Los kurdos son hoy considerados el mayor grupo étnico del mundo sin un Estado propio. Se estima que hay en torno a unos 40 millones repartidos entre Irán, Irak, Siria y Turquía, así como entre países europeos –especialmente Alemania–, Estados Unidos y otros de Oriente Próximo como Libia. La discriminación y las duras condiciones de vida a las que han sido sometidos en sus países de origen los han llevado a protagonizar una larga historia de revoluciones y conflictos armados. En Turquía –país que alberga la mayor cantidad de kurdos–, la guerra entre el Estado y parte de la comunidad kurda –organizada bajo el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK, por sus siglas en kurdo)– lleva activa 35 años y ha causado 40.000 muertos y cientos de miles de desplazados. No obstante, las consecuencias más relevantes de este conflicto no recaen sólo en Turquía, sino que se extienden a lo largo de sus fronteras y se han convertido en un factor transversal de su política exterior.

Hoy los kurdos turcos han dejado de reivindicar un Estado propio y el nombre del PKK se ha diluido entre las múltiples siglas que operan en Siria, Irán e Irak para conseguir un modelo social en el que la etnicidad kurda deje de ser incompatible con los derechos humanos. Pero para comprender cómo se ha llegado hasta aquí y por qué los kurdos pueden cambiar el equilibrio de poder en Oriente Próximo, se pretende analizar cuál ha sido el origen y evolución del Partido de los Trabajadores Kurdos y cómo sus ideas han traspasado las fronteras de la República de Turquía.

La Turquía moderna, enemiga de los kurdos

Tras la Primera Guerra Mundial y la derrota de los otomanos, el Imperio se preparaba para disolverse. En un primer tratado firmado en Sèvres, Francia, en 1920, se preveía la creación de un Estado kurdo independiente en Anatolia Oriental: Kurdistán. Contra este acuerdo se levantaron los nacionalistas turcos liderados por Mustafá Kemal. En este contexto, el Tratado de Sèvres nunca fue ratificado y tres años más tarde, en 1923, fue sustituido por el Tratado de Lausana, con el que los kurdos fueron divididos entre Turquía, Siria, Irak e Irán. Así Turquía se convirtió en el país con mayor cantidad de kurdos, con aproximadamente 15 millones, lo que supone 20% de su población.

En la Turquía de Kemal, laica y tremendamente intolerante con las minorías étnicas, no había cabida para la identidad kurda. En 1924 se prohibió el uso de su lengua, lo que avivó el hasta entonces dormido nacionalismo kurdo y lo expandió hacia las clases populares, ya que en un principio fue una lucha asociada a los intelectuales. Como consecuencia de ello, en los años 20 y 30 del siglo XX se dieron diversas revueltas kurdas. Las más significativas fueron la del jeque Saïd (1925), la del monte Ararat (1927-1931) y la de Dersim (1936-1938). Todas ellas dieron lugar a una brutal respuesta del gobierno turco, que aplicó durante esos años unas duras políticas represivas contra los kurdos. Las regiones orientales fueron militarizadas y se modificó su estructura demográfica, forzando el desplazamiento de kurdos a otros lugares del país y repoblando esas zonas con turcos. En la región de Dersim –la última en rebelarse–, la política de la tierra quemada acabó con el movimiento nacionalista, que sólo resurgiría a partir de los 70 de la mano de los kurdos iraquíes.

El PKK, nacimiento y evolución a través de la lucha contra el Estado

A pesar de que el independentismo estuvo relativamente dormido durante más de 20 años entre los kurdos turcos, no pasó lo mismo con los del resto de la región. En 1946, los kurdos iraníes fundaron la República de Mahabad gracias al apoyo soviético, aunque sólo gozó de un año de independencia. En 1961, el Partido Demócrata del Kurdistán (PDK o KDP, por sus siglas en inglés) se enfrentó al Estado iraquí en una guerra de guerrillas que duró hasta 1970 y que culminó con la consecución de una relativa autonomía para el norte de Irak, de mayoría kurda. Estos pequeños logros, a pesar de la dura represión a la que estaba sometido el pueblo kurdo en Turquía, sirvieron de inspiración para la creación, en 1978, del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

