La carrera para la elección presidencial brasileña comenzó esta semana con la inscripción de 13 candidatos, y el más importante de ellos, encarcelado. La prisión del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, favorito en todos los sondeos, anuncia el proceso electoral más difícil desde el retorno del país a la democracia, con su primera elección en 1990, que sería también el estreno del viejo líder de la izquierda sudamericana en la disputa al cargo máximo del país.

Presidente del país entre enero de 2003 y enero de 2011, Lula es el único político brasileño que disputó o fue clave en todos los procesos electorales a la presidencia, y no ha dejado de serlo, incluso cuando está preso desde abril por una condena grave de 12 años, en segunda instancia, por corrupción. Las acusaciones que lo envuelven en los escándalos de la Operación Lava Jato han manchado y sembrado la desilusión de los electores sobre políticos de todos los partidos, pero han golpeado especialmente al Partido de los Trabajadores (PT).

Sin su principal líder, favorito en encuestas con 31% de los votos, el PT ha emprendido una dura campaña legal dentro y fuera del país para conseguir que su líder llegue a las urnas, lo que a poco más de un mes del pleito parece casi imposible. Una carta del Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en Ginebra, que les recomienda a las autoridades la candidatura de Lula, es la nueva apuesta de los petistas, que apelarán con ella ante el Tribunal Superior Electoral (TSE) y a la Corte Suprema para levantar su inelegibilidad.

“No desistiremos de tener a Lula como candidato”, declara la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann, que expresa que el proceso posee “violencia jurídica” y asegura que su partido hará de todo para llevar la foto de Lula a las urnas e incluso a la propaganda electoral gratuita en cadena de televisión y radio.

Es así que se perfila la elección más incierta de Brasil, con muchos electores indecisos, con otros que aguardan la confirmación de si votarán por Lula o por su vice, el ex alcalde de San Pablo, Fernando Haddad, un carismático filósofo de 55 años que fue siempre la apuesta del ex presidente en la renovación del partido, lejos de escándalos.

En una segunda vuelta, sin Lula

Sin Lula, el segundo con posibilidades de llegar a la sede del Palacio del Planalto, en Brasilia, es el ex capitán del Ejército Jair Bolsonaro, postulante del Partido Social Liberal (PSL), símbolo de un elector conservador y anti PT, que ha crecido a pasos largos sobre un fermento de desilusión, y que en poco más de un mes ha llegado a 24%.

Una encuesta encomendada por XP Investimentos, una corredora de bolsa asociada al gigante financiero local Itaú Unibanco, confirmó este fin de semana el liderazgo de Bolsonaro, pero a su vez mostró el posible techo de este militar, que también tiene un altísimo índice de rechazo entre los brasileños.

La sorpresa de esta, la última encuesta difundida en Brasil, ha sido la fuerte subida de Haddad, de 5%, tras ser declarado vicepresidente de Lula, y potencial candidato a sustituirlo, a un sorprendente 15%, que confirma la fuerte transferencia de votos del viejo metalúrgico y ex sindicalista, al que sus rivales critican por ser capaz de elegir hasta “un poste” de luz.

“Es posible que lleguemos a una segunda vuelta entre el PT y el PSDB [Partido de la Social Democracia Brasileña]”, vaticina el politólogo Humberto Dantas, sobre una tradición que desde 1994, con la elección del sociólogo socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, ha llegado a los ballotages con los dos partidos bajo la participación o la influencia de esos dos importantes líderes sudamericanos, que durante la dictadura estuvieron del mismo lado y hoy encabezan la principal rivalidad política, lejos de un pelotón de más de 20 partidos.

El candidato de Cardoso, el médico anestesista Geraldo Alckmin, que ha gobernado por más de dos décadas el ahora conservador estado de San Pablo, representa al PSDB, y pese a aparecer con sólo 9%, empatado técnicamente con otros cuatro posibles contrincantes a la segunda vuelta, tiene la ventaja de haber reunido un pool de partidos de centro, el mismo que derribó del gobierno en 2016 al PT y a la ex presidenta Dilma Rousseff.

La alianza de Alckmin representa la misma base del impopular presidente Michel Temer –el ex vicepresidente que asumió el puesto con la destitución de la antes aliada Rousseff–, y suma el mayor tiempo de campaña electoral gratuita de radio y televisión. Ese triunfo le dará a Alckmin una gran visibilidad apenas comiencen las propagandas, la próxima semana. Esa unión de partidos de centro-derecha, que los políticos locales llaman de “centrón”, tiene una fuerte red de articulaciones por el país, considerada vital para llegar a los rincones de un país gigante.

Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), por su parte, dirige el partido que ha sido clave desde la redemocratización y el fiel de la balanza de todos los gobiernos desde entonces, tanto al lado del PSDB como del PT. Es uno de los grupos que más elige congresistas y de los más involucrados en los graves casos de corrupción que también enredaron al PT y al PSDB.

El candidato oficial de Temer, con todo, es su ex ministro de Economía, Henrique Meirelles, que también fue presidente del Banco Central de los gobiernos de Lula, lo que no lo ha ayudado a mejorar su desempeño en los sondeos, frenado en 1%.

Sin perspectivas, Temer, que tampoco es capaz de transferir votos, apoya con discreción a Alckmin, el ex gobernador paulista –que ya perdió una elección frente a Lula–, un católico devoto, de poco carisma, apoyado en lo que él presenta como una buena gestión en San Pablo. Sufre, sin embargo, con los escándalos de corrupción que lo han salpicado y la desilusión de los electores, que su partido también representa con líderes venidos a menos, como el ex presidenciable Aécio Neves, el mismo que casi ganó la última elección frente a Rousseff, pero más tarde se hundió hasta el cuello con reveladores audios que lo dejaron muy mal parado.

Neves, nieto y heredero político de Tancredo Neves, uno de los héroes de la redemocratización brasileña, es uno de los símbolos más fuertes de la corrupción, protegido por un cargo de senador y en busca de un puesto inferior en el Congreso que lo mantenga alejado de la cárcel. Representa para los electores lo peor de la política brasileña, lo que tiene un peso gigantesco sobre Alckmin.

Otros candidatos importantes, con alguna chance, son la ambientalista y ex ministra de Lula, Marina Silva. A los 60 años, disputando su tercera elección, la candidata que quedó en tercer puesto en las campañas anteriores da señales de que puede repetir ese desempeño, por ahora entre 9% y 11%, y llegando a la recta final con 20% de los votos.

Buscando un espacio entre quienes buscan nuevas alternativas, Marina sufre un fuerte rechazo de sus viejos compañeros petistas y de electores que la cuestionan por ser evangelista, pese a ser una de las pocas que sostienen la defensa de un estado laico.

En sectores más humildes y en el norte del país, donde debe concentrar su campaña, la ambientalista heredera de Chico Mendes, que fue cauchera, empleada doméstica y se alfabetizó a los 17 años, busca una identificación con los electores que pueden asociarla a la versión femenina de Lula. De eso puede depender que pase la barrera de la segunda vuelta.

Otro nombre interesante también está vinculado a Lula: un ex ministro de Integración Nacional, Ciro Gomes. El abogado de 60 años, uno de los favoritos de los electores de izquierda desanimados con el PT, apuesta a los electores de centro e incluso de derecha, con una biografía en la que incluye estudios en Harvard y su participación como ministro de Economía en el Plan Real, el programa económico lanzado en 1994 que le puso punto final a la hiperinflación y estabilizó la economía después de décadas de dictadura militar.

Gomes, que parecía crecer ante la potencial candidatura de Haddad, se estancó en 7%, golpeado por la estrategia diseñada por Lula, con el candidato de su partido, que asumiría en el caso de que se mantenga inelegible, lo que el ex aliado del PT ha denunciado como una traición.

En una estrategia que los petistas han apodado como “verdadero triplex” –en alusión al apartamento de tres pisos en la playa de Guarujá por el que ha sido condenado y que su defensa dice que nunca fue suyo–, Lula se mantuvo a la cabeza de una fórmula con Haddad como vice, cerrando además una alianza con el Partido Comunista de Brasil, que contaría con la joven feminista Manuela D’Ávila. El partido apuesta, en caso de que se agoten todas las instancias legales a favor de Lula, en la imagen fresca y juvenil de este dúo de izquierdistas, para volver a ganar la elección.

El anticlímax en una elección polarizada

Fuera del ambiente que gira alrededor de Lula como la principal influencia de esta elección, con candidatos conectados a su trayectoria, como sus electos Haddad y Manuela, o sus ex aliados, Ciro Gomes, Marina Silva y el banquero Henrique Meirelles, quien se opone a él trata de distinguirse de la figura más polémica y peligrosa de este pleito.

El ex militar mano dura que aspira a convertirse en candidato a “Trump” brasileño, como una especie de anticlímax en confrontación con los políticos tradicionales, no es propiamente una novedad en la administración pública. El diputado Jair Bolsonaro, un ícono conservador, se ha levantado como un favorito alimentándose de la desilusión con la política.

Bolsonaro, de 63 años, tiene una larga carrera política en el legislativo nacional y de Río de Janeiro, con una trayectoria considerada mediocre, tanto en sus años en el Ejército, de donde fue expulsado por un caso de rebelión, como en el Congreso, donde no presentó ni aprobó proyectos importantes. Pese a presentarse como novedad y candidato anticorrupción, tiene a sus tres hijos en la política, también cargos legislativos y una serie de denuncias que lo implican en episodios sospechosos y antiéticos. Uno de ellos, surgido recientemente, lo acusa de tener empleados fantasmas que reciben sueldos pagados por su despacho en el Congreso.

