Luis Parodi dirige la Unidad 6 Punta de Rieles desde 2014. Arrancó su historia como educador en Francia, trabajando con bebés. Llegó a Uruguay después del exilio y trabajó en centros de protección hasta que en 1987 se vinculó a la labor con la infracción penal. Sin eufemismos, dice que ahí encontró su lugar en el mundo. Luego de un largo recorrido por el sistema penal adolescente, hoy dirige una cárcel de adultos.

Punta de Rieles intenta parecerse lo más posible al afuera. Allí habitan casi 600 varones que pueden circular libremente por las 38 hectáreas que comprende la cárcel. Los funcionarios son mayoritariamente civiles. Las personas privadas de libertad estudian o trabajan, y ahí funcionan más de 60 emprendimientos productivos. Hay un sistema de préstamos, los presos están incluidos financieramente, pueden agremiarse y pueden tener celular, entre otras cosas. Aunque le pese, Parodi es un hombre admirado dentro del sistema, y desde su responsabilidad se animó a desafiar las lógicas del castigo. En un encuentro en la cárcel que dirige dialogó con la diaria.

Si tuvieras que contarle a alguien que no tiene idea de qué es Punta de Rieles, ¿cómo lo harías?

Es un balcón en un sótano. Es estar de acuerdo con algunos valores ideológicos y ser consecuente con ellos. Es un lugar que se parece al afuera, donde se respetan los derechos. Hay una obsesión por el aprendizaje. Sostenemos dos principios básicos: no humillamos y no sometemos. Otro pilar es que el Estado tiene la responsabilidad ética de ofrecer a todos sus ciudadanos lo más posible. Lo que está en juego es la vida de esta gente, que son uruguayos que están jodidos. Tenemos que hacer que lo que hagan en la cárcel les sirva para algo. Ese algo tiene una intención: ‘que no jodan más’. Después ellos harán o no. Pero la institución tiene que saber lo que quiere con ellos; si yo no quiero que robes más, tengo que hacer algo para lograrlo.

¿Cuando llegaste te imaginabas que esto iba a ser así?

Te mentiría si te dijera que me imaginaba algo así. Se fue dando en una construcción entre ellos [las personas privadas de libertad] y nosotros. Ellos tienen un poder enorme en las cárceles, el tema es cómo lo ponemos al servicio de programas y proyectos. Cuando llegué sabía una cosa: hay que evitar el encierro. Lo interesante de la cárcel es que las cosas que se mueven hacen mover otras. Cuando empieza el movimiento uno intenta darle una dirección, pero es algo imparable. Y eso es lo que pasa acá. Las cosas pasan, avanzan. Cuando por alguna razón se trancan, hay una crisis. Esto es inimaginable, es algo que ha ido creciendo. Hasta hoy me sorprendo. Vengo todos los días a laburar y veo cosas nuevas que han hecho estos tipos. El ser humano puesto en condiciones humanas genera cosas increíbles. Sin más apoyo que las ganas, porque ellos tienen que resolver todo.

Una anécdota típica tuya es la de tu llegada y la cuestión de la barba.

Cuando asumimos citaron a todo el mundo. Veía que todos me miraban fascinados. Como uno a veces se la cree un poco, pensé: “Al fin se me dio”. Siempre que uno se la cree la realidad lo baja, por suerte. Lo que les fascinaba era que yo tenía barba y que acá estaba prohibida para todos (para policías, operadores y presos). Al otro día la gente estaba esperando para ver qué hacía con mi barba. Mi primer decreto, medio en broma, medio en serio, fue: se puede usar barba.

¿Por qué la cárcel intenta limitar el cuerpo así?