El PKK estuvo, desde el comienzo, liderado por Abdullah Öcalan y fundamentado en los principios del marxismo-leninismo. Su propósito era el de enfrentarse al Estado turco a través de la guerra de guerrillas para la construcción de un Kurdistán unificado, socialista e independiente, con lo cual no sólo estaba dirigido a los kurdos turcos sino a los de toda la región. Tras el golpe de Estado de 1980 en Turquía, Öcalan y numerosos miembros del PKK se exiliaron en el valle de Bekaa –tradicionalmente libanés pero entonces ocupado por Siria–, donde se entrenaron con el visto bueno del gobierno sirio y se prepararon para iniciar la guerra contra el Estado turco.

La lucha armada contra el Estado comenzó oficialmente en 1984, cuando el brazo armado del PKK atacó dos puestos de vigilancia en las provincias de Siirt y Hakkari, al sudeste de Turquía. En esos primeros años de constantes atentados, el PKK afianzó su poder y engrosó sus filas, pero también se crearon las Guardias Rurales o Guardias de Villas (GKK, por sus siglas en turco), grupos paramilitares al servicio del Estado para la persecución de los simpatizantes del PKK. En los 90, la extrema violencia ejercida por Öcalan y los suyos –así como sus vinculaciones con el crimen organizado– empezó a provocar la oposición de los civiles. Además, la acción del GKK y la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) –que había sido un considerable apoyo para los kurdos– fue desviando la balanza hacia un posible triunfo del Estado turco.

Fue de hecho en los 90 cuando la estrategia del partido cambió y este decidió abandonar los ataques contra civiles para centrarse en el ataque contra los principales pilares del Estado. De este modo, sus objetivos empezaron a ser, sobre todo, personalidades influyentes del régimen turco. Asimismo, el movimiento comenzó a trabajar para la construcción de un partido político. No obstante, el debilitamiento del PKK en la guerra contra el Estado era inevitable y en 1995 Öcalan se vio obligado a anunciar un alto al fuego, lo que terminó de confirmar la fragilidad de la guerrilla.

Durante la guerra contra el Estado turco, el apoyo internacional fue de vital importancia para la supervivencia del PKK. Siria, como ya se ha mencionado, fue el primero en ofrecer asilo a su líder y a sus militantes. ¿El motivo? Probablemente la eterna disputa abierta con Turquía por el territorio de Hatay y la distribución de las aguas de los ríos Tigris y Éufrates. No obstante, a partir de 1992 empezaron los acercamientos entre Turquía y Siria para poner fin a la presencia del PKK en el valle de Bekaa. En 1998, el Acuerdo de Adana confirmó la alianza turco-siria en la lucha contra el terrorismo y a Öcalan no le quedó más remedio que salir del país. El líder del PKK buscaría refugio en Rusia, Grecia e Italia, hasta llegar a Kenia, donde fue detenido en febrero de 1999. Desde entonces, Öcalan ha permanecido detenido y condenado a cadena perpetua en una prisión de alta seguridad en la pequeña isla turca de Imrali, situada en el mar de Mármara y relativamente cercana a Estambul.

Viraje ideológico: del marxismo al confederalismo democrático

Ya desde el alto al fuego de 1995, el PKK se enfrascó en un proceso de revisionismo y autocrítica en el que no sólo se cuestionó sus métodos, sino sus propias bases ideológicas, hasta entonces apoyadas en el marxismo ortodoxo. La detención de Öcalan fue, lejos del fin del partido, el principio de una nueva etapa. La primera respuesta fue la movilización masiva del pueblo kurdo dentro y fuera de Turquía, lo que permitió una internacionalización sin precedentes de la causa kurda. De hecho, en un primer momento, Öcalan fue condenado a muerte, pero las presiones de la Unión Europea (UE) para que Turquía eliminara la pena de muerte como parte del proceso de adhesión llevó a que esta fuera conmutada por la cadena perpetua.

