Entre tanta alarma por su más que probable triunfo electoral de mañana, está pasando desapercibida el arma más terrible de Jair Bolsonaro, que puede merecer el nombre de la que Stanley Kubrick supo llamar en Dr. Insólito “El arma del Juicio Final”. Es sencilla, y por eso claramente terrible. Hay fuertes presiones para usarla, y los asesinos del medioambiente (pues de eso se trata) vienen avanzando desde 1970, y ahora preparan un salto cualitativo. Bastan tres palabras para nombrarla: destrucción del Amazonas; el apocalipsis estrena nombre.
Bolsonaro no sólo anunció que cerrará (sí, bajará la cortina) el Ministerio de Medio Ambiente y el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y de los Recursos Naturales ‒por lo tanto no habrá monitoreo oficial de deforestación y degradación ambiental‒, sino también que disolverá el Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad ‒encargado de imponer multas tan difíciles de cobrar ante violaciones al código medioambiental‒. Y como se sabe, restricción cuya falta no se pena, no restringe.
A Bolsonaro le bastaría en verdad con hacerse el distraído, dadas las fuertes presiones en pie hacia la deforestación, para que se acelere el avance depredador sobre una de las siete maravillas naturales del mundo que es el Amazonas; sobre el pulmón no sólo de este subcontinente, sino de los cinco continentes; sobre el albergue de la mayor biodiversidad del globo; sobre miles de especies vegetales y animales sin clasificar aún; sobre el hábitat de unos 145 pueblos indígenas, de los que sólo 80 han sido estudiados.
Pero con Bolsonaro no sólo se levantan restricciones, sino que su inminente ministro de Agricultura Luiz Antônio Nabhan Garcia ya anunció que fusionará su cartera con la de Medio Ambiente (de hecho, disolviéndola) y que promoverá la actividad agroganadera y forestal en los 4.777.000 kilómetros cuadrados que quedan de la Amazonia brasileña. Su contrincante Fernando Haddad fue terminante: la elección de su rival “será el comienzo del fin de la Amazonia”.
Los hechos: Nabhan Garcia quiere anular el Ministerio de Medio Ambiente. Lo hace defendiendo la fusión para dar prioridad a la explotación de la selva, en muchas zonas, selva virgen, “para acabar con lo que calificó de ‘mezcla ideológica’ en la cuestión ambiental”.
“Se creó una fantasía, una leyenda, que difunde que en Brasil quien degrada el medio ambiente es el productor rural y es todo lo contrario”, afirma quien será ministro, presidente de la Unión Democrática Ruralista y consejero de Bolsonaro en el tema. Tanto él como su presidente defienden la salida brasileña del Acuerdo de París.
Como se sabe, el acuerdo se dio en el marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que establece medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero por medio de la mitigación, adaptación y resiliencia de los ecosistemas a efectos del calentamiento global. El acuerdo fue negociado durante la XXI Conferencia sobre Cambio Climático por los 195 países miembros, adoptado el 12 de diciembre de 2015 y abierto para su firma el 22 de abril de 2016, en celebración del Día de la Tierra. Estados Unidos ya renunció y, al parecer, su presidente Donald Trump le ilumina el camino a Bolsonaro (este último también anunció su intención de mudar la sede de su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, igual que Trump, aunque esto puede traerle serios problemas políticos y comerciales con el resto de Medio Oriente, previsiblemente más dolorosos que para Estados Unidos). El adiós brasileño al acuerdo climático parece un hecho, en tanto Nabhan Garcia declara que “se ha creado mucha leyenda sobre el calentamiento global”.
Ministro y productor, tierra y agua
El ministro por designar no es sólo un idealista. Nabhan García es dueño de propiedades en Mato Grosso donde cultiva soja, maíz y algodón, y en Mato Grosso do Sul, donde explota eucaliptos y ganadería. Su idea y la de la campaña de Bolsonaro es unir agricultura, ambiente y la reforma agraria en la misma cartera; la segunda se disuelve de hecho y esta última tiene un particular condicionamiento antes de sentarse siquiera a la mesa: no habrá diálogo alguno sobre reforma agraria con los que piden tierra para trabajar, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra.
