El 14 de julio, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, tres árabes israelíes (palestinos que viven del lado israelí) dispararon y mataron a dos policías israelíes. Los tres asaltantes fueron perseguidos y asesinados en la explanada de la mezquita Al-Aqsa. Las autoridades israelíes aseguraron que las armas estaban escondidas en este lugar sagrado del islam, por lo que lo cerraron durante dos días. La decisión provocó la ira de los palestinos y de Jordania, que oficialmente guarda los lugares sagrados de Jerusalén.

El 16 de julio, el gobierno israelí volvió a abrir Al-Aqsa, pero entre tanto había instalado detectores de metales en la entrada.

Los musulmanes boicotearon el lugar para protestar en contra de esas nuevas medidas de seguridad. Centenas de personas rezaban en las calles alrededor del lugar sagrado. Todos los días, las fuerzas israelíes enfrentaban a los palestinos. La violencia culminó el viernes 21 de julio, día de gran oración semanal. Las autoridades israelíes prohibieron la entrada en la Ciudad Vieja a los palestinos de menos de 50 años e instalaron controles en toda Jerusalén. Otros cinco palestinos y tres colonos israelíes fueron muertos en los dos días siguientes en los enfrentamientos.

Tras la presión internacional, en la noche del 25 de julio el gobierno israelí retiró los detectores de metales y anunció que los reemplazaría por un sistema de seguridad más sofisticado. La comunidad musulmana decidió seguir rezando en la calle hasta que las entradas del lugar sagrado vuelvan a estar como antes del 14 de julio.

Hubo que esperar al 27 de julio para que las autoridades israelíes retiraran los últimos elementos de su nuevo dispositivo de seguridad. Los palestinos finalizaron el boicot y al día siguiente miles de personas entraron al lugar sagrado. Entonces se produjeron nuevos enfrentamientos, con decenas de heridos. El viernes siguiente volvió a haber altercados, pero desde entonces parecería que la situación se normalizó en la ciudad sagrada de los tres monoteísmos.

Texto y fotos: Martín Barzilai