Durante sus primeros años en prisión, Öcalan se centró en la redacción de varios textos cuyo objetivo principal era dejar por escrito las nuevas líneas ideológicas del partido, que ya se intuían desde 1995 y que se sumarían a sus tesis sobre la libertad de las mujeres. En primer lugar, Öcalan renuncia a la creación de un Estado kurdo y lo elimina de los objetivos del PKK y, por otro lado, propone la línea del confederalismo democrático o “democracia radical” como forma de organización social de los kurdos de Turquía y del resto de la región. De este modo, el cometido del PKK ya no era enfrentarse al Estado para la consecución de la independencia, sino lograr la paz y cierta autonomía que les permitiera a los kurdos de Turquía, Irak, Irán y Siria tejer redes de cooperación y de organización horizontal.

Aunque la nueva línea ideológica provocó escisiones del partido, fue bien acogida por buena parte de los seguidores de Öcalan, que en 1999 crearon el Congreso Nacional del Kurdistán (CNK), que se localizaría primero en Ámsterdam y luego en Bruselas, y al que serían invitadas las organizaciones kurdas de toda la región. De 1999 en adelante, el PKK trabajaría en un acercamiento con el gobierno turco para lograr la paz y movería sus bases a Qandil, en Irak, donde trabajaría mano a mano con los kurdos iraquíes y sirios en la construcción de un pequeño paraíso kurdo.

El PKK: persiguiendo la paz

La captura de Öcalan trajo consigo una considerable disminución de la violencia, resultado de sucesivos ceses al fuego que fueron respetados por ambas partes. El cambio de táctica fue tan visible como el de ideología, y la acción política fue ganando cada vez más peso en detrimento de la lucha armada. El Partido Democrático y por la Paz (BDP) y el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) se convertirían en los principales defensores de los reclamos kurdos en el Parlamento turco, ya que el PKK, al ser considerado una organización terrorista, no podía optar a representación parlamentaria. El BDP, hoy extinto, conseguiría 30 escaños en 2011; el HDP, considerado su sucesor, entraría en 2015 en el Parlamento.

La llegada al poder de Recep Tayyip Erdogan en 2002 y la intensificación de las negociaciones para entrar en la UE también favorecieron la pacificación del país. Sin embargo, no fue hasta enero de 2013 cuando se hizo público el inicio de las conversaciones entre el gobierno turco y el PKK para lograr la paz en Turquía, lo que se conocería como el proceso de Imrali, en referencia a la isla en la que se sitúa la prisión de Öcalan. Aunque a principio de ese año el proceso estuvo teñido por un clima de optimismo basado en el apoyo del propio Öcalan y en algunos avances del gobierno para despenalizar el uso de la lengua kurda, lo cierto es que la mayoría de los reclamos del pueblo kurdo fueron desoídos, puesto que para el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan, la cuestión kurda era demasiado controvertida y podía minar el mantenimiento de la amplia mayoría de la que gozaba en el parlamento.

El devenir de la guerra de Siria, en la que el régimen turco y el pueblo kurdo tuvieron un rol fundamental, repercutió muy negativamente en el proceso de pacificación interna, sobre todo a partir de 2014, cuando el PKK acusó a Ankara de favorecer al grupo yihadista Estado Islámico (EI) al cerrar sus fronteras frente al asedio de Kobane, una ciudad al norte de Siria considerada uno de los principales símbolos de la resistencia kurda frente a esa organización. El cierre de fronteras impedía el paso de las milicias kurdas para luchar contra EI. No era nada nuevo que Turquía se negara a prestar su apoyo a la lucha kurda en Siria –a pesar de estar teóricamente “en el mismo bando”–, consciente de que si los kurdos sirios triunfaban en su proyecto de autogestión política, esos reclamos corrían el riesgo de traspasar la frontera turca.

