El domingo Claudia López hizo historia en Colombia al convertirse en la primera alcaldesa de Bogotá. Las últimas encuestas situaban a la candidata del partido progresista Alianza Verde en segunda posición y era difícil pensar que una mujer abiertamente lesbiana, de origen humilde y fuerte luchadora contra la corrupción pudiera ocupar ese puesto en un país gobernado por hombres de las élites conservadoras y profundamente católico como es Colombia. Pero lo logró y esto supone, sin duda, todo un avance en América Latina.

En los últimos años ha aumentado la participación política de las mujeres, pero sigue siendo escasa. En la mayoría de los países de la región, por ejemplo, el porcentaje de alcaldesas electas se ubica por debajo de 15%, según datos de 2018 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

Si ya es complicado que una mujer llegue a ser la alcaldesa de una gran urbe latinoamericana, el “techo de cristal” para alcanzar las esferas más altas en el poder es aun mayor.

Uno de los principales obstáculos para que las mujeres lleguen a la presidencia y a los principales cargos de gobierno tiene que ver con las estructuras de los partidos políticos, y hasta que esas organizaciones políticas “no modifiquen sus propias dinámicas va a ser muy difícil lograr cambios, y las fórmulas presidenciales seguirán encabezadas por hombres”, explica a la diaria la especialista en comunicación política Virginia García Beaudoux, autora del libro ¿Quién teme el poder de las mujeres? e integrante de la Red de Politólogas #NoSinMujeres.

La politóloga argentina recuerda que 52% de la militancia de los partidos políticos está conformada por mujeres, mientras que los varones lideran 85% de las presidencias y secretarías generales de esas formaciones, y no es un fenómeno que exista sólo en América Latina.

“Los partidos políticos de todo el mundo se siguen comportando como clubes de hombres. Dentro hay una gran resistencia a ceder esas posiciones de poder a mujeres en las fórmulas que van a encabezar los gobiernos”, dice García Beaudoux. Para poder lograr cambios reales, agrega, sería necesario igualar las condiciones de juego y eso requiere un cambio cultural y políticas públicas, “pues todavía se sigue pensando que el liderazgo es cuestión de hombres cuando en realidad no tiene género”.

De los 194 países que existen en el mundo, tan sólo 22 cuentan con jefas de Estado, a pesar de que muchos países tienen leyes de paridad. En estos momentos América Latina, con excepción del pequeño Trinidad y Tobago, que tiene como presidenta a Paula-Mae Weekes, está gobernada por hombres.

Las fórmulas presidenciales encabezadas por mujeres en la región brillan por su ausencia. En 2018, por ejemplo, ninguno de los seis países latinoamericanos que celebraron elecciones –Costa Rica, Paraguay, Colombia, México, Brasil y Venezuela- tuvo candidatas–.

Pese a que la participación política de las mujeres mejoró en los últimos años, los partidos siguen manteniendo estructuras tradicionales y eso dificulta que ellas lleguen a los cargos más altos.

A lo largo de 2019 prácticamente se repitió la misma historia, y salvo en Guatemala, donde Sandra Torres disputó la segunda vuelta con Alejandro Giammattei, no hubo mujeres aspirantes a la presidencia en ninguno de los otros países que celebraron comicios en la región –El Salvador, Panamá, Argentina, Bolivia y Uruguay–.

Pioneras

Pero no siempre ha sido así. Son varias las mujeres latinoamericanas que fueron elegidas presidentas en las urnas. La primera fue Violeta Chamorro, quien gobernó Nicaragua entre 1990 y 1997, y la segunda fue Mireya Moscoso, en Panamá, que lideró el Ejecutivo desde 1999 a 2004.

Antes que ellas, también fueron jefas de Estado Isabel Martínez de Perón en Argentina (1974-1976) y Lidia Gueiler en Bolivia en 1979, pero en ambos casos, de manera temporal. Isabel Perón llegó a la presidencia tras la muerte de su esposo, Juan Domingo Perón, porque ella era la vicepresidenta, mientras que Gueiler fue designada presidenta interina por el Congreso boliviano después del golpe de Estado del general Alberto Natusch Busch.

Años después, desde 2006 y hasta principios de 2018 siempre hubo al menos una jefa de Estado en la región. En el Caribe, Jamaica tuvo a Portia Simpson-Miller como presidenta en los períodos 2006-2007 y 2012-2016, y en Costa Rica fue presidenta Laura Chinchilla de 2010 a 2014.

Cristina Fernández de Kirchner gobernó Argentina de 2007 a 2015, y Dilma Rousseff hizo lo propio en Brasil de 2001 a 2016, año en el que fue destituida en un cuestionado juicio político. Por su parte, Michelle Bachelet tuvo dos mandatos como presidenta de Chile, de 2006 a 2010 y de 2014 a 2018. A partir de que dejó el cargo, en marzo de ese año, América Latina no ha vuelto a tener mujeres presidentas.

Para la politóloga feminista paraguaya Line Bareiro, integrante de la Red de Politólogas #NoSinMujeres, el hecho de que en esos años América Latina llegara a tener varias jefas de Estado al mismo tiempo “fue una coincidencia”. Sin embargo, considera que ahora existen condiciones para que aparezcan opciones políticas importantes en las cuales las mujeres puedan ser presidentas, “y eso no es una mera coincidencia, es más que eso”.

“En un momento como el actual, en el que muchas mujeres entraron a la institucionalidad pública, a los parlamentos y como vicepresidentas, existe una posibilidad certera de que haya más presidentas y lo vamos a ir viendo en estos años. Somos el continente que está construyendo democracia paritaria y eso no es poca cosa”, dijo Bareiro a la diaria.

Esa democracia paritaria, sin embargo, parece que tarda en llegar. Las leyes de cuotas, que establecen la participación equitativa de mujeres y hombres, han supuesto un avance significativo en el porcentaje de parlamentarias en la región, pero aún son muchos los países latinoamericanos que están lejos de alcanzar una representación de género paritaria.

Según datos de la CEPAL, la presencia de las mujeres en los órganos legislativos alcanzó un promedio de casi 30% en mayo de 2018, una cifra alejada de esa paridad 50-50. En ese sentido, Uruguay es uno de los países peor situados de la región, porque la representación femenina en la cámara alta será de 26,6% en la próxima legislatura, mientras que en la cámara baja esa porción baja a 19%.

En cuanto a la participación de mujeres en los gabinetes de ministros de América Latina, aumentó 3,5 puntos porcentuales, según la CEPAL, llegando a un promedio de 28,5%. El área social es la que cuenta con mayor presencia de de mujeres, mientras que las carteras más vinculadas con otros aspectos de la política y con la economía son las que registran menos participación femenina.