También avanzará el nuevo gobierno sobre tierras y aguas, prometió, expandiendo plantas nucleares e hidroeléctricas en la Amazonia brasileña, descartando de plano las objeciones medioambientales que hoy se le hacen a esos planes. El asesor y futuro ejecutivo del gobierno Oswaldo Ferreira –uno de los varios generales retirados que asesoran a Bolsonaro— prometió también que se completará la construcción de Angra 3, la planta nuclear en la costa entre San Pablo y Río de Janeiro, en la playa Itaorna, que en guaraní significa “piedra podrida”, por los constantes deslizamientos de tierra que se producen allí. Hoy, estudios avalan su emplazamiento allí pese a los siglos de experiencia en materia de inestabilidad del suelo.
El general Ferreira también anunció que se completará la gran represa hidroeléctrica de Belo Monte, sobre el río Xingú, tributario del Amazonas. Las conexiones eléctricas desde la planta nuclear a nuevos emprendimientos en la Amazonia y el desplazamiento de un número no establecido de comunidades indígenas para la construcción de la represa serán, prometió Ferreira, el inicio de un vasto plan de aprovechamiento capitalista de las potencialidades que ofrece el medioambiente. Para empezar, esto implica que se reactualizarán planes de la época dictatorial (1964-1985) para construir más represas.
De los 8,51 millones de km² que abarca Brasil, la selva amazónica ocupa actualmente 4.777.000 km², 56%; el resto de la Amazonía está fundamentalmente en Perú –782.000 km²– y partes menores en Colombia, Venezuela, Ecuador y las tres Guyanas. La brasileña era más extensa, pero particularmente a partir de 1970, con el alza del precio de las materias primas, se empezó a deforestar sistemáticamente, con controles débiles o nulos y multas que rara vez se pagaban. Tomando 1970 como valor 100, para 1990 se había perdido 9,6% de la selva, para 2000, 14% y para 2017, 19,1%. En definitiva, desde 1970 se perdieron 786.935 km² de bosque, equivalente a la suma de Bélgica y Francia, o a 4,5 veces la superficie de Uruguay.
La ganadería es responsable, se estima, del 70% de la deforestación ocurrida, y el habilitar tierra para el cultivo de soja es responsable de buena parte del resto, según un informe de Greenpeace que está disponible en la web, “Devorando Amazonía”. La apertura de rutas para los emprendimientos, la construcción de represas y también la extracción de riquezas naturales, como la madera noble, bauxita, oro, hierro, manganeso, níquel, fosfatos, estaño, uranio, petróleo y minerales raros, fueron comiendo la selva, hábitat del 20% de las especies de aves del mundo, de incontables insectos sin clasificar todavía, de plantas de propiedades curativas que son codiciadas por los laboratorios y necesitadas por la humanidad.
El destino del mayor bosque del mundo
Este auténtico pulmón del mundo hoy está bajo la amenaza de planes reales para exterminarlo en el altar de las ganancias inmediatas y monetizables. La imagen despiadada y brutal del capitalismo sin freno que consignaba la literatura británica reflejando los comienzos de la revolución industrial, hoy encontrará su reproducción cabal en el futuro inmediato. Así lo espeja la preocupación de la publicación paradigmática del liberalismo, The Economist: “La elección presidencial del Brasil no sólo conformará el destino del mayor país de América Latina. También es un referéndum sobre el destino del mayor bosque tropical del mundo, también conocido como ‘el pulmón de la tierra’”.
