El presidente turco Recep Tayyip Erdoğan dio una clase magistral sobre cómo interactuar con el presidente Donald Trump.

“No puedo entender”, le dijo Erdoğan por teléfono, “por qué hay todavía 2.000 efectivos militares de Estados Unidos en Siria, armando y asesorando a fuerzas kurdas en su combate al Estado Islámico (EI), cuando el propio Trump anunció que habían derrotado a EI”. “El poderoso ejército turco”, agregó, “puede eliminar cualquier remanente de fuerzas del EI”. “¿Sabe qué? Son suyos; me voy”, contestó Trump.

Así lo contó The New Yorker hace tres viernes: Turquía logró, tras varios años, que Estados Unidos dejara de apoyar a sus enemigos kurdos, y Erdoğan fue vivado como el presidente que logró el apoyo a sus planes de la superpotencia.

La frivolidad de la anécdota, el tuit del presidente en el que dio la noticia de la retirada estadounidense de Siria y luego de la mitad de los 14.000 efectivos que le quedan en Afganistán, aún con la pobreza conceptual a que ese lenguaje obliga, no impidieron ya cambios no sólo cuantitativos sino marcadamente cualitativos en la situación. Se produjo una ruptura del sistema de alianzas: al menos una fisura con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán, cuyos integrantes apoyan a Estados Unidos por ser el país agredido en setiembre 2001. En Medio Oriente, la retirada estadounidense le deja el espacio libre a Rusia para la recomposición del régimen sirio de Bashar Al Assad y su estratégico uso del puerto de aguas profundas para sus submarinos en el Mediterráneo, y genera también una crisis en sus propios aliados, que ahora deben reordenar sus prioridades y estrategias; esto sumado al beneplácito público de Turquía, Rusia, Irán y la propia Siria, además de la expectativa de China por un cese de presión desde Taiwan y de control sobre sus movimientos expansionistas en el Mar del Sur de China por la Armada estadounidense, cuestión que el secretario de Defensa Jim Mattis conservaba siempre bajo el horizonte.

Está el temor ahora fundado de que Donald Trump haga realidad sus afirmaciones de campaña electoral y disminuya sustancialmente su participación dentro de la OTAN, el retiro de efectivos de los mares y asentamientos militares en Corea del Sur y Japón, y más. “¿Quién persuadirá ahora a Donald Trump de no retirarse de la OTAN?”, fue la pregunta retórica del ex embajador de Estados Unidos en Israel Daniel B Shapiro. La posibilidad da miedo, pues ya no es más teórica. Todo lo cual plantea un cambio cualitativo en el papel que Estados Unidos está dispuesto a jugar en el mundo.

La renuncia del secretario de Defensa Jim Mattis fue la consecuencia inmediata del retiro de Siria ya al día siguiente del tuit del miércoles 19, y con ello el dramático cambio producido empezó a mostrar su relieve. Tuvo efectos muy distintos al relevo de los anteriores tres generales: los ex asesores de Seguridad Michael Flynn (hoy colaborador calificado del investigador Robert Mueller y con una condena aparentemente por traición a la patria a pronunciarse el 28 de febrero) y HR McMaster y el jefe de la Casa Blanca John Kelly.

Mattis, el último de los cuatro generales que ocuparon cargos en el gobierno de Trump, se preparó toda su vida para la guerra hasta alcanzar las cuatro estrellas, mientras alimentó sistemáticamente las alianzas necesarias para la prevención del conflicto. Ahora, tres cuartos de siglo de pax americana, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial sin guerras que comprometieran a la superpotencia en su existencia, llegan a su fin y se abre un panorama que desagrada, irrita, infunde temor y obliga a cambios en su estrategia hacia los conflictos a Francia, que ya los anunció, pero también al resto de los países europeos y asiáticos que eran aliados íntimos de Estados Unidos y ahora tienen que redefinir sus relaciones, pasando a depender más de sí mismos que del grupo; un cambio conceptual de fondo.

Medios estadounidenses dan noticia de que las fuentes de Inteligencia de ese país se muestran francamente frustradas. “Somos bastante más de 100.000 personas inteligentes y talentosas tratando de describir la realidad para un presidente que no se interesa en ella”, dijeron, tal como Trump no se interesó en su momento por la responsabilidad de Arabia Saudita en el asesinato del periodista Jamal Kashoggi. Poner a las fuerzas remanentes de EI ―unos 30.000 efectivos― a cargo de Turquía tendrá un significado de negligencia para Washington si Estados Unidos vuelve a sufrir un atentado. Después de todo, EI ya demostró no necesitar territorio para desarrollar iniciativas terroristas.

La ruptura de la alianza con los kurdos, dejándolos a merced de sus enemigos turcos, significa un daño a muy largo plazo a la credibilidad de Estados Unidos en Medio Oriente. Los kurdos han tenido 968 muertos sólo en 2017 y ahora quedan a merced de las aspiraciones de Turquía, en una batalla literalmente por su vida y la identidad de su pueblo.

