La llegada de los gobiernos de izquierda en la región en los primeros años 2000 estuvo acompañada por un fuerte impulso a la integración regional, que se tradujo en la creación de múltiples organismos que buscaban promover la cooperación entre los países de América del Sur y de estos con los de América Central. Se trataba ya no tanto de proyectos marcados por los acuerdos comerciales, como el Mercosur, sino que buscaban una cooperación más amplia entre los países. De los intercambios en esas instancias surgieron proyectos que fueron desde la construcción de una carretera que atravesara el continente hasta acuerdos educativos que permiten la homologación de títulos en diferentes países.

La coincidencia política respecto de la integración regional existía, así como el rechazo a la injerencia estadounidense. En la III Cumbre de las Américas, celebrada en Canadá en 2001, sólo el venezolano Hugo Chávez se oponía firmemente a la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Cuatro años después, en la IV, el escenario era otro: Chávez, el argentino Néstor Kirchner, el brasileño Lula da Silva y el uruguayo Tabaré Vázquez manifestaron su rechazo y Mar del Plata se convirtió en la tumba del ALCA.

En ese contexto, la Comunidad Sudamericana, creada en 2004, se convirtió en la Unión de Naciones Suramericanas en un documento protocolado en 2008 en Brasilia. El objetivo integracionista del órgano se reflejó en la conformación de Grupos de Trabajo por temática, entre los cuales se destacan los de Infraestructura, Educación y Salud.

La Unasur se convirtió en un espacio de referencia para algunas decisiones, cuyo más claro ejemplo fue la suspensión de Paraguay cuando en 2012 el presidente Fernando Lugo fue destituido por un juicio político con irregularidades.

El cambio de partidos en los gobiernos de los países de la región se tradujo en una menor preocupación por la integración sudamericana. La llegada de Mauricio Macri a la presidencia en Argentina (diciembre de 2015) fue el primero de varios cambios que impactarían directamente en los organismos regionales (Michel Temer en Brasil en 2016, Lenín Moreno en Ecuador en 2017 y Sebastián Piñera e Iván Duque en Chile y Colombia respectivamente en 2018).

Los procesos de acercamiento entre bloques regionales y la intención de generar una instancia común para los países sudamericanos fueron desapareciendo paulatinamente o dejaron de utilizarse, y las reuniones de los presidentes con sus fotos de familias fueron cada vez menos habituales. En aspectos concretos, esto se tradujo primeros en la falta de secretario general de la Unasur a partir de 2014. El cargo había adquirido una importancia central cuando fue ocupado por Kirchner después de dejar la presidencia de Argentina, pero fue cayendo en el olvido hasta que en 2014 quedó vacante por el final del mandato del ex presidente colombiano Ernesto Samper. Hubo algunos intentos de designar a alguien, pero no prosperaron y el tema dejó de ser prioritario para los países miembro del bloque.

Eran 12 los países que conformaron la Unasur en 2008 y hoy quedan sólo cinco: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay y Perú anunciaron sus salidas. Uruguay, Bolivia, Guyana, Surinam y Venezuela siguen integrando el bloque regional, aunque con pocas iniciativas para reavivarlo. La Unasur podría incluso quedarse sin sede en Quito, ya que el ecuatoriano Moreno manifestó su intención de recuperar el edificio destinado a ese fin. El último hecho relacionado con el bloque fue el lunes, cuando Bolivia le entregó a Brasil la presidencia pro témpore para que sólo unas horas después este país anunciara que abandona el bloque.

Los mismos países que dejaron la Unasur (y Guyana) se reunieron a fines de marzo en Santiago para anunciar la creación de Prosur: el Foro para el Progreso de América del Sur. Los presidentes que impulsan esta iniciativa se ocupan de subrayar que este bloque no tendrá un perfil político, sino que buscará promover el progreso (económico, se entiende) de los países sudamericanos. Analistas han señalado que este nuevo bloque más que integrar, divide, por varios aspectos: la mayoría de sus impulsores no reconocen el gobierno de Nicolás Maduro e integran el Grupo de Lima, que ha sido un parteaguas en la región, y su propia creación, uniendo a gobiernos conservadores, muestra que las alianzas sudamericanas parecen depender más de afinidades políticas que de objetivos comunes.

La situación del Parlasur

El deterioro de los vínculos entre los gobiernos de la región se tradujo en otra decisión, tomada en este caso en el marco del Mercosur y que afecta al Legislativo del bloque, el Parlasur. En el acuerdo constitutivo del Mercosur se sostiene que el Parlasur será integrado por representantes elegidos directamente, algo que sólo venían cumpliendo Argentina y Paraguay y a lo que Brasil y Uruguay tenían plazo para adaptarse hasta 2020. Sin embargo, los países miembros decidieron anular ese plazo y que las elecciones no sean directas en ninguno de los cuatro países hasta que lo sean en todos.

La decisión fue criticada por el presidente del Parlasur, el diputado uruguayo Daniel Caggiani, quien consideró que se trata de una imposición de Argentina sobre los demás países del bloque por motivos de política interna. Eliminar la elección directa implica “un retroceso en aquellos países que ya eligen a los parlamentarios de forma directa” y “un paso atrás en la integración sudamericana, que se suma al desmantelamiento de la Unasur y a las hostilidades en la región”.