The Economist recuerda que para Bolsonaro la política medioambiental brasileña (aun con sus grandes limitaciones, cabe agregar) “está sofocando al país”. Recuerda también que Bolsonaro ha prometido “liderar el poderoso sector agroproductor del país, que quiere lograr más tierras de los bosques para producir la carne y la soja que el mundo demanda”. La revista reafirma su línea editorial como liberal, en apoyo de la libertad económica, el libre comercio, la globalización, la inmigración y el liberalismo cultural, y se autodefine como “un producto del liberalismo de Adam Smith y David Hume”. Está opinando sobre una política cuyos orígenes comparte. Pero como tiene una visión global, recuerda que la selva amazónica es necesaria, por ser “un gigantesco resumidero para las emisiones de dióxido de carbono que produce el mundo”. A mediano plazo, no es funcional destruirla.
Así las cosas, no son arrebatos sino razones de fondo lo que llevan a The Economist a criticar que Bolsonaro no delimite espacios de selva virgen “para brasileños nativos que han vivido en el Amazonas por siglos” y que prometa que “no habrá un centímetro cuadrado delimitado como reserva indígena”. Para mayor claridad sobre sus propósitos, Bolsonaro afirmó que “donde hay territorio indígena, hay riquezas bajo él”.
La promesa de esta política a aplicar de inmediato no sólo anulará las multas por violaciones al actual Código de Tierras, que ya de por sí se pagan sólo como excepción, sino que “sin duda hará que Brasil pierda su liderazgo en la agenda global y se transforme en un gran obstáculo para los esfuerzos globales para combatir el calentamiento global”, afirmó Carlos Rittl, del Observatorio Climatológico, que compila las posiciones de los sucesivos poderes ejecutivos en política medioambiental.
Las deforestaciones durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores abarcaron 208.000 km² (lo que significó una caída de la tendencia de deforestación), “y se desarrollaron enormes proyectos de infraestructura con devastadores efectos medioambientales, como la represa de Belo Monte, por ejemplo”, afirma The Economist. También cita un estudio que establece que, en los tres primeros lustros del siglo, la conversión de tierras a la ganadería y a la agricultura son responsables de la cuarta parte de la deforestación que tuvo lugar en el mundo. La intensificación de la deforestación en Brasil entre agosto de 2015 (cuando asumió Michel Temer) y julio 2016 muestra un alza sin precedentes, que alcanzó 7.800 km² en 12 meses.
Sólo el talado de árboles creó, hasta la fecha, severas emisiones, recuerda The Economist. Cita una investigación de Global Forest Watch que define que las emisiones de carbón de la pérdida de cobertura forestal en países tropicales entre 2015 y 2017 fue de 4,8 gigatones ‒un gigaton equivale a mil millones de toneladas‒. Ese monóxido de carbono es el que sale por los caños de escape de 85 millones de autos en toda su vida útil. La información no precisa los años de vida útil fijados para la estimación. Lo cierto es que afirma que, de continuar esta tasa de pérdida de masa forestal, será imposible cumplir con las metas del Acuerdo de París.
Brasil es el sexto emisor mundial de gases de invernadero, a buena distancia de los dos primeros, China y Estados Unidos. Los efectos climáticos que tendrá esta violenta aceleración prometida de la deforestación amazónica sobre la región no fueron evaluados, pero sin duda pasarán a ser un tema de gran actualidad en lo que resta del año.
Sí es previsible que aumentará la acidificación del agua, afectando así el consumo humano, los cultivos y el pastoreo. El ciclo hidrológico es responsable del mantenimiento del agua en la tierra en sus tres estados ‒sólido, líquido y gaseoso‒ a lo largo de las eras geológicas. Se refiere al continuo intercambio de agua dentro de la hidrósfera. Por esta razón, se dice que el agua es un recurso natural renovable y en escala de tiempo humana, inagotable. Entre las acciones humanas que alteran la dinámica del ciclo, es posible la construcción de irrigación artificial y canales de alimentación que cambian la dinámica de la evaporación, escurrimiento e infiltración. La emisión de contaminantes que alteran la dinámica del clima, con su efecto invernadero, compromete no sólo la calidad sino también la cantidad de agua disponible para consumo humano. En resumen, una nueva era ecológica está por comenzar.