Su campaña, fortalecida en redes sociales y por un ejército de propagadores de fake news que se autodenominan “robots de Bolsonaro”, ha crecido sobre la polémica fácil, que espanta a muchos, pero ha seducido a quienes lo valoran como un nacionalista de mano dura. Hasta hoy, su principal hazaña política fue su elección como el diputado más votado de Río de Janeiro en 2014.

Su discurso agresivo defiende torturadores y la dictadura militar (1964-1985); en uno de esos pasajes saltó incluso a la fama internacional, cuando en 2016 homenajeó al torturador de la ex presidenta Dilma Rousseff al votar en el proceso político que terminó con su destitución y la caída del PT después de 13 años.

En el Congreso se destacó más por insultar y ofender a colegas, como a la ex ministra de Derechos Humanos de Lula, María do Rosario, a quien le dijo frente a cámaras: “No te violo porque no te lo mereces”. Bolsonaro es también protagonista de otras declaraciones grotescas, en general machistas, homófobas y racistas, que incluyen frases como “Negros no pueden procrear”, “Pinochet debería haber matado más gente” o “Prefiero que mi hijo muera en un accidente a que aparezca con un tipo con bigote”.

En su primer discurso oficial de candidato, Bolsonaro ofreció su candidatura como “una misión” y prometió “rescatar” a Brasil. “Necesitamos elegir a un hombre o a una mujer honesto, que tenga a Dios en su corazón y que sea patriota”.

Sus seguidores, que lo llaman “Mito”, defienden la liberación del porte de armas, consignas como “un bandido bueno es un bandido muerto” y otras que estimulan la violencia. Son sectores que se sienten amenazados por el crecimiento de los índices de violencia en grandes ciudades y en áreas rurales.

“Más que defender la vida de un ciudadano, el arma defiende la libertad de una nación”, dijo recientemente Bolsonaro, arrancando aplausos de una platea de empresarios de la industria de la caña de azúcar en San Pablo, prometiéndoles expandir la tenencia de armas de fuego y el derecho de legítima defensa.

Bolsonaro se ganó la simpatía de hacendados contrarios a las ocupaciones del Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), desde que les prometió fusiles para protegerse y defendió la masacre de 19 campesinos del MST en Eldorado dos Carajás en 1996, considerada una fecha histórica para los sin tierra. “Los que tienen que estar presos son los del MST. Canallas, vagabundos. Los policías reaccionaron para no morir”, declaró en Pará.

En una elección de desanimados y con fuertes indicios de abstención, algunos analistas apuestan que la mayoría de los partidos se unirían contra Bolsonaro en un balotaje, mientras otros temen que se elija en un sorprendente “efecto Trump”.

La estrategia jurídica de Lula

Según la joven ley Ficha Limpia, una iniciativa de la sociedad civil aprobada durante el gobierno del PT, candidatos condenados en segunda instancia, como es el caso de Lula, son automáticamente inelegibles.

La presidenta del PT, Gleisi Hoffmann, que es abogada y se ha convertido en la principal escudera y portavoz del líder sindical, ve salidas legales, entre ellas un caso similar en que un candidato a alcalde de Porecatu, en el estado de Paraná, fue electo encarcelado y liberado para ejercer su mandato. Sería, según ella, una jurisprudencia que puede valer en la defensa.

El equipo de abogados que lo defiende, uno de los más importantes de San Pablo, mostró en estas últimas horas mucha esperanza en la carta del Comité de Derechos Humanos de la ONU. Cristiano Zanin, líder de la defensa, informó que la decisión de la ONU que pide a las autoridades la participación de Lula en la elección debe ser cumplida y no cuestionada por el Poder Judicial.

Según Zanin, existen antecedentes de que la Fiscalía General de la República ya reconoció en el pasado frente a la Corte Suprema la legitimidad de tratados internacionales. La actual fiscal, Raquel Dodge, sin embargo, no ha sido favorable a ninguna acción que le devuelva la libertad al ex presidente. La cancillería, por su parte, respondió que la carta era apenas una recomendación.

Zanin y Hoffmann corren contra el tiempo para obtener esas victorias, un plazo demasiado corto. Lula tendría que ganar esa batalla en menos de un mes, precisamente el 17 de setiembre, fecha límite para ser sustituido por su vicepresidente, Fernando Haddad. Preso o suelto, Lula sigue siendo la referencia y el principal nombre sobre el que gira la elección, que entra en primera vuelta el próximo 7 de octubre.