La lógica del castigo no tiene fin, puede llevar a cosas insólitas. Lo encierro pero golpea la puerta, entonces tengo que poner una puerta de goma para que no suene, y así sin parar. O salimos de la lógica del castigo o seguimos expuestos a continuar en una dinámica de control imparable. Hay una enorme confusión en el sistema. Hay una corriente “higiénica”, que sigue vigente en estas instituciones, con esa vieja moral en la que no importa lo que hagas sino cómo te veas. Tiene que ver con una concepción moral de qué es lo que está bien y lo que está mal. Ahí también hay una cuestión de castigo. La lógica del castigo no puede dejar a nadie afuera, por eso castiga a los presos y también a la gente que trabaja en el sistema. Si no se castiga se pone en riesgo el sistema. Y en esta cadena de jerarquías ya sabemos quién es el más débil. Hay que salir de la lógica del castigo. Hay que pensar en otras dimensiones. Porque en esta lógica castigás siempre. Podés ser un castigador más humano, pero sos un castigador al fin. El tema es cómo resolver los conflictos. La sociedad tiene dos problemas: el chorro y el que tortura, o sea la delincuencia y los que la cuidan. Encima al segundo le pagan.

¿Por qué apostar a un régimen abierto?

Que sea abierto tiene que ver con la circulación, que es otra obsesión de los sistemas. El juez a mí no me dice en cuántos centímetros tiene que estar un tipo acá adentro. Si lo pongo en una celda de dos por dos va a tener sólo eso para recorrer, ese va a ser su mundo. Acá tiene 38 hectáreas. Sigue estando preso, pero tiene circulación. Cuando llegué 30 personas iban al liceo y había un policía cada dos de esas personas. Si pensábamos en la posibilidad de que hubiera 200 estudiantes, tenías que pensar en tener 100 policías. No era viable; entonces, si vas a tener una orden que no se cumple, cambiala. Ese es un problema de estos sistemas: se dan un montón de órdenes que nadie cumple, y por eso la institucionalidad nunca es creíble. Promover la circulación también es necesario, porque si el tipo no puede atravesar una cuadra solo no se va a poder ir nunca más de la cana. Si no es capaz de andar una cuadra solo sin matarse, y si yo no soy capaz de organizar un sistema que le garantice esa cuadra, estamos en el horno.

No te gusta que se hable de “cárcel modelo”.

Esto no es un modelo. Esto es una propuesta de trabajo, querible y defendible para nosotros, y también mejorable y perfectible. Es una propuesta que tiene la honestidad de salir a la cancha a pelear. Con sus virtudes y sus defectos. Los modelos congelan, para ser “modelo” hay que cumplir con determinados clichés: medir 1.80, ser flaca. Lo de “modelo” está dicho en términos suicidas, porque, en definitiva, la modelo va a engordar y la van a echar, no va a poder cumplir para siempre con los cánones de belleza, tiene sus días contados.

¿Cuáles son las condiciones acá?

La condición básica es: “Cuchillos no”. Si te encuentro un cuchillo debajo de la almohada discutimos, pero no te echo. Ahora, si peleás con un cuchillo, te echo. Aunque eso también habría que pensarlo bien, es algo que hay que poner en duda. Ahora estamos discutiendo, son los líos en que siempre nos metemos por problematizar. La otra regla es: si tenés un tráfico importante de droga y yo no puedo hacer nada al respecto, también te echo. Pero intentemos siempre hacer algo antes.

Poniendo en duda la sanción para el que se le encuentra un cuchillo debajo de la almohada se está poniendo en juego el dar otras oportunidades. ¿Por qué?

Porque el cuchillo en la almohada puede significar muchas cosas: “Vengo llegando”, “tengo miedo”. Que se quede es darle la chance a la persona de que piense por qué tiene un cuchillo. Si muestra la mínima duda, se queda. Porque eso es lo que importa, que se ponga en juego por qué debe tener un cuchillo.

¿Por qué el sistema apuesta al castigo como única forma?

