La campaña electoral brilló por su ausencia en las tapas de buena parte de los diarios alemanes a pocos días de las elecciones federales. Una ausencia que no expresaba más que una cierta apatía y también aburrimiento ante una realidad que hoy casi nadie se atreve a poner en duda en Alemania: la líder de la conservadora Unión Cristianodemócrata (CDU), Angela Merkel, repetirá como canciller por cuarta legislatura consecutiva. El líder del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), Martin Schulz, no es una alternativa real. Así lo apuntan todas las proyecciones de intención de voto: la CDU –junto con su ala bávara, Unión Socialcristiana (CSU)– de Merkel ganará las elecciones con una ventaja que podría superar incluso los diez puntos porcentuales con respecto al SPD, que podría cosechar su peor resultado histórico. Estas elecciones alemanas, por tanto, no tienen que resolver la duda de quién ocupará la cancillería los próximos cuatro años. Los interrogantes son otros.

Estos comicios deben aclarar las siguientes cuestiones: ¿con quién podrá gobernar Merkel, cuyo partido quedará muy lejos de la mayoría absoluta necesaria para hacerlo en solitario? ¿Quién será el tercer partido más votado? ¿Cómo funcionará el Bundestag (Parlamento federal alemán) más fragmentado de la historia de la República Federal, que contará con un total de siete partidos? Y, sobre todo, ¿qué porcentaje obtendrá Alternativa para Alemania (AfD, por su sigla en alemán), el partido ultraderechista alemán más exitoso desde el fin de la Segunda Guerra Mundial?

Algo se ha roto en el tablero político: el surgimiento y establecimiento de AfD es sólo el síntoma más claro de ello. Este joven partido ultraderechista fundado en 2013 al calor de la crisis de deuda y del euro ya está presente en 13 de los 16 parlamentos regionales del país, y tiene un pie y medio dentro del Bundestag. Por primera vez desde la fundación de la República Federal de Alemania en 1949, un partido ultraderechista tendrá una fracción propia en el Bundestag. E incluso podría ser la tercera fuerza parlamentaria, gracias a un resultado que muy probablemente alcanzará los dos dígitos.

“A la derecha de la unión conservadora no puede haber un partido democráticamente legitimado”, dijo una vez el padre de los socialcristianos bávaros, Franz Josef Strauß, haciendo referencia a un pacto político tácito firmado por las fuerzas políticas alemanas tras el desastre del nazismo y la Segunda Guerra Mundial: el ultranacionalismo y los argumentos xenófobos quedaban excluidos del centro del debate político alemán. La entrada de AfD acaba con esa máxima y supone un duro golpe simbólico para un país que sigue arrastrando la enorme losa histórica del nacionalsocialismo y del Holocausto.

Agenda ultra

¿Cómo puede ser que la ultraderecha vuelva a la primera línea de la política en Alemania?, se preguntan analistas alemanes y extranjeros con cierta incredulidad. Para intentar dar respuesta a esa espinosa pregunta, vale la pena echar un vistazo a la algo desganada campaña electoral: la agenda de temas ha estado indudablemente marcada por la sola existencia de AfD y su amenazante entrada en el Parlamento. Los partidos tradicionales parecen haber ido a remolque de los temas establecidos por la ultraderecha, que efectivamente podría robar votantes a todos los partidos con representación parlamentaria.

En el primer y único debate entre Merkel y Schulz, televisado el 3 de setiembre, los dos principales candidatos a la cancillería dedicaron más de la mitad del tiempo a hablar fundamentalmente de cuatro temas: la llegada de refugiados, la inmigración, el control de fronteras y la seguridad interior. Asuntos fundamentales para la ciudadanía, como el sistema de pensiones, la creciente desigualdad social o el futuro de la Unión Europea y del euro, quedaron en un segundo o tercer plano. La sombra ultraderechista se hacía así presente en el estudio de televisión sin la necesidad de que AfD estuviera presente. Algunos analistas concluyeron que ni Merkel ni Schulz habían ganado realmente el debate. Los auténticos ganadores eran los líderes del joven partido ultra.

Cuatro crisis

AfD se ha convertido en el partido del voto protesta y del desencanto en un país en el que, aparentemente, todo funciona muy bien. Sin embargo, si se va un poco más allá de la superficie, no es difícil darse cuenta de que Alemania está lejos de ser un paraíso. El politólogo y periodista Sebastian Friedrich, autor del libro AfD. Análisis, trasfondos, controversias, y observador del fenómeno AfD prácticamente desde su inicios, resume las razones del surgimiento del partido ultraderechista en cuatro grandes crisis: “AfD no cae del cielo. Este fenómeno sólo se puede entender si recuperamos el trasfondo social ante el que tiene lugar el éxito del proyecto derechista. No hay sólo una causa que permita explicar AfD. Más bien son diversas transformaciones culturales, políticas, económicas y sociales las que propiciaron la escalada de AfD. Fundamentalmente son cuatro las crisis ante las que el proyecto derechista reacciona: la crisis del conservadurismo, la crisis de representación, la crisis del capital y la crisis social”.

