fértil para afirmar su propuesta y recuperar el poder, basados en un país donde entre 30% y 50% de la población es pobre, donde de los 6.000.000 de habitantes, 2.500.000 viven en el campo, y entre estos 41% no dispone de ingresos mensuales suficientes para sobrevivir, sosteniendo una estructura agraria injusta en la que 1% posee 77% de las tierras. Pero las injusticias solas no alcanzan para precipitar el cambio.
Cuando la izquierda ayuda a la derecha
El FG y Fernando Lugo supusieron que “hacer política” implicaba pactar cualquier cosa con cualquier actor, siguiendo los pasos de “la escuela brasileña” del Partido de los Trabajadores. En consecuencia, a principios de 2017 acordaron la reforma constitucional que habilitaba la reelección. El pacto fue con sus enemigos, el Partido Liberal de Blas Llano –que derrocó a Lugo en 2012– y el Partido Colorado. Ese inmenso paso atrás fue, además, un error político. Lugo esperaba ser reelecto presidente y esa esperanza fue utilizada por el gobierno para intentar, en realidad, la reelección infinita de Horacio Cartes. El estallido social frenó la reforma, dando cuenta de una sociedad políticamente madura que no está dispuesta a dejarse estafar.
En junio, continuando con este acuerdo, Lugo fue elegido presidente del Senado, consiguiendo, además de visibilidad política, colocarse en la fila “dinástica” presidencial, como tercero en la línea de sucesión. ¿Qué se busca con esto? En primer lugar, el FG y su líder sintonizan, así, con la ortodoxia de la izquierda latinoamericana, desdeñando las formas democráticas. La democracia para el FG, como para toda la dogmática sesentista, es un mero instrumento a usar por conveniencia y no una cuestión de principios a respetar y abonar. En segundo término, tanto la reelección frustrada como el ascenso de Lugo en la escala senatorial buscan detener la carrera política de Mario Ferreiro.
Elegido intendente de Asunción en 2015, Ferreiro y Avanza País se empoderaron de una manera mucho más efectiva que el FG. Asimismo, ambas organizaciones competían por una zona común del electorado, que en el FG captaba País Solidario. No era extraño ver en las elecciones a militantes del grupo de Filizzola trabajando por la candidatura de Ferreiro, boicoteando la propuesta del FG.
Mario Ferreiro era el gran adversario tanto de Lugo como de Cartes, y la única forma que tenían de neutralizarlo era lograr imponer, de alguna manera, sus candidaturas, pues ni la derecha ni el frentismo tenían relevo. Pero la reelección falló y los acuerdos políticos tenían límites evidentes. De nuevo la izquierda ortodoxa le dio una buena mano a la derecha, sin ver más allá de sus limitados proyectos y sus estrechas ideologías. Manipulando las instituciones y colocándose en algunos escalones del poder legislativo, Fernando Lugo y el FG no dañaron a Mario Ferreiro, dañaron su propia imagen, y afirmaron un poder conservador que, seguramente, volverá a ganar de cualquier forma y a cualquier precio, manteniendo, además, la fractura de la izquierda paraguaya, que cumplirá, apenas, una función testimonial.
Luego, el ascenso del colorado Pedro Alliana como presidente de la Cámara de Diputados le ofreció al presidente Cartes el control total del Estado, dejando herederos en lugares clave que le permitirán mantener el dominio a pesar de la frustrada reelección. Y el candidato a la presidencia del oficialismo será, inevitablemente, un títere del presidente actual. Suena para eso el nombre de Santiago Peña, ministro de Economía de Cartes, tecnócrata fondomonetarista y ex miembro del Partido Liberal transmutado en militante colorado por imposición presidencial. El Partido Colorado y el gobierno futuro serán, entonces, un apéndice de Cartes, de sus negocios y de sus socios… si es que la propuesta reeleccionista no resucita a último momento.
Mientras tanto, el liberalismo sufre una interna feroz, sin reparar en que abonan el ascenso de Cartes al poder total. La disputa entre Blas Llano y Efraín Alegre se basa en el supuesto erróneo de que el ganador liderará a la oposición. Y en esa lucha Blas Llano jugó con la idea de hacer a Mario Ferreiro candidato de consenso para obturar el ascenso de Alegre, mientras que este le ofreció a Ferreiro la vicepresidencia, que obviamente rechazó. El intendente asunceño es carta ganadora para cualquiera, pero la paradoja es que, a pesar de su prestigio, la duda sobre su futuro se instaló en Avanza País. Nadie, ni siquiera el propio Mario Ferreiro, sabe qué va a ser de su carrera política. Dudas que desgastan y, a la larga, resienten el apoyo popular.
A este escenario se debe sumar la fragmentación partidaria. A las próximas elecciones se presentarán entre diez y quince partidos nuevos, de todo tipo y color, para disputar el voto independiente, ayudando así a afirmar las posibilidades de los aparatos de vieja data, o sea, el coloradismo cartesiano.
Con la oposición fragmentada, jugando a la obstrucción para llegar a un resultado de suma cero, Paraguay tendrá Partido Colorado para rato, con Horacio Cartes con o sin banda presidencial, pero manejando los hilos del poder que nunca se cortan.