Magdalena Cosco tiene 19 años y el jueves tuvo su fiesta de graduación, porque terminó el liceo y ya es bachiller. Aunque ahora dice que “ya está” y está pensando en sus merecidas vacaciones, va a ir a conocer las facultades de Información y Comunicación y la de Bellas Artes, de la Universidad de la República, dos de las alternativas que está manejando como carreras para comenzar en 2020. También tiene ganas de trabajar y de dedicar más tiempo a la danza y al teatro: “Ahora estoy mucho más libre”, dice. Magdalena tiene síndrome de Down y, si bien no hay datos a nivel central como para confirmarlo, por la información que tiene su madre, Mercedes Viola, Magdalena es la primera estudiante con esa discapacidad intelectual en terminar el bachillerato.
Desde que nació, sus padres quisieron que Magdalena estudiara en la misma escuela que sus hermanos, y eso la motivó a adentrarse en el mundo de la educación inclusiva, a crear una organización –ProEdu– para promover la inclusión en el sistema educativo y apoyar a las familias para sostener esos procesos. Para Mercedes, que Magdalena haya terminado el bachillerato es “una luz, un camino, una manera para mostrar a los escépticos que se puede”. Y es que en estos años, por su experiencia personal, pero también por la de ProEdu, Mercedes se ha encontrado con que si bien “se ha avanzado mucho en los temas de inclusión, especialmente en educación, a muchos docentes todavía les cuesta pensar la inclusión a nivel de discapacidad intelectual o psicosocial”. Desde ese punto de vista, asegura, está bueno que se pueda ver que aunque tengas una discapacidad intelectual “te podés graduar, podés estudiar, que todo lo que aprendés te sirve”.
También, asegura, es una forma de enfatizar en la importancia de terminar el segundo ciclo. “Alguna gente me cuestionaba: ‘Bueno, si ya terminó el ciclo básico, ¿para qué quieren que siga hasta bachillerato?’”. La respuesta de Mercedes es muy sencilla: “Primero porque ella quería seguir estudiando, y está en todo su derecho de estudiar. Y segundo, yo les preguntaba: ‘Si tu hijo termina tercero, ¿no te preocupa? ¿No le insistís en que termine bachillerato? ¿No va a estar mejor preparado para el futuro?’. En un proceso de selección, uno de los primeros filtros es terminar el bachillerato, entonces una persona con discapacidad con más razón tiene que terminar, porque siempre está corriendo con desventaja frente a la sociedad”. “Si creemos que es importante para todos –que creo que estamos todos de acuerdo en que es importante–, también es importante para las personas con discapacidad”, reafirma.
Mercedes dice orgullosa que es “impresionante lo que ha aprendido” Magdalena: “Además de la socialización, de manejar sus horarios, de aprender a estudiar, lo que aprendió de conocimientos del mundo, de cultura general... Eso se nota porque lo relaciona con muchas cosas de la vida. Entonces, además de que está bueno para uno, el conocimiento son las cosas que necesitás para interactuar en sociedad”, destaca.
Magdalena cursó hasta 4° de liceo en el San Juan Bautista, y 5° y 6° opción artístico en el Santa Elena, de Buceo. Durante su paso por el sistema educativo “hubo momentos lindos y otros difíciles, porque no todo el mundo está parado desde un paradigma de real inclusión; mucha gente se queda en una cosa de integración: ‘Todo bien que venga, pero...’”, cuenta su madre. Sin recetas, Mercedes menciona dos constantes que marcaron la escolaridad de Magdalena. “Fue siempre sola”, nunca tuvo acompañante terapéutico o asistente personal, algo que en algún momento se planteó, pero a lo que la familia no accedió. Si bien en muchos casos es necesario para el estudiante estar acompañado, la familia de Magdalena entendió que no lo necesitaba y que atentaba contra su autonomía. Sí precisó apoyo, que tenía a contraturno, fuera de clase. En segundo lugar, otra clave fue la coordinación con los docentes, que permitió anticipar los contenidos de las clases y que Magdalena pudiera preparar los temas antes; de esta manera, en las clases no era todo nuevo.
Mercedes cuenta que los docentes diseñaron distintas estrategias, y destaca a aquellos que se animaron: “Los que saben trabajar con diversidad son mejores docentes para todos: lo que para los niños con discapacidad es necesario es bueno para todos”.
Fotografía, danza, teatro y comunicación son algunas de las carreras que a Magdalena le gustaría seguir estudiando, pero también quiere trabajar, y se imagina, en unos años, como instructora de zumba. Recuerda hacia atrás y dice que, además de madrugar, lo que menos le gustó del liceo fue Matemática y Física, y que una de ellas le costó un examen en 5°. Lo que más le gustó, cuenta, fueron “los campamentos, los amigos que hice, las maestras que me apoyaron”.