Estábamos jugando al NBA con Jorge Temponi cuando sonó el Skype. La llamada era de Julio Alonso, periodista español amigo de ambos.
—Estuve leyendo más sobre Cheka. Creo que hay material suficiente para que la Justicia internacional lo juzgue. ¿Qué te parece si vamos a por él?
“Voy buscando el pasaporte”, le respondí.
El resto de la charla fue para esbozar un plan breve y sencillo: proponerle una entrevista en la que pudiera contar su verdad, que él no era un tipo tan jodido. Ir a la nota era marcar el lugar exacto en el que él iba a estar. Una mínima coordinación con Monusco haría que una vez que apagáramos las cámaras, el genocida fuera atrapado. Fin del Skype.
—Ustedes dos están mal de la cabeza, dijo Temponi, y celebró un triple de Jamal Crawford para los Knicks.
Era setiembre de 2013.
A esa altura Ntabo Ntaberi, “Cheka” o “Sheka”, ya tenía documentadas más de 1.500 denuncias de violaciones masivas en contra de su grupo, la rama Nduma Defense Congo (NDC) de los Mai Mai. Los homicidios atribuidos a NDC eran más de 1.000, las desapariciones más de 800, villas arrasadas 45, 1.300 niños forzados a ser soldados, y, por su accionar, 30.000 personas se transformaron en desplazados. Por donde se lo mire, un humanista.
La planificación nos llevó meses. Por un lado conocíamos gente de su etnia (Alonso llevaba viajando al Congo desde fines de los 90 y con regularidad desde 2008). Rastreó entre sus contactos, dio con un primo del genocida y le tiró la idea. Al hombre le gustó. “Él no es tan malo como se dice, aunque haya hecho algunas cosas que puedan no ser buenas”. Un incomprendido.
Por otro lado sumamos al editor de fotografía de El Observador, Armando Sartorotti. El Sarto, amigo nuestro, había hecho un trabajo sobre la labor de los cascos azules uruguayos en aquella tierra. El resultado fue un libro (Más allá del deber), y que sus fotos fueran seleccionadas personalmente por Ban Ki-moon para ser expuestas en el edificio central de la ONU en Nueva York. Queríamos su ojo y su experiencia para retratar a las víctimas, algo que sensibilizara a la opinión pública e impactara en cualquier jurado a la hora de escuchar testimonios.
En abril de 2014 llegamos a la ciudad de Goma (Congo), cargando toneladas de ansiedad. Sartorotti retrataba mujeres, escuchaba y empatizaba con las víctimas; conseguía información. Julio y yo fuimos a Villa Pinga, zona de la que los cascos azules uruguayos habían desalojado a Cheka, y conocimos las chozas que hicieron de cuartel general y calabozo para NDC. Paredes de barro, cañas por vigas, techo de paja. La guerra que no muestra Hollywood.
Tres días antes de la entrevista, una de las zonas mineras bajo control del grupo de Cheka fue atacada y hubo combates. En lenguaje periodístico: se cayó la nota porque el entrevistado tenía otras prioridades. Bajamos la frustración con tequila, hasta que la suerte nos hizo un guiño.
El comandante Gonzalo Mila invitó a cenar a la base al jefe militar de Monusco, el general brasileño Carlos Alberto dos Santos Cruz, y al jefe civil Ray Virgilio Torres. Fue este último el que le preguntó a Julio: “Usted es el que denunció al presidente de Sudán por genocidio, ¿podría hacer lo mismo con Cheka?”. Así empezamos a trabajar en coordinación con ellos y accedimos a una cantidad de material que nos permitió elaborar una denuncia que presentamos en la Corte Penal Internacional (CPI) dos meses más tarde con las firmas de Alonso, Sartorotti y Carballo, tres completos pelagatos. Hasta donde sabemos, fue la segunda vez en la historia que un grupo de civiles llega hasta ahí (y Alonso estuvo en ambas). Nobleza obliga: descubrimos que buena parte del material respondía a un trabajo de calidad realizado por el batallón uruguayo; en él basamos 90% de la denuncia.
Para saber de la solidez de nuestro documento se lo enviamos al ahora integrante de la Institución Nacional de Derechos Humanos, Wilder Tayler, un experto en derecho humanitario a nivel internacional. Su respuesta nos dio ánimo y al mismo tiempo nos puso en alerta: “Los indicios probatorios que ustedes presentaron están dos puntos por encima del promedio, son muy buenos. Ahora, paciencia de cazadores, los tiempos de la Corte son muy particulares, y encima la Unión Africana amenaza con retirarse [de la CPI], porque consideran que es un instrumento que se está utilizando sólo contra africanos”.
La campana sonó el 25 de agosto de 2015 por medio del messenger de Facebook: “Je suis supérieur a toi” (“Soy superior a ti”) decía el mensaje. El remitente era el propio Cheka. Parece insólito pero es cierto: hasta un genocida puede tener su perfil en redes sociales y usarlo para alardear. Estaba claro: si había escrito, estaba preocupado.
Faltaba menos de cuatro meses para que Uruguay entrara al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y le propusimos a la Dirección de Asuntos Políticos de la cancillería trabajar en conjunto. Desde allí se coordinó, con el Ministerio de Defensa Nacional y con el Ejército, que un grupo de diez civiles viajáramos con el relevo de tropas de abril de 2016. Varios irían a desempeñar tareas de ayuda humanitaria, a mí me tocaba reunirme con el jefe de Inteligencia de Monusco. Desde España, Julio había coordinado con Santos Cruz un nuevo plan para sortear la lentitud de la CPI. La idea era plantearle a gente de confianza de Cheka que su única salida era entregarse, argumentando una serie de cuestiones que mantendré en reserva. El relevo duraba diez días. Entonces fue que apareció la mayor piedra en el zapato.
En el Ejército uruguayo conviven dos formas de pensar las misiones de paz. Una es proactiva, se involucra con la población, interpreta de manera “elástica” el concepto de protección de civiles y hace una tarea humanitaria que puede ir desde formar una escuela de fútbol mixta hasta pintar una escuela o repartir agua potable. La otra entiende que no hay que salir de las bases salvo que las máximas jefaturas de las misiones lo ordenen. A esta última interpretación adhirió en aquel momento Yamandú Lessa, entonces director de comunicación del Ejército.
Desde su oficina se trabajó para bloquear nuestra tarea. Redujeron nuestro grupo de diez a cuatro integrantes y a todos los civiles, incluso a otros invitados por el Ejército, se nos hizo viajar sin visados. “Carballo y su gente viajan para boicotear el trabajo de ustedes”, dijo Lessa a alguno de los viajeros durante un acto en el edificio anexo del Palacio Legislativo. Esto lo relató uno de ellos al general que viajaba a cargo de la delegación y a su asistente, mientras sobrevolábamos el Atlántico. La falta de visas nos dejó ocho días trancados en Ruanda.
En las 36 horas que estuvimos en Goma tuve una reunión con el jefe de inteligencia de Monusco en la base uruguaya, y me puse en contacto con agentes de otros países desde un orfanato. Todos consideraron viable el plan de forzar a Cheka a entregarse. Todos coincidieron que en 36 horas era imposible. La estrategia de presión tuvo que ser a la distancia, por medio de correos electrónicos, charlas de Skype y mensajes de Whatsapp, pero resultó efectiva. Hace dos semanas, Ntabo Ntaberi se entregó a Monusco buscando ser juzgado por la Justicia local, tal vez confiando en algún contacto que le asegure una pena muy baja. Como sea, con Cheka detenido no se puede pensar que se acabó la rabia, pero al menos hay un perro encerrado.