Con la liberación de Kobane por parte de las milicias kurdas y el espíritu pacifista alentado por Öcalan, 2015 comenzó con un optimismo que en nada se pareció al clima de tensiones con el que finalizó. La guerra de Siria y las elecciones de julio terminaron de enturbiar el panorama turco: el HDP consiguió entrar en el Parlamento y acabó con la mayoría absoluta del AKP, con lo que Erdogan empezó a sospechar que el apaciguamiento del PKK no estaba jugando a su favor en las urnas. El 21 de julio hubo un atentado contra un centro kurdo en Suruç que el gobierno trató de atribuir a EI. El 25, el PKK declaró el fin del alto al fuego y el 26 cometió su primer atentado desde 2013. La guerra volvió a estar activa en el interior de Turquía y no iba a dejar indiferente al resto de la región.

El sueño de Öcalan, ¿una realidad fuera de Turquía?

Si por algo se ha caracterizado la guerra turco-kurda desde 2015 es por haberse librado más intensamente fuera de las fronteras de Turquía que dentro. El enemigo ya no sólo es el PKK ni el resto de los kurdos que habitan en Turquía, sino también los que, alrededor de la región y muy especialmente en Siria, están aprovechando el vacío de poder de la guerra para poner en marcha el ideal de comunidad horizontal, interétnica y feminista que promulgaba el confederalismo democrático de Öcalan.

El perfecto ejemplo es la revolución de Rojava, un proceso por el cual los kurdos sirios –con el apoyo de otros kurdos de la región y minorías étnicas de la zona– implementaron en el norte del territorio sirio un sistema político autónomo, basado en la democracia directa, la política asamblearia y la activa participación de las mujeres. Si bien esta revolución dio comienzo en 2012, llegó a su punto álgido a partir de 2014, cuando Estados Unidos empezó a considerar a las Unidades de Protección Popular (YPG) y a su facción femenina (YPJ) como el mejor aliado en la lucha contra EI. En octubre de 2015 Estados Unidos impulsó la creación de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), en las que las facciones kurdas pasaron a tener un enorme protagonismo y con las que la atención mediática sobre Rojava creció incansablemente. Hoy, la lucha de los kurdos en la guerra de Siria es conocida internacionalmente y su modelo sociopolítico es considerado un referente para la izquierda mundial.

La clásica alianza turco-estadounidense no ha impedido que el presidente turco haya manifestado en varias ocasiones su desaprobación hacia el apoyo estadounidense de la causa kurda. Para Erdogan, el YPG es una extensión del PKK y no lo quiere campando a sus anchas tan cerca de sus fronteras, consciente de que Rojava puede convertirse en un segundo valle de Bekaa y ser un campo de entrenamiento de los –aún considerados– terroristas integrantes del PKK. De ahí que Turquía haya puesto en peligro tantas veces su alianza con Estados Unidos, especialmente con el bombardeo de Afrin en 2018 y la operación turco-iraní contra el PKK en marzo de 2019.

Hoy cabe preguntarse si la evolución táctica e ideológica del PKK ha sido una estrategia para conseguir la paz o si en realidad era sólo una forma de ganar legitimidad y avanzar así en la guerra. De lo que no hay ninguna duda es de que el lavado de imagen de una organización que ya no se presenta como un grupo terrorista, sino como un movimiento social internacionalizado, ha puesto al régimen turco en el punto de mira de la izquierda más progresista y se ha ganado las simpatías de otros movimientos sociales transnacionales como el feminista.

El movimiento kurdo ha sabido ganarse el respeto de los estados de Oriente Próximo y se ha convertido en un actor imposible de ignorar, hasta el punto de que se ha demostrado capaz de cambiar por completo el equilibrio de fuerzas existentes hasta el momento. Rojava no es otra cosa que la puesta en práctica de lo escrito por Öcalan desde la prisión de Imrali, y su triunfo no sólo está minando el liderazgo de Erdogan dentro de su propio país, como se pudo demostrar en las últimas elecciones municipales en marzo de 2019, sino que está modificando su clásica posición proeuropeísta y proatlántica hacia la búsqueda de apoyos en Teherán y Moscú, lo que terminaría de transformar por completo el mapa de alianzas en Oriente Próximo.

Elena Jiménez es graduada en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.

Este artículo fue publicado por El orden mundial.