No sólo en las cárceles se ve el castigo como única solución. Esto viene de otras épocas, en las escuelas se creía que la letra entraba con sangre y por eso se les pegaba a los niños. Es algo que quedó. Tenemos que discutir qué aporta la sanción. Hay una cuestión ideológica ahí. La otra teoría que juega es que la gente es “hija del rigor”. Tener que sancionar para que aprendan habla muy mal de nosotros. Si algo te motiva andás mejor. Esa es la obsesión educativa, tratar de descubrir en cada uno de estos tipos qué es lo que les interesa. Todo lo demás es al pedo. Es un sacrificio para que haga algo que no quiere hacer. Y en eso gastamos gente, recursos. Otra cosa que anda en la vuelta es que las cárceles deben tener trabajo obligatorio. Se nota que el que dice eso nunca va a una cárcel. Va por otro lado, hay que convencer, no hay caminos cortos.

Adoptaron los emprendimientos productivos como sistema de trabajo.

Queremos tres cosas con eso: que [el preso] escriba en un cuaderno qué es lo que quiere hacer, que lo pueda hacer y, si hace guita con eso, mejor. Es simple: o logramos que esta gente tenga otro lugar para pelear la vida, o todo lo que hagamos es al pedo. Algunos agarran para estudiar, otros para trabajar. Si el empresario acá puede seguir siendo empresario, afuera va a tener otro lugar para pelear la vida. Ni siquiera es moral, es práctico. Si aprenden algo, mañana posiblemente tengan otro lugar para pelear la vida.

Por eso hay un sistema de préstamos para encarar estas cosas.

El banco tiene una misión educativa, presta plata para que aprendan a discutir y a pelear por lo que quieren. El único objetivo es ese. Este es el único banco del mundo que no tiene intereses, porque no nos interesa y si son deudores no pueden ir presos, porque ya están presos.

¿Cómo funciona?

De la ganancia hay 3% que va al Ministerio [del Interior], otro 3% va a las víctimas del delito y otro 3% va para el fondo de ellos. Los préstamos mayores de 30.000 pesos se resuelven por asamblea. No es fácil porque no hay cultura de esto, de otras cosas tampoco. La enorme mayoría de estos sectores no se enteró de que en este país hay democracia. Intentamos que haya un ejercicio de la democracia.

¿Por qué los presos no votan?

Los procesados podrían votar. No votan porque no hay voluntad de nadie para que lo hagan. En las elecciones no pueden sacar 12.000 tipos a votar, y tampoco tienen transporte para traer las urnas. Otra obsesión de Punta de Rieles es generar hombres políticos. No es fácil, por nuestras carencias y porque no lo vivieron. La obsesión es mostrarles todo y después que cada uno agarre lo que quiera y pueda. Por eso tenés la obligación de tirar todo para adentro: iglesias, filosofías, todo. Y todos los actos políticos que se puedan. Creo que estamos condenados al fracaso porque no generamos un movimiento social alrededor de estas cosas, sólo algunos salen a hablar. La sensación de que estos temas no importan tiene consecuencias. Me desespera esto que digo, porque sin eso, tenemos una vida corta.

Luis Parodi, director de la cárcel de Punta de Rieles.

Luis Parodi, director de la cárcel de Punta de Rieles.

Foto: Alessandro Maradei

Vos hablás de la diferencia entre poder y autoridad.