En Afganistán, escenario en el que en 2017 Trump anunciaba una nueva estrategia determinada por las condiciones del terreno y hace tres meses el diplomático en jefe de Estados Unidos en Kabul, Zalmar Khalilzad, afirmaba que se quedarían para forzar una paz negociada, restarán (y por ahora) la mitad de las tropas, junto a militares afganos que se sienten traicionados. A este aire de traición que se respira se agrega, señala The New York Times, el franco temor a un caos generalizado. Según The Washington Post, la historia se repetirá en Afganistán: tal como Estados Unidos esperó a que se completara la retirada rusa para entrar, ahora los talibanes esperarán el retiro estadounidense para dominar el país.

El costo de las guerras que viene dando Estados Unidos a partir del 11 de setiembre de 2001 en Afganistán, Iraq y Pakistán está estimado en aproximadamente seis billones de dólares, pero a cambio, ha financiado su propia industria armamentística y ha abierto mercado para su producción. Sólo un razonamiento simplista como el que Trump dirige a un sector de sus votantes coloca esta inversión en la columna del déficit.

Coincidencias

Los aliados de Estados Unidos convergen espontáneamente en un diagnóstico muy negativo de la situación emergente.

Es relevante el análisis que hace el estadounidense Robert Kagan, un ensayista conservador con libros clásicos sobre la influencia mundial de su país: la entrante “puede ser una era más destructiva del orden mundial que la de la década del 30 del siglo XX. Entonces, al menos Gran Bretaña y Francia eran responsables de mantener parte del orden. Ahora, nosotros somos el poder mundial y lo estamos socavando. Cuando yo decía que Trump está destruyendo la OTAN, se me replicaba ‘al menos, allí está Mattis’, que era un marino espartano ayudando a rescatar a Estados Unidos de un empresario libertino e ignorante deliberado”.

Para el ex comandante de OTAN, el almirante James Stavridis, la retirada de Siria “es la peor decisión geopolítica de esta administración”. Y en su discurso de despedida del Senado, el republicano Jeff Flake señaló: “No son tiempos normales. Las amenazas a nuestra democracia desde dentro y fuera son reales”.

El día del tuit presidencial sobre Siria, el ex primer ministro sueco y acendrado conservador Carl Bildt retuiteó: “Una mañana de alarma en Europa. Mattis es el último lazo fuerte a través del Atlántico, ya que los demás son frágiles o están rotos”. Al día siguiente, Mattis presentaba su renuncia.

Desde Francia, expertos en Defensa como François Hersbourg calificaron a Trump como “un presidente en franca oposición a sus estructuras militares y de inteligencia”. Por su parte, el ministro de Defensa francés Florence Parly hizo constar que el retiro de Estados Unidos de Siria “cambia profundamente la situación. El EI no está derrotado, y el trabajo de hacerlo debe ser terminado”. El propio presidente francés Emanuel Macron hizo pública su crítica: “Un aliado debe ser confiable. Quiero tributar honores al general Mattis , que por años ha sido un socio confiable”.

En el plano interno, los cambios estratégicos en materia internacional, tienen el efecto de disminuir la base de sustentación de Trump en su propia fuerza política y facilitarle el camino a la pléyade de investigaciones a las que está sometida su administración y posiblemente él mismo, aunque esto último no está establecido. El Partido Republicano, registra The New York Times, ve en peligro la frágil coalición republicana, exacerbando el temor de lo que pueda pasarle a la presidencia de Trump y a sus propias perspectivas electorales en 2020. El respaldo republicano a su presidente es cada vez menor.

Y también consignó, el 21 de diciembre: “Aplacando a la extrema derecha con inmigración, abrazando sus instintos en política exterior y desconcertando a los inversionistas con sus guerras comerciales y volteretas políticas, Trump fortalece a elementos nativistas y no intervencionistas de su partido. Al hacerlo, aliena profundamente lazos más relevantes con la fuerza central del gobierno republicano, y con los halcones de la seguridad y los ejecutivos conservadores de negocios, que conforman desde hace mucho el pilar de la derecha en el país”.

Hoy el reemplazante de Mattis es quien fue su subsecretario, Patrick Shanahan, ex ejecutivo de Boeing y sin reparos que hacerle a la política exterior de su presidente. Es posible que vuelva a habilitar la tortura en los interrogatorios, tal cual dijo querer Trump durante la campaña electoral de 2016. Si hoy no está en aplicación el submarino y otros recursos de la tortura es porque Mattis los consideraba no sólo violatorios de los derechos humanos, sino inútiles desde el punto de vista operativo. “Yo logro más con una cerveza y un paquete de cigarrillos”, fue su respuesta sistemática a Trump cada vez que el presidente insistía con el tema.

Ahora ya no está para darla.