La crisis social hace referencia al aumento innegable del precariado; es decir, de aquellos asalariados que trabajan pocas horas, ganan poco dinero y encadenan trabajos temporales. Esa realidad económica, predominante en el sector de servicios y en trabajos poco cualificados, supone aproximadamente 25% del mercado laboral del país. La crisis de la representación se refiere a la repetición de la Gran Coalición (dos en las últimas tres legislaturas) entre conservadores y socialdemócratas, los dos principales partidos del país; una coalición que supone un rodillo parlamentario que apenas deja espacio para que la oposición enmiende leyes o reformas constitucionales, lo que ha alimentado las posiciones antiestablishment que ofrece AfD, que se presenta como la única oposición real.

La crisis del capital hace referencia tanto a la innegable crisis del modelo económico que sufre la Unión Europea como al fraccionamiento del gran empresariado alemán, que ya no apoya los constantes rescates financieros de bancos y Estados miembro impulsados por el gobierno de Merkel. Y, por último, está la crisis del conservadurismo, que apunta a una cierta socialdemocratización del discurso de la canciller conservadora, lo que ha permitido que la fuerza ultraderechista se presentase como la única alternativa conservadora a una democraciacristiana ciertamente escorada al centro del arco ideológico.

Fragmentación e inestabilidad

El tablero político alemán no sólo se ha roto por la derecha, con el surgimiento de AfD, sino que además se está fragmentando; si las encuestas de intención de voto no se equivocan, siete serán las fuerzas políticas que conformarán el próximo Bundestag: los democristianos de la CDU, los socialcristianos bávaros de la CSU, los socialdemócratas del SPD, los ultraderechistas de AfD, los liberal-conservadores del FDP (Partido Democrático Libre, por su sigla en alemán), la unión entre poscomunistas y socialdemócratas de Die Linke (La Izquierda) y los ecoliberales de Los Verdes. Será, por tanto, el Parlamento federal más fragmentado de la historia de la República Federal. Ello tendrá una consecuencia hasta ahora desconocida para el país más rico y poderoso de la Unión Europea: inestabilidad política.

En una Europa acuciada por crisis económicas, de deuda, políticas e institucionales, Alemania había hecho gala durante la última década de ser un “oasis de estabilidad”, con gobiernos fuertes y capaces de sacar adelante reformas y programas políticos sólidos. Ahora, sin embargo, la previsible fragmentación parlamentaria supondrá una mayor dificultad para formar coaliciones de gobierno y también gobiernos más inestables y susceptibles de no poder completar legislaturas.

Con la media de todas las encuestas de intención de voto encima de la mesa, Alemania tendrá dos posibilidades para formar gobierno: una nueva reedición de la Gran Coalición (CDU-CSU y SPD) o un inédito tripartito conformado por los conservadores de Merkel, los liberales del FDP y Los Verdes. Una coalición que fuentes del partido ecoliberal consideran poco probable por las “enormes diferencias programáticas”. Así las cosas, el país parece abocado a reeditar por tercera vez en 12 años una Gran Coalición que, como apuntado, banaliza el debate político y alimenta la ultraderecha de AfD. Paradójicamente, la forma de gobierno que ofrece una mayor estabilidad institucional es, al mismo tiempo, la que más fomenta las posiciones ultraderechistas antiestablishment y antielitistas. Una pescadilla política que se muerde la cola.

La era “pos Merkel”

Tras tres períodos al frente del gobierno, la figura de la canciller alemana llega claramente desgastada a su más que probable cuarto y último mandato. Pese a seguir siendo una figura indiscutible en su partido y toda una referencia alemana y europea, su popularidad ha sufrido un desgaste innegable a causa de una serie de decisiones fuertemente impopulares entre una parte nada despreciable del electorado alemán: la apertura de las fronteras para un millón de refugiados y los paquetes de créditos para la endeudada Grecia, por poner dos claros ejemplos.

Estas elecciones no deben resolver quién será el próximo canciller, pero sí establecer cómo queda conformado un tablero político que genera más incertidumbres que certezas. Más aun, teniendo en cuenta que al día de hoy es impensable que Merkel vaya a presentar su candidatura a un quinto mandato. Le quedan muy probablemente tan sólo cuatro años al frente de Alemania, antes de retirarse de la vida política. El vacío que dejará su ausencia, imposible de llenar y con un panorama en el que ninguna líder parece estar a la altura de tomar el testigo, genera un vértigo político alimentado, además, por el retorno de la ultraderecha al Bundestag.

Andreu Jerez, desde Berlín