La autoridad, como decía Artigas, “emana de vosotros”. Quiere decir que alguien te la ofrece. El poder uno lo ejerce, la autoridad está siempre arriba de la mesa. Es lo más apasionante, la podés perder en cualquier momento. Hace un tiempo estábamos en la Barraca 2 y un tipo se puso furioso. Me hizo calentar, le dije: “A vos te voy a echar, te vas para el Comcar”. Me vine para la oficina y me puse a pensar en lo que había hecho. Toda la estructura me decía “usted dio su palabra”. Pero yo prefiero perder la autoridad en ese momento en vez de cagar a un tipo. Y no se fue. Al otro día hablamos, él me pidió disculpas y yo a él. La autoridad es móvil, tiene algo de horizontal. El poder te sitúa en un lugar de superioridad, en el que te creés más que otro, y eso no conduce a nada. El poder estupidiza, la autoridad ayuda a crecer. Cuando yo aplico la autoridad, le doy la chance al otro de que me diga que me equivoqué. Para eso me tengo que animar a perder. En esta cárcel todo se discute. Lo que está en juego es la vida de esta gente, en el sentido de que vuelvan a ser ciudadanos y que no nos jodan más, y que además puedan disfrutar de otras cosas. Si yo saco 100 tipos de acá porque la pifiaron, hay una concepción de que ganás poder, pero en realidad es al revés: perdiste, con esos 100 no pudiste.

¿Es posible la educación en la cárcel?

La educación pasa por una cuestión ideológica cotidiana, sabiendo que si no tengo una rutina con algunas cosas ya resueltas no puedo aprender. ¿Cómo hacer eso con gente que ha fracasado totalmente en la escuela y en todo sistema y que no tiene las cosas resueltas? Es un lío. Pero me parece que es posible.

¿Es utópico pensar en un sistema carcelario sin violencia?

Hay varios tipos de violencia. Está la estructural y está la cotidiana. Es muy difícil que no haya violencia cotidiana con 600 tipos viviendo artificialmente. La cárcel es artificial: ellos no deciden vivir todos juntos, no deciden estar con quienes están, hay cosas que no pueden hacer, etcétera. Esas limitantes van a generar algún grado de violencia. Lo que pretendemos es que eso se canalice.

¿Cuánto hay de violencia interpersonal y cuánto de la violencia que ejerce el sistema?

La violencia ejercida por la institución es la peor. Porque somos más, porque tenemos más historia, porque nos pagan. Lo asemejo a un abuso intrafamiliar; además del horror que significa el hecho, el problema es que el que tiene que cuidar no cuida, no cumple con el mandato social del cuidado. Las instituciones que tienen mandatos de cuidado pueden destrozar a la gente cuando rompen este mandato.

Se sabe que aunque no se puede tener celular en todas las cárceles, los celulares están. Acá es legal tenerlo.

Los celulares existen. Si vamos a integrar a esta gente a la sociedad algún día lo van a tener. La teoría de que van a hacer algo malo con eso es lo mismo de siempre. Si quieren hacer algo malo lo van a hacer igual sin celular. Prohibir las cosas no es la solución. La teoría del castigo dice que si pasa algo hay que sacar las cosas de circulación. Por algunos que meten la pata yo no puedo cagar a todos. Pueden pasar cosas, pero prohibirlo es peor. Acá el tráfico de celulares seguramente sea mucho menor, las peleas por celulares también. Lo que pierdo en “cosas que podrían llegar a pasar” lo gano en sangre.

Hubo un cambio en la institucionalidad con la creación del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR).

El impulso de 2010 fue de los mejores. Hubo un acuerdo de los partidos de crear el INR y de pasar la gestión a la órbita civil. Fue un norte. Después, como toda cuestión institucional, tiene su velocidad. En estas cosas uno tiene que entender también que cuando desafía las lógicas del castigo, las fuerzas que lo ejercen no se acuestan a dormir. Están ahí, por eso es una lucha permanente. Ahí radica la importancia de que las autoridades tomen partido y tengan claro para dónde van, si eso no es explícito se hace difícil generar cambios.

¿Por qué instalar la cárcel pública-privada (Unidad 1 Punta de Rieles) al lado y ponerle el mismo nombre?

La concepción de la cárcel nueva no es parecida a la nuestra, es opuesta, desde todo punto de vista. Habría que ver cuál es la discusión entre lo viejo y lo nuevo. Si me apurás te puedo decir que eso es un síntoma de lo viejo, algo contradictorio al ser una cárcel nueva. La disyuntiva es sencilla: acá en teoría nosotros somos “lo viejo”, pero este es un claro ejemplo de que la vieja lógica está vivita y coleando, y tiene mucha fuerza. Muestra que quizás estén ganando el partido, una vez más.

