Un empresario cultural libidinoso y mano larga que mercaba trascendidos de posibles premiados con el Nobel de Literatura a las editoriales; la presa política más famosa del mundo que sólo pudo recoger su Nobel de la Paz un cuarto de siglo después, cuando salió de arresto domiciliario y hoy es reponsabilizada por sistemáticas violaciones a los derechos humanos y la persecución a un pueblo en la diáspora. El Nobel, el mejor instrumento de las relaciones públicas internacionales, se ha convertido en un lodazal del que sólo podría sacarlo una vacuna que cure el cáncer.

Bueno, en eso están, y así y todo, el premio Nobel de Medicina se concretó en un descubrimiento fenomenal gracias a que fue contra la corriente del establishment científico: su investigación está en una vía muerta, les dijeron a James Allison, de la Universidad de Texas, y a Tasuku Honjo, de la Universidad de Kioto, ya en 1991, sin preverle futuro posible. Ese mismo año le dieron el Nobel de la Paz a Aung San Suu Kyi, también sin prever que le bastarían dos años y medio en libertad y a cargo del gobierno de Myanmar para avalar la represión de la minoría musulmana de los rohinyás, en una sangrienta diáspora de Bangladesh.

Esta debe ser de las temporadas más movidas del Premio Nobel, si no la más, en sus 121 años de historia. No habrá premio Nobel de literatura este año, pero eso ya se veía venir: demasiado escándalo. Que se agrega al oprobio de aquel Nobel de la Paz mal dado; pero ¿quién se hubiera imaginado a la presa –o al preso– político más famoso del mundo violando sistemáticamente derechos humanos? Es una invitación al cinismo.

El calor de la indignación del #MeToo había alcanzado en noviembre pasado las páginas del importante diario sueco Dagens Nyheter, y desde entonces ha seguido levantando temperatura, cada vez con más detalles de las tropelías de Jean-Claude Arnault (72). La Academia Sueca, panel de escritores y académicos con 232 años de tradición que decide el Nobel de Literatura, tomó la dramática decisión de cancelarlo. El año que viene dará dos, prometió, pero eso no lava las culpas. Sólo una vez se saltearon de darlo, en 1949, pero al año siguiente se lo dieron a William Faulkner: “El hombre no sólo habrá de resistir, sino también prevalecer”, supo decir el sureño en su discurso. Y también se burló un poco del origen de los dineros: “En cuanto a su aspecto monetario, no será difícil dar con un destino equiparable con el propósito y trascendencia de su origen”. Entre los muchos inventos de Alfred Nobel (355 patentes registradas) está la dinamita, que aplicaba en la fábrica de armamentos que compró, Bofors.

Cuenta la historia –pero razón tiene—que, en 1888, Alfred Nobel leyó su propio obituario, titulado “el mercader de la muerte ha muerto”. Sucedió que ya entonces trabajaba el duende de las imprentas, y el fallecido era su hermano Ludvig. Decidió Alfred, en consecuencia, cambiar su imagen pública instaurando cinco premios Nobel en base al legado de su fortuna de 33 millones de coronas, administradas y acrecentadas por una fundación, al otorgamiento de cinco premios anuales –Literatura, Física, Quimica, Medicina y Paz–; el de Economía fue sumado por el Banco Nacional de Suecia, y el de la Paz es entregado por Noruega, según decisión del propio Alfred.

Por qué es entregado en Oslo y elegido por cinco parlamentarios noruegos no se sabe, pero se atribuye la decisión de Don Alfredo a que Noruega, que fue dependencia de Dinamarca por casi tres siglos, pasó a depender del Reino de Suecia entre 1814 y 1905. Y los asuntos de política exterior eran decididos por el Parlamento sueco, restringiéndose el noruego a los de política interior. Y, por lo tanto, estaría menos sujeto a presiones internacionales a la hora de decidir.

El testamento de Nobel dice respecto de las calificaciones del premio: “[...] aquellos que durante el año precedente hayan trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y para la celebración o promoción de procesos de paz. El premio [...] para el defensor de la paz [será concedido] por un comité formado por cinco personas elegidas por el Storting noruego. Es mi expreso deseo que, al otorgar estos premios, no se tenga en consideración la nacionalidad de los candidatos, sino que sean los más merecedores los que reciban el premio, sean escandinavos o no”.

Otro cuento de la historia explica por qué Alfred Nobel no dedicó un premio a la Matemática, la ciencia de las ciencias en aquel momento, y es porque el marido de un amor suyo era matemático. La historia siempre tiene una parte en letra chica. Que no va en desmedro de la letra grande: a James Allison y Tasuku Honjo le dieron el Nobel de Medicina “por su descubrimiento en materia de terapia del cáncer por inhibición de la regulación inmune negativa”.

El hecho de que en raros casos ocurriera la remisión de un cáncer aparentemente terminal alimentó esperanzas de que era posible dotar al sistema inmunológico del cuerpo humano de manera que pudiera atacar malignidades. El sistema inmune es un entramado de células que defiende de parásitos y elementos patógenos. Sin embargo, los intentos por hacer que este sistema atacara también al cáncer en forma sistemática (se lo llamó inmunoterapia) no condujo a resultado alguno y para 1990 científicos y firmas habían abandonado esa vía de investigación.

Pero el doctor Allison fue de los pocos que no perdieron la esperanza. Estaba particularmente interesado en una proteína llamada CTLA-4, hallable en la superficie de una célula T, típica de los sistemas inmunes. Para 1994, su equipo descubrió que esa proteína frenaba la capacidad de las células T de responder al cáncer. En cambio, desarrollaba un anticuerpo que bloqueaba la proteína, previniendo su acción de bloqueo en las células T. Aunque no en cadena, esas células respondían a los tumores, atacándolos. En ratones, los tumores desaparecían si se les suministraba esos anticuerpos bloqueantes.

Pero tan grande era el cinismo entre los oncólogos sobre la inmunoterapia, dice una nota de The Economist, que sus colegas no manifestaron impresionarse por esos resultados “El cáncer fue ya curado en ratones sin que fuera trasladable el tratamiento a humanos”, decían.

Fue del otro lado del Pacífico de donde vino la buena nueva. El doctor Honjo estaba trabajando desde 1992 con una proteína distinta del sistema inmune. En 1999 demostró que esa proteína, PD-1, trabajaba de la misma manera que la CTLA-4. Cuando el código era apagado, el ratón desarrollaba una enfermedad autoinmune; señal de un sistema autoinmune hiperactivo. Nuevamente, reverdecían las esperanzas de encontrar una cura al bloquear la actividad de la proteína. La profunda convicción de Honjo convenció a una firma de biotecnología y en 2010 se abrió el cielo y Bristol-Myers Squibb dio a conocer resultados de tratamiento con anticuerpos anti CTLA-4 en pacientes con melanoma maligno. Estos fueron espectaculares. La medicina capaz de mejorar la supervivencia en esos casos era un hecho. Hoy, la investigación en inhibidores está floreciente y extendida. La inmunoterapia es el nuevo y productivo campo de investigación sobre el cáncer.

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