¿Impactó acá adentro la construcción de la Unidad 1?

A algunas personas les significó ver que de este lado estamos mejor. Ahí hay un retroceso en las formas, lo que no quiere decir que todos hagan lo que hagamos nosotros. Lo que tiene que haber es un acuerdo básico de derechos.

¿Los gobiernos progresistas cambiaron el sistema carcelario?

La ley de humanización de cárceles fue muy interesante. Después me parece que la política perdió lugar y que los gobiernos terminan muy a merced de lo que piensa doña María. Es difícil que los gobiernos zafen de las presiones. Aparte, si no hay señales fuertes ni cambios drásticos, las cosas vuelven a tomar vigencia; si no cerrás los calabozos, los van a usar.

¿Por qué a doña María le sigue pareciendo que la cárcel es la solución?

No sé si todas las Marías piensan eso. Creo que hay un sustrato ideológico en este país de “la letra con sangre entra” que es muy fuerte. Hay una cultura de creer que los gurises precisan un coscorrón. Eso está instalado. Es una discusión que hay que dar. La gente no cree que se pueda educar sin penitencias, cuando en realidad la penitencia es un conflicto que no pudo resolver. No se resolvió: yo le metí el peso al otro. Si no razono en qué estoy fallando, la penitencia se convierte en una libido, y tiendo a usarla cada vez más.

Muchas de las personas que hoy están presas tienen trayectorias de vida en las que las instituciones totales están muy presentes.

Muchas de estas personas vienen de redes institucionales muy débiles. Andan regaladas por el mundo porque no tienen instituciones. Entonces aparecen las instituciones totales y son carne de cañón. Ya sabemos lo que generan las instituciones totales; generan inútiles. Cuando digo “inútiles” lo digo para todos lados, aplica también para los funcionarios. Hay antídotos, y nosotros intentamos no ser totales. Hay que construir instituciones incompletas que busquen la complementariedad afuera. El candombe de Punta de Rieles tiene que estar ligado a Mundo Afro, FUCVAM de acá tiene que atravesar por lo que pasa FUCVAM afuera. El rap tiene que sonar afuera. Las cosas tienen que salir, no sólo para mostrarse, sino para ser.

Federico González Canavesi (el rapero Kung-fú) salió más de 90 veces en poco tiempo. ¿Por qué apostar a que pueda salir y mostrar su arte?

Porque Federico encontró su lugar en el mundo, y si nosotros no sostenemos ese lugar somos unos jodidos. Él es el ejemplo de que se puede encontrar un lugar en el mundo. Cuando uno encuentra su lugar tiene que poder vivirlo. Si no sostenemos eso nos tienen que echar a todos. Aparte, Federico es la mejor persona que conozco, es mejor persona que muchos de nosotros, por destrozo. ¿Cómo no lo vamos a acompañar en esto?

Luis Parodi con Federico González Canavesi.

Luis Parodi con Federico González Canavesi.

Foto: Alessandro Maradei

Presentó su disco hace poco en el teatro Solís. Fuiste a verlo.

Le pedí permiso para ir, fue fascinante. Un día, discutiendo con Fede, le dije que no iba a ir más a verlo. Porque estoy medio harto y porque no le quiero robar protagonismo, ni quiero ser foco en los agradecimientos. Pero me moría de ganas de ir al Solís. Entonces, ¿qué hace uno con lo que dice? Lo agarré y le dije que tenía ganas de ir. “Por supuesto”, me dijo. Fui, fue increíble. Me agradeció igual desde el escenario, el muy hijo de puta; no me puse a llorar ahí porque había mucha gente, lloro ahora...

Se apuesta a las personas.

Esa es una clave. Los educadores deben tener la habilidad de descubrir qué es lo que le interesa a esta gente, eso es la educación. Yo me di cuenta de Fede y su vínculo con el rap, otros descubrirán a otros. Uno tiene que ver también dónde arrancan los procesos. Federico no empezó acá, fue en Canelones. Acá lo que pudo hacer es poner las cosas sobre la mesa y cuestionarse. Cuando descubrís qué es lo que le gusta a alguien, ya tenés 80% del partido ganado. Para eso hay que estar atento. Tenés que poder analizar al otro sin tus propios ruidos.

Pasaste por el sistema penal adolescente.

Empecé en la Colonia Berro, cuando protección e infracción aún no estaban divididas. Me fui tres veces , pero volví. En 1988 estaba en el Hogar Granja de Berro, un día llegué y los funcionarios se habían ido porque no querían trabajar conmigo. Entre 1989 y 1991 dirigí La Tablada y el Hogar Ser, los dos a la vez. De mañana iba al Ser y de tarde a La Tablada. En La Tablada me volvieron a dejar solo. El compañero que vino lo hizo para echarme. Puse mi cargo a disposición. Entonces me ofrecieron Miguelete. Pero ahí estaba muy solo. Había una puja de poderes en la que no me animé a entrar, fui un cagón. Me fui a [Colonia] Berro. Dirigí Berro hasta que llegó Sergio Migliorata, en 1998, y todo Berro pasó a ser de infracción. Estaba cansado de aquella soledad de Berro.

¿Por qué nadie puede con el sistema penal adolescente?

Después de esa etapa recién me animé a volver en 2016. Lo único que pude hacer fue llorar como un marrano frente al Granja. Solo, para que nadie me viera. Podemos decir que mejoraron la infraestructura. Hay un cuidado mayor, hay alguna experiencia positiva en algunos lugares, como el Granja. Pero ¿por qué el sistema deja que florezcan algunas flores para mostrarlas y no hace que florezca el jardín? Siempre hay alguna gente que hace algo. Yo no sé por qué no lo aprovechan. Ahora deben tener el doble de funcionarios, porque bajó la cantidad de gurises (de 600 que hay regularmente, en la actualidad son 300). Me sorprendió cuando fui, había varios funcionarios para la cantidad de chiquilines que había, y para desplazarse a ver una obra de teatro ahí adentro tenían que ir engrilletados y esposados. Habría que preguntarse qué despierta el adolescente que no tiene el adulto.

O por qué tanta brutalidad con el adolescente.

Hay una resistencia en Uruguay hacia los adolescentes que va más allá del sistema penal. El adulto odia al adolescente porque hace cosas que uno ya no va a hacer. La adolescencia es la etapa en la que podés reparar las cagadas de la infancia. Te da esa posibilidad magnífica de reparar las cosas que no se hicieron.

Pero en vez de repararlos estamos preparándolos para el Comcar.

Habría que preguntarse por qué el mundo adulto genera una estructura adulta para estos gurises. Porque toda la estructura es adulta, y por lo tanto no soporta al adolescente. Lo prepara para ser adulto, o sea: para el Comcar. Estos gurises en la adolescencia tienen la chance de poder analizar la que se mandaron, pero les obturan esa posibilidad. Por lo tanto, van directo al Comcar. Hay que ver por qué no hemos podido, y al decir esto me incluyo. El sistema tiene dos respuestas: la represión y el laissez faire. La dificultad está en poner encuadres. Y hay que pensar para qué el encuadre, porque si el gurí no puede ser adolescente –porque es muy difícil ser un adolescente en cana–, está difícil. La adolescencia es la antítesis del encierro. Hay que reconocer que el sistema no pudo. En parte se comete el mismo error que en el sistema adulto; hay que cuestionar para qué es ese disciplinamiento: es más para la interna de las cárceles que para que puedan transitar en instituciones democráticas, sólo se piensa en cómo te controlo adentro.

Para hacer las cosas de forma distinta asumiste riesgos.

Hay que apostar decididamente a cambiar a esta gente. No reivindico las cárceles, preferiría que no existieran. En este contexto que tenemos, que no lo inventamos nosotros, hay que hacerse cargo. No lo vivo como “riesgos”; si te tirás al agua te mojás. Si querés que el tipo cambie tiene que salir de la cárcel, tiene que juntarse con otra gente. Por eso insisto en una matriz ideológica que permita pensar en eso. Cuando abrís las puertas tenés que contar con las garantías de que no les va a pasar nada. Además, hay que confiar en que el ser humano no es tonto.

Algunos de tus amigos te dicen que te quedaste en una cárcel porque no caíste preso en dictadura.

Por suerte tengo varios amigos. Estos, que son los viejos tupas, dicen que estoy acá porque como nunca estuve preso no pude superar el hecho de no haber caído, porque eso supone cierto privilegio. Yo creo que no, pero es válido. Hice diez años de terapia y no lo pude resolver, no sé tampoco si quiero hacerlo. Yo creo que encontré un lugar; este es mi lugar en el mundo. Es tan sencillo como eso. Sé también cuáles son los límites, porque cuando uno anda en estos ambientes, de repente se da cuenta de que está todo el tiempo hablando de esto, cuando está acá y cuando está afuera. Terminás hablando de esto en los cumpleaños, leyendo sobre cárceles, mirando series que tratan el tema. Reconozco que es apasionante y que te chupa, pero hay que poner un límite.

¿Hubieras elegido otra cosa si hubieras caído?

Tengo claro que la educación me alivió el fracaso político. Encontré otro lugar desde donde pelear. Sigo siendo un tipo social, que anda buscando que la gente viva mejor; lo que no encuentro es la forma política para expresarlo. Cuando estaba exiliado en Francia, que para mí ya no existía más nada, dedicarme a la educación significó un puente con aquellas cosas que yo entendía del mundo. Dentro de eso el internado es mi lugar. Es donde me siento mejor, donde me siento honesto conmigo.

¿Te imaginás Punta de Rieles después de que te vayas?

No va a ser igual, lo que no quiere decir que vaya a ser peor. Las experiencias fuertes pedagógicas nacen y mueren con quien las crea. No me creo Paulo Freire, ni quiero ser soberbio, pero hay algo en estos ambientes que hace que la impronta de uno juegue mucho. Tengo esperanza –y hoy en día el equipo está mucho más consolidado– de que las cosas gruesas no se pierdan. Ahora, si no logramos cambios sustanciales en el sistema y que un movimiento social sostenga, las transformaciones seguro se van a perder.

¿Puede sobrevivir Punta de Rieles sin vos?

Así como está hoy, no. Va a sobrevivir de otra manera, tomará otra forma.

¿Cómo te pega que esto no te trascienda?

Me pega fuerte, porque se está dando de frente contra lo que pienso, que es que lo importante son las personas que están acá adentro. Pero no encuentro la manera, y no es una cuestión de personalismos, es un tema de formas de encarar. No quiero sonar pedante, pero tampoco quiero ser iluso. Esta es una forma, que es la mía; la próxima persona que venga traerá la suya. Espero que algunas bases, como el no sometimiento, resistan. Pero hay cosas que van a cambiar. Creo que va a aumentar el control y que va a bajar la circulación. Digo esto para no venderme pajaritos. Y me duele. Ojalá que en diez años, cuando me vayan a ver y yo esté en silla de ruedas, me digan: “¿Sabés, Parodi? Seguimos haciendo más o menos las mismas cosas, incluso mejoramos varias”. Para mí sería fantástico que me digan que la gente circula más, que han roto todo lo que es cárcel. Ojalá, pero no la veo. Otra cosa que uno sabe es que los logros cambian cuando cambian las circunstancias y el fascismo